Sin duda las piedras reinan en el ombligo del mundo. Los muros que flanquean las calles angostas de la ciudad del Cusco despliegan sus geometrías líticas bajo la luz intensa del amanecer andino. Durante la Colonia, la traza de la ciudad transformó y recicló los muros de antiguas estructuras y templos dedicados a deidades prehispánicas para erguir iglesias y palacios barrocos. Hoy en día, entre los callejones estrechos y las plazas majestuosas, guías de turistas ataviados con ponchos de colores revelan con sus linternas figuras de animales invisibles: pumas, llamas y serpientes, todos ellos hechos de enormes moles superpuestas.
Más allá de las figuras zoomorfas de sus ensamblajes, las piedras de los sitios del Valle Sagrado son famosas por la cantidad de ángulos que las caracterizan. En un muro de la calle Hatun Rumiyoc yace, quizá, la piedra más conocida del Perú. Con sus 12 ángulos, cada uno adosado y entramado con una piedra aledana, esta mole de diorita verde es el eslabón perfecto del tejido lítico que conforma la admirada arquitectura incaica. A unos kilómetros del centro de la ciudad del Cusco, las murallas de Sacsayhuamán presumen el arte de la masonería andina sin recurrir a mortero alguno.
La fascinación por los muros incas, como lo explica la historiadora del arte Carolyn Dean, ha sido impulsada en gran parte por los misterios en torno a su factura. A pesar de que ˝El Inca˝ Garcilaso de la Vega describió los edificios y sus muros de piedra sólo unas décadas después de que fueron erguidos, y Felipe Guamán Poma de Ayala retrató a sus artífices trabajando en su edificación, las técnicas de ingeniería y de construcción empleadas para lograr la perfecta superposición de las piedra, quedaron olvidadas tras la estela de la violencia de la conquista.
El misterio hace la fama. Nadie, ni entonces ni hoy, sabe a ciencia cierta cómo los incas lograron mover, levantar y montar esas enormes piedras que pesan toneladas. Al enigma tecnológico, se sumaron las fantasías de poderes solares y posibles complicidades de seres fuera de este mundo. El Cusco se volvió así un sitio de peregrinaje de buscadores de realidades alternas; de viajeros sedientos de predicciones de chamanes, profecías en quechua y acogedoras ruinas verdaderas y falsas.
En su libro
Si bien hoy vemos sólo piedras y multiplicidades de ángulos en intrincados entramados geométricos, detrás de esos muros yacen, escondidas y silenciadas, relaciones de poder que hoy hacen eco en los proyectos de estado autoritarios y las dictaduras. Estos últimos han caracterizado la historia moderna de la región y del Perú.
En sus imágenes de esquinas y calles, tomadas tanto en pueblos y ciudades del Valle Sagrado como en zonas residenciales y turísticas de regiones alejadas del Cusco como Lima, los alrededores de Arequipa y Trujillo, al norte del país-, Pablo López Luz retrata el poder simbólico actual de la arquitectura incaica. Sus fotos revelan cómo, hasta el día de hoy, esta arquitectura se reformula mediante figuras pintadas, rompecabezas de cemento y estructuras de fibra de vidrio disfrazados de piedras antiguas. Cada una de estas ficciones líticas reproduce y cristaliza una idea de nación heredera de asombrosas tecnologías y poderosas estéticas ancestrales. Al mismo tiempo, las réplicas que López Luz capta con su lente dan cuenta de los diversos modos en que los habitantes del Perú contemporáneo se apropian y, por tanto, subvierten y transforman estas tecnologías de poder y formación de estado en entornos cotidianos y populares.