La arquitectura como disciplina no se ha salvado de reiterar las prácticas culturales hegemónicas, víctimas de la ideología dominante. No es ningún secreto que la arquitectura es heredera de una tradición burguesa, en cuanto a su desarrollo. Desde el diseño y producción de espacios habitables sedentariamente, o de manera nómada, la arquitectura propone una estética reflexiva del espacio que requiere de condiciones económicas que logren solventar el proyecto.
Los teóricos posmodernos Gilles Deleuze y Félix Guattari nos hablan de la segmentaridad: argumentan que por todos lados estamos
Ante esta segmentarización de espacios, cada sujeto se desenvuelve en la medida en que aprovecha el espacio para el uso por el que fue diseñado, o transgrede este uso proponiendo, de manera práctica, una traición a la tradición. En consecuencia se generan cambios tales como la ocupación de los hombres de la cocina para preparar alimentos/lavar trastes, espacio que anteriormente estaba destinado a las mujeres.
Así, parece que en lo más íntimo de nuestras casas habita la ideología hegemónica. Aunque no todas las clases sociales puedan acceder al espacio privado tan apreciado por Virginia Woolf, la habitación propia y la respectiva autonomía que ésta brinda, la casa sigue siendo un lugar en el que la familia que la habita tiene cierta legitimidad sobre el espacio, y en ella también es donde se desarrolla, acogida por el seno familiar, la construcción de los humanos como sujetos de género.
Popularmente llamado el “padre del psicoanálisis”, Sigmund Freud describe la novela familiar, en la que los infantes devienen adultos reprimidos y neuróticos.
Especialmente el devenir obsesivo, con sus pensamientos recurrentes, está asociado con la llamada “etapa anal”, en la cual el control de los esfínteres adquiere importancia para la aculturación de los niños.
Y es que en la casa nos enseñan a estar atentos de nuestras ganas de orinar y defecar, las cuales suelen ser asociadas con modos de higiene corporal, derivadas del discurso cultural sobre la suciedad. Se enseña el modo de realizar estas funciones fisiológicas “civilizadamente”, en el baño, territorio donde se realizan otras prácticas modernas de aseo y saneamiento como la ducha y la higiene bucal, prácticas de limpieza a veces neuróticas en su modo exacerbado.
En el sanitario no sólo se dan estas prácticas de saneamiento, sino que hay un ajuste anatómico-fisiológico del uso del cuerpo: la posición de cuclillas, más servicial para la defecación humana, es cambiada históricamente por la posición sentada en un inodoro. Esta práctica dificulta para algunas personas el proceso de defecación, además de causar enfermedades intestinales, tal como señala Joseph Mercola en su texto “En el inodoro: ¿sentado o acuclillado?”.
Por otro lado, dentro de las construcciones subjetivas que pasan por los miembros de la familia (educadora) se nos enseña que los hombres orinan de pie y las mujeres sentadas en el inodoro, pues como muestra Simone de Beauvoir,
Después de dialogar con el psicoanálisis, el materialismo histórico y la biología para abogar por la imposibilidad de justificar la desigualdad de mujeres y hombres, en
En el tomo II del citado libro, “La experiencia vivida”, Simone de Beauvoir muestra ejemplos en los que las diferencias anatómicas entre cuerpos “varones y hembras” se arraigan en la construcción subjetiva de los hombres y las mujeres. Entre éstas destaco la forma de orinar y las asociaciones simbólicas que implican: para los hombres, dirigir su chorro, y para las mujeres occidentales modernas, rehusarse a orinar de pie.
Los olores “hediondos” para los neuróticos, moldeados para el asco y la vergüenza,
Si uno de los pensamientos recurrentes de la gente es la afirmación de su identidad de género, a través de su goce sintomático, también diría que es típica de las tendencias obsesivas la compulsión a la repetición de actos. Así, el pensamiento recurrente del sí mismo masculino o femenino deviene una división pública de los baños, de modo que se reconocen los cuerpos sexuados a partir del discurso occidental de género, moderno y colonial.
Mientras que en las casas se replica el modelo familiar burgués que divide a la especie en hombres y mujeres, los baños suelen compartirse entre las y los miembros. Por el inconsciente tabú del incesto descrito por el psicoanálisis, los baños públicos suelen estar divididos en baños de hombres y baños de mujeres. Así como la ideología burguesa imperante fue agregando a los baños el agua corriente, también propone en sus espacios públicos la diferenciación sexual de los baños.
Cuando algunas feministas vislumbraron las diferencias del mundo público y el mundo privado, también hicieron notar que las mismas que consignaban a las mujeres al ámbito privado tenían tintes burgueses de propiedad privada. Es así que los baños pueden encontrarse fuera de la casa para las clases sociales menos privilegiadas, o altamente lujosos y privados para las clases más privilegiadas; lo mismo pasa con los baños públicos, pues en locales más precarizados sólo encontramos un baño compartido, mientras que en negocios acaudalados hay una división sexual de los baños que no sólo pone en juego la ideología dominante, sino que también se disfraza con tintes “progresistas” cuando instala espacios para la personas con funcionalidades diversas, o una repisa plegable para cambiar a los bebés.
Me parece oportuno mencionar que los baños/sanitarios/tocadores son, al mismo tiempo, espacios públicos y espacios privados, pues así como las visitas utilizan algún baño en la casa familiar, también los baños públicos devienen un lugar íntimo para las personas, aunque sea sólo por un momento y luego den paso a otra más. De ahí la importancia de estos lugares para una crítica sobre la ocupación de los espacios a partir de nuestras posiciones subjetivas hombre/mujer.
Si de cada espacio nos reapropiamos constantemente con nuestros usos y prácticas, es necesario entonces mencionar las prácticas culturales que generan usos alternativos en la ocupación de estos espacios. La ideología dominante que separa los baños dicotómicamente es parte de la violencia de género, la cual fetichiza la condición genérica hasta el punto que en la cultura popular hay hombres cantando sobre lo que pasa “en el baño de mujeres” -como cierta canción mexicana-, que fuera del imaginario colectivo no puede ser otra cosa que funciones fisiológicas y tal vez algunas prácticas de belleza como el maquillarse, que difícilmente encontramos presente en un baño de hombres.
Si bien hemos visto cómo nuestras funciones fisiológicas han sido moldeadas culturalmente para el espacio de los sanitarios, también en estos lugares son recurrentes prácticas culturales alternativas, sobre todo en los baños del ámbito público, desde los niños que entran acompañados de los padres, pasando por quienes llaman por teléfono, hasta quienes consumen sustancias ilícitas en éstos.
Lo curioso es que ahora se quiera mandar a amamantar a las mujeres a los baños, como si el estigma quisiera llevar la alimentación por la madre nutricia al mundo privado, relegando de nuevo en el ámbito público a las mujeres al permitirles mostrar las tetas únicamente para el consumo sexual de los hombres adultos. Eso es un ejemplo de ideología pura generalizada, pues las represiones sexuales nos han hecho olvidar los tiempos en que nos amamantaban para sobrevivir.
Por otro lado, la sexualización de los baños también da paso a encuentros fisiológicos que no sólo son del tipo excretorio. La construcción de los baños públicos a partir de la cultura del uso de los espacios posibilita los encuentros sexuales entre varones, pues los mingitorios resultan un área con una menor privacidad, sobre todo si no están segmentarizados para su uso individual, sino diseñados como orinales colectivos. La construcción de estos orinales posibilita encuentros homoeróticos del tipo que no ocurren en el caso de las lesbianas, pues las posibilidades de visibilidad e interacción no resultan tan prácticas en cubículos separados.
Hoy día, en un baño público también se puede cambiar a los bebés, quienes no controlan sus esfínteres, tanto en los baños de mujeres como en los de hombres, en un gesto por impulsar la equidad de género. La tan naturalizada diferencia de los baños en hombres y mujeres (con simbologías que van desde el cigarro y sombrero hasta flores y abanicos) es cuestionable si recordamos lo naturalizada que hace 100 años estaba la división racial de los baños en Norteamérica, el apartheid llevado a los baños. Actualmente, en México y en gran parte del mundo occidentalizado seguimos asociando el género con los sanitarios.
“El punto gozadera” es un espacio donde se reúnen distintos intereses feministas. Desde el giro restaurantil con sus populares tlayudas, cerveza artesanal y mezcal, hasta actividades culturales como presentaciones de libros, exposiciones visuales y performances.
Este punto nodal, ubicado en el número 15 de la plaza San Juan, en el centro histórico de la Ciudad de México, convoca a diferentes grupos de interesados en temas de feminismo y crítica al género. De este modo, durante el mes de octubre de 2015 acogió algunos de los eventos del Festival, y durante febrero y marzo del 2016 acoge el Batafems, una serie de jornadas contra la violencia de género que deviene en feminicidios y transfeminicidios, crímenes cuyos porcentajes en el país encabezan los números internacionales. Además se presentan constantemente talleres, conversatorios, cine y performances que buscan incidir en el desmantelamiento de éstos y otros fenómenos de violencia.
La violencia de género se critica desde la perspectiva feminista. La mayor parte de la gente que asiste a El punto gozadera ha tenido cercanía con la reflexión feminista que cuestiona la asimetría de los géneros, la cual conlleva a la subordinación y violencia de género. Curiosamente, en este sitio no se presentan prácticas de violencia como el acoso sexual, más bien quienes asistimos pretendemos practicar una convivencia horizontal, no sólo en el ámbito genérico para quienes se consideran hombres o mujeres, sino también en cuanto a otras condiciones de existencia. En este espacio los socios del lugar conviven con empleadas y realizan actividades en conjunto, por poner un ejemplo.
La propuesta de baños que encontramos en El punto gozadera es peculiar, pues nos propone compartir los sanitarios sin imponer una división dicotómica de hombres o mujeres. El baño, ubicado al fondo de la planta baja del local, se conforma por ocho cubículos con inodoros individuales distribuidos en dos filas, a lo largo de un espacio rectangular de 20.30 m x 7.60 m; las filas de retretes están separadas por un pasillo. En la entrada del baño encontramos una barra con tres lavamanos y un espejo amplio. Además de que este espacio es una propuesta exclusiva de El punto gozadera, resultado de la unión de dos baños durante la remodelación del lugar para conseguir este baño común de convivencia, también se agregó una rampa para incluir a las personas con diversidad funcional, pues la incidencia en la ideología no se da sólo por la apertura a la diversidad sexual.
Parece que el sexismo imperante se desvanece junto con la división sexual de los sanitarios, aunque es pertinente aclarar que esto va aunado a la perspectiva de género y feminista que sostenemos los usuarios. Se nota claramente en El punto gozadera, con su propuesta de baños múltiples, de uso colectivo, que hombres, mujeres y quienes transitan entre estas categorías u otras puedan convivir y compartir un espacio libre de estigma sexual y de violencia de género.
Este modo de incidir en la ideología patriarcal hegemónica -entendida cotidianamente como machismo- por medio de prácticas alternativas de uso de los baños, nos muestra otros modos de convivencia entre las personas. Me parece un buen ejemplo para la sociedad que se fomente una convivencia menos violenta en la que se puedan compartir espacios como el baño con toda naturalidad.
Inclusive los cubículos están pintados a modo de pizarrones, para que los ocupantes puedan escribir con gis en ellos, tal y como ocurre en otros baños públicos de manera no planeada. En los garabatos escritos no encontramos el uso de lenguaje sexista o falocéntrico, manifestaciones comunes en otros baños que reflejan un lenguaje de dominación masculina. Con estos pasos de prácticas críticas a la cultura hegemónica tal vez poco a poco lleguemos hasta a desmantelar los inodoros, que tanto daño hacen a nuestro colon y a nuestras neurosis.
Esta propuesta obviamente es un primer acercamiento a otro modo de convivencia. No podríamos esperar que sin intervenciones a nivel cognitivo se aplique esta medida en todos los baños, pues la violencia de género de hecho se encuentra latente en nuestra cultura. Por ello no resulta una práctica viable a corto plazo para todo espacio público, sino una medida posterior a la sensibilización en perspectiva de género, como El punto gozadera nos lo muestra: una convivencia más horizontal permite la ausencia de incomodidad de compartir los baños entre todos los presentes.
Quiero cerrar este ensayo con la reflexión sobre la convivencia armónica que se da en este espacio de esparcimiento cultural con tendencias feministas. A diferencia de instancias institucionalizadas especializadas en la lucha contra la violencia de género o hacia la mujer, como centros universitarios o gubernamentales, la convivencia en El punto gozadera tiene menos manifestaciones de violencia. Aunque algunas instituciones universitarias cuenten con programas especializados contra la violencia, ésta se ejerce en sus espacios, es el caso de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma Metropolitana y demás instituciones educativas, así como los alrededores metropolitanos; asimismo, el hostigamiento sexual se practica dentro de instituciones gubernamentales y particulares, donde los miembros no comparten sanitarios múltiples con quienes no son de su mismo género.
De ahí la importancia de comenzar a construir baños compartidos en espacios de reflexión sobre el propio género y la propia sexuación de la subjetividad. Si no es mediante nuestras prácticas en el espacio que habitamos, ¿cómo buscamos incidir para nuevas configuraciones genéricas menos violentas? Habrá que comenzar a educar para compartir baños. Si no podemos con una práctica tan simple, estaremos extraviados en posiciones subjetivas dicotómicas, diferencias culturales reiteradas en esos espacios llamados baños/sanitarios/tocadores, marcados por nuestra división cultural de la experiencia corporal: condones y copas menstruales en el bote de basura.
Gilles Deleuze y Félix Guattari, “Micropolítica y segmentaridad”, en
Sigmund Freud, “La novela familiar de los neuróticos”,
Sigmund Freud, “Tres ensayos de teoría sexual”, en
Joseph Mercola, “Para una mejor salud en el inodoro: ¿sentarse o acuclillarse?”. Recuperado el 3 de diciembre de 2012 en el portal Mercola:
Simone de Beauvoir,
Sigmund Freud, “Tres ensayos de teoría sexual”, en Obras Completas, 109-222.
María Lugones, “Colonialidad y género: hacia un feminismo decolonial”,