baBitácora ArquitecturaBitácora Arq.2594-08652594-0865Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Arquitectura10.22201/fa.14058901p.2017.35.59681InvestigaciónLa arquitectura en su dimensión temporalArchitecture in its Temporal DimensionCalanchini González CosJuan CarlosArquitecto Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México, México, e-mail: juansicalanchini@gmail.comUniversidad Nacional Autónoma de MéxicoFacultad de ArquitecturaUniversidad Nacional Autónoma de MéxicoMexicojuansicalanchini@gmail.comJan-Mar2017351625Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative CommonsResumen
El tiempo somos nosotros, por lo tanto resulta indispensable hablar de él y comenzar por aquéllos que han pensado en el tiempo a lo largo de la historia desde distintos enfoques. Se reflexionará después sobre los cambios y las posibilidades que puede traer consigo, para concluir con un acercamiento a la arquitectura en su estrecha relación con el tiempo y su “muerte,” la cual se propone contemplar como un ciclo de inicios perpetuos.
Abstract
Time is us, as such it is necessary to discuss it; beginning with those who have thought about time throughout history and from various points of view. Afterwards, we will reflect on the changes and possibilities that time can bring in order to conclude with an approach to architecture in its close relationship with time and its “death,” contemplated as a cycle of perpetual beginnings.
¿Qué es el tiempo? Un secreto insustancial y omnipotente. Un requisito previo del mundo exterior, un movimiento mezclado y fusionado con los cuerpos existentes y moviéndose en el espacio. Pero, ¿no habría tiempo si no hubiera movimiento? ¿No habría movimiento si no hubiera tiempo?
¡Qué pregunta! ¿Es el tiempo una función del espacio? ¿O viceversa? ¿O son los dos iguales? ¡Una pregunta aún más grande! El tiempo es activo, por naturaleza es muy similar a un verbo, tanto “madura” como “da a luz”. Y, ¿qué traerá consigo? ¡Cambio! Ahora no es entonces, aquí no es allí -pues en ambos casos el movimiento radica en el medio. Pero, debido a que medimos el tiempo por un movimiento circular cerrado en sí mismo, podríamos tan fácilmente decir que su movimiento y cambio son el descanso y el estancamiento, porque el entonces se repite constantemente en el ahora, el ahí en el aquí […]
Thomas Mann
Al leer a Thomas Mann y conocer que para él, “el tiempo es también algo que congela los testimonios de la historia,”1 uno puede llegar a cuestionarse lo que es realmente el tiempo. Sin duda forma parte de nuestra vida; sabemos qué es, pero si lo intentamos definir, puede resultar complejo y hasta imposible, pues el tiempo es algo intangible y sin embargo rige todo lo que nos rodea. Existen infinidad de acercamientos, disertaciones y sobre todo muchas preguntas; del mismo modo que con otros conceptos -como el del espacio-, ninguna definición parece definitiva.
El tiempo en el tiempo
Muchos autores han pensado en el tiempo a lo largo de la historia. Desde el siglo IV, san
Agustín de Hipona, en sus Confesiones, argumentó la existencia
clara de tres tiempos específicos:
[…] un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas futuras. El presente de las cosas idas es la memoria. El de las cosas presentes es la percepción o visión. El presente de las cosas futuras, la espera.2
Relacionado con esta idea, en el siglo XVII Gottfried Wilhelm Leibniz señaló la relación que tiene el presente con los otros tiempos que ya no existen o que habrán de existir, al presentar los tiempos como construcciones que surgían a partir de ciertos eventos y sus relaciones, lo cual fortalecía la teoría de la causalidad.3 Para él era claro que “el presente está cargado de todo el pasado y lleno de todo el futuro.”4
Sin embargo, alrededor del mismo periodo, Isaac Newton, con un enfoque desde la física,
concibe el tiempo como total, absoluto, independiente y constante, que se reduce a
una realidad matemática en la que el tiempo es independiente de la conciencia. El
tiempo de Newton fluye con regularidad y se conoce más bien como durabilidad, medida
por el movimiento, y se usan como medios de expresión la hora, el día, el mes y el
año, en lugar del verdadero tiempo.5
Por otra parte, Immanuel Kant, en el siglo XVIII, en la Crítica de la razón pura apunta, desde una visión filosófico-existencial, que los tres modos de tiempo son permanencia, sucesión y simultaneidad.6 Cuestiona la forma en que los fenómenos se perciben como simultáneos o sucesivos, e insiste en conocer el fundamento para percibirlos así y no de otro modo.7 En cambio, para Friedrich Nietzsche, en el siglo XIX, el tiempo no es un flujo, sino una pulsación; se trata de una tensión rítmica que sintetiza los momentos de transformación: si el tiempo sólo fluyera, dice, tendría una carencia de tensión y no habría ninguna diferenciación.8
Edmund Husserl, ya en el siglo XX, señaló que la duración temporal es un momento inmanente de la sensación que ocurre cuando el estímulo externo provoca -por la forma de los procesos físicos- la cualidad de percepción, por su potencia -la intensidad de la sensación- y por lo que perdure -la duración percibida. Advierte que el hecho de que el estímulo dure no significa que la sensación se perciba como duradera.9 Además menciona que la extensión temporal que se aprecia en cada objeto pertenece a su esencia.10
Para Henri-Louis Bergson, también en ese siglo, el presente es de suma importancia, como cuando afirma: “Para nosotros no hay jamás otra cosa que lo instantáneo.”11 La percepción es el estado fuerte o más importante, ya que es el que se encuentra presente, y por lo tanto el recuerdo es el estado más débil, porque depende de la memoria, que tiende a alterar lo que alguna vez fue la realidad. Bergson también habla de la duración, la cual para él significa que el “yo” vive el presente, pero recordando el pasado y anticipando el futuro.12 Para él, la duración real “es lo que siempre se ha llamado tiempo, pero el tiempo percibido como indivisible.”13
Según Maurice Merleau-Ponty, el tiempo no es un “dato de la conciencia” como tal, sino que la conciencia es la que lo despliega y constituye. En su tiempo, el presente tiene privilegio, porque en esa zona coincide el ser con la conciencia. En todo momento están presentes un pasado -en forma de memoria- y un futuro -en forma de intencionalidad, que orientan al sujeto en su actividad presente, puesto que el tiempo no es una línea, sino una red de intencionalidades.14 Por el contrario, Albert Einstein observó que era necesario olvidar las ideas puras del tiempo15 y calibrar el cambio sólo con las lecturas de relojes físicos reales, ya que para él ésa era la única forma clara y significativa de medir el cambio físico en el universo.16
Volviendo a la filosofía, también se podría hablar de la temporalidad. Como afirmó Martin Heidegger, el tiempo es ese umbral en donde el ser se vuelve del todo inteligible, es decir, se logra interpretar al ser por medio del tiempo. Sin embargo, esa interpretación siempre es temporal, y por temporal se refiere a que está “en el tiempo.”17
[…] el tiempo es algo en lo que se puede fijar arbitrariamente un punto que es un ahora, de tal manera que, en relación con dos puntos temporales, siempre se puede decir que uno es anterior y otro posterior. A este respecto ningún ahora puntual del tiempo se distingue de cualquier otro. Cada punto, como un ahora, es el posible antes de un después; y, como el “después,” es el después de un antes. Este tiempo es constantemente uniforme y homogéneo. Sólo en tanto el tiempo está constituido homogéneamente puede ser medido.18
Con esto en mente, definió el pasado y el futuro no como “una nulidad absoluta, sino como algo presente que carece de algo. A esta carencia la llama ‘ya no’ y ‘todavía no’.”19
Jacques Derrida, a propósito de la filosofía aristotélica de la temporalidad, dijo de una manera fugaz y sencilla, con un lacónico epitafio: “En cierto sentido, siempre es muy tarde para hablar del tiempo,”20 el tiempo está pasando y, cuando se habla de ello, ya pasó, ya no está. El tiempo pasa y lo que se mide es lo que va transcurriendo. El ahora se puede sentir, pero cuando pasa, cuando termina, ya no puede sentirse, pues se trata de algo que ya fue. El tiempo es pues un veloz acompañante, constante y medible, pero a la vez indescifrable y de fácil escapatoria.
El tiempo y el cambio
No es que lo pasado arroje luz sobre lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en donde lo que ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelación
Walter Benjamin
Conforme a Jacques Derrida, se podría decir que este tiempo marca y con- juga el periodo actual de los distintos tiempos que existen en la arquitectura: pasado, presente, futuro, los cuales nos permiten leer los edificios desde distintos puntos de vista. Durante su lectura, pueden llegar a surgir múltiples preguntas: ¿cómo era ese edificio en el pasado?, ¿cómo es hoy?, ¿cómo será mañana? Se podría modificar el tiempo futuro o agregar el tiempo de las posibilidades (¿qué pasaría si…?). Si somos buenos observadores, nos podemos dar cuenta de que el tiempo pasado y el tiempo presente pueden leerse en el edificio de una forma más sencilla que el futuro o las posibilidades. Con estos últimos, el tiempo se hará cargo de la arquitectura, dialogará con el edificio.
Extensión y remodelación de la Oskar Reinhart Collection “Am Römerholz”, Winterthur, Suiza. Gigon & Guyer, 1998. Fotografía: Harald F. Müller
El tiempo marca la pauta: trae consigo cambios y mide todo lo que hacemos. Al igual que un ser humano, la arquitectura tiene ciclos, similares a los biológicos. El tiempo acompaña la arquitectura en todo momento por medio de ciclos y procesos temporales. La planeación requiere tiempo al igual que la construcción; si nosotros somos tiempo, entonces la arquitectura también lo es. ¿Cómo podemos identificar este concepto del tiempo en la arquitectura? ¿Dónde se observa más la relación entre la arquitectura y el tiempo? ¿Cómo se podría fabricar o adaptar un tiempo particular para el lugar? Los edificios, al ser terminados, activan un conteo regresivo. Cuando los dueños habitan el espacio, lo van desgastando con el uso, como nuestro cuerpo. El mantenimiento sólo atrasa un poco ese conteo regresivo. El tiempo se imprime en los materiales, tanto en su desgaste como en su durabilidad, en las memorias que existen dentro del espacio o en la huella que otros habitantes han dejado.
Que el edificio envejezca con dignidad absoluta y de una forma controlada, que permita identificar cómo se va a manifestar el tiempo y qué medidas se pueden tomar cuando ocurra, depende directamente de los habitantes de cualquier espacio edificado. Analizar los materiales que se utilizarán y efectuar en ellos pruebas de resistencia, al mismo tiempo que se observan sus reacciones ante el contexto donde serán utilizados, se plantea como algo necesario para conocer con certeza si es conveniente o no integrarlos a los proyectos.
Hay algunos casos conocidos de arquitectos que integran el tiempo como su mejor aliado para diseñar. Conviene mencionar tres proyectos en particular, los cuales, mediante el correcto uso de materiales y el conocimiento sobre su comportamiento, han logrado emplazarse adecuadamente en su contexto o biotopo. El primero se trata de la extensión del museo para la Oskar Reinhart Collection “Am Römerholz,” que realizaron Gigon & Guyer en 1998, en Winterthur, Suiza, para la cual se utilizaron paneles prefabricados de concreto, con piedra caliza y cobre. El agua de lluvia se canaliza hacia los paneles de concreto donde, al descender, actúa en conjunto con los iones del cobre para que aparezca una pátina en su superficie de forma indefinida.
El segundo caso es el edificio de producción y almacenaje de Ricola Europa, en Mulhouse, Francia, completado en 1993 por Herzog & de Meuron. Se encuentra delimitado por dos muros de concreto con añadidos químicos, los cuales al entrar en contacto con el agua, liberan agentes que tiñen la fachada de un tono verdoso natural. El último ejemplo, de los mismos arquitectos y en la misma localidad, es el estudio para Rémy Zaugg, realizado en 1995, el cual tiene una configuración similar que el anterior, pero los muros laterales se bañan con tonalidades cobrizas al entrar en contacto con el agua.
Extensión y remodelación de la Oskar Reinhart Collection “Am Römerholz”, Winterthur, Suiza. Gigon & Guyer, 1998. Fotografía: Harald F. Müller
Se podría decir que “no es posible una verdadera identidad espacial sin integración de la
dimensión del tiempo. Integrar el tiempo es una cuestión que concierne al carácter y
a la articulación de la arquitectura;”21 pero en estos tres casos, el tiempo es el factor más
importante, y a su vez se considera como un factor de diseño. El tiempo es parte
sustancial de nuestra materialidad corporal y espacial y los arquitectos deberían
tomarlo en cuenta; del mismo modo, pensar en el tiempo como un acompañante que (con
un tono un poco perverso y tomando como referencia el cuadro de Francisco de Goya,
Saturno devorando a su hijo) da vida y devora la arquitectura.
Los edificios envejecen al igual que los seres humanos; así, es el tiempo el que, a
mayor escala, determina el devenir de los edificios: permanecen o pasan de moda,
perduran, se abandonan o se olvidan. Por eso “tienen que ser entendidos en términos
de varias escalas de tiempo diferentes sobre las que cambian, en términos de
imágenes en movimiento e ideas en proceso de cambio.”22
Si se entendiera el tiempo como un factor de vital importancia para la arquitectura, se podría entonces trabajar con materiales que dialoguen e interactúen de forma directa, tomando en cuenta su innegable desgaste y el devenir inevitable que esto conlleva. Diseñar con el tiempo en nuestras manos permitiría comprender los ciclos y procesos que pueden llegar a sufrir los edificios, así como las muchas posibilidades en que pueden reaccionar a él. El tiempo es un concepto inherente a la arquitectura, que le permite vivir, envejecer y morir con dignidad.
Hipotéticamente hablando, ¿no sería más poderoso, interesante e incluso romántico si la Villa
Savoye se pudiera visitar en el estado en que se encontró después de la Segunda
Guerra Mundial y no como se halla actualmente? De esa forma se entendería que el
tiempo siguió su curso, actuando y comunicándose con ella. Quizá sea imposible
regresar la Villa Savoye a su estado de deterioro, pero sí podríamos imaginarnos
otra posibilidad entre su condición original, su condición actual y su futuro
incierto. Una aproximación podrían ser las imágenes retocadas por el fotógrafo belga
Xavier Delory, quien en 2014, con su serie Sacrilege, imaginó cómo
podría verse la Villa Savoye si no hubiera un control de su deterioro y si hubiera
permanecido inalterada por el ser humano a lo largo de los años: con marcas de
grafiti y otras huellas del paso del tiempo. Con la restauración se perdió el tiempo
contenido entre sus muros. Las huellas de su tiempo pasado se cubrieron con pintura
blanca.
Probablemente sea necesario pensar en los edificios en este sentido, pues en un futuro llegarán a ser residuos: morirán. Pero, ¿su muerte es final? ¿Se puede retrasar su muerte? ¿Sus futuros residuos se pueden volver a utilizar? ¿Qué más puede pasar con ellos? Conviene una valoración más respetuosa y honesta del futuro de los edificios; de su devenir, de su final, de su más allá y de sus posibilidades.
Edificio de producción y almacenaje de Ricola Europa, Mulhouse, Francia. Herzog & de Meuron, 1993. Fotografías:Eugeni Bach
Villa Savoye, Le Corbusier. Fotografía tomada por un soldado desconocido después de la Segunda Guerra Mundial
La vida y la muerte en la arquitectura: ¿un tiempo finito?, ¿un fin?
Dedicada como está a la creación (“vida”), ¿cuál es la relación de la arquitectura con los procesos de pérdida, deterioro, destrucción, y “muerte”, a la que los edificios están inevitablemente sujetos?
Stephen Cairns y Jane M. Jacobs
Si la arquitectura, al igual que los seres humanos, también tiene vida -vive, respira, cambia, se adapta, tiene memoria, guarda testimonios-, entonces podemos decir que también muere. Ciertamente, “la arquitectura sigue adelante entre mil obstáculos e intentos de involución, y el que se sitúe al margen de un curso asimétrico, inquieto, desestabilizador significa que no tarda en alcanzar la calma absoluta […] eso, para la arquitectura, es la muerte.”23 Teniendo esto en cuenta, se puede afirmar que la arquitectura, después de cumplir con su ciclo, sus procesos y funciones, muere. Los edificios dejan de funcionar dentro de su ciclo de vida, incluso cuando se les administran antídotos, remedios o parches, pues, como un organismo enfermo y sin remedio, no aguantan por siempre. ¿Cómo podemos tratar con la muerte, lo único inevitable, si la mayoría de los arquitectos buscan construir con un sentido de trascendencia, ignorando que la arquitectura, efectivamente, muere? ¿Cómo actuar ante la muerte? Cuando el estado de un edificio es perjudicial para su contexto, es necesario marcar su hora de defunción y dejar que el edificio pase a formar parte del pasado. Los proyectos mueren, los edificios también mueren y la arquitectura ineludiblemente muere. El tiempo es el que marca la hora. La arquitectura es tiempo.
No obstante, si vivir es parte de nosotros y trascender es un deseo, ¿por qué tomar la muerte como el final de todo? Si resulta posible que un edificio pueda multiplicar sus vidas, ¿tendrá la posibilidad de tener muchas muertes y de regresar de las ruinas en varias ocasiones? En el mismo sentido, si la vida es un estado existencial de finitud, es decir, un tiempo finito, entonces la muerte es insoportablemente inevitable. Resulta obvio que cualquier organismo vivo va a morir. Pero, como lo apunta Heidegger, el ser humano es el único que lo sabe y esto forma parte de la angustia existencial de la vida misma; por esta razón, su condición ontológica es distinta de la de los demás entes. Al contraponer esta idea a la arquitectura se logra asumir que los edificios, aunque inertes, también tienen vida. Se podría decir también que es “el arquitecto quien, a través de una idea, el diseño, planeación y ejecución de la misma, se encarga de dotar y crear esa vida;”24 pero, de la misma forma, Nietzsche decía que “cualquiera que deba ser un creador, siempre aniquila.”25 Con esto en mente, el arquitecto puede verse como aquél capaz de dar y quitar vida a los edificios, pero, aun así, el arquitecto no debiera seguirse catalogando como un creador, sino como una persona al servicio de los demás y de sus demandas. Sabemos que en cierto momento la vida útil de un edificio va a terminar; el edificio va a morir debido a factores políticos, cuestiones económicas, la durabilidad de sus materiales, la función desvirtuada de sus espacios o, incluso, para permitir la inserción de otro elemento arquitectónico. Hay diversos procesos y etapas por los que pasan los edificios, desde su entrada en uso hasta los estados graduales de decaimiento que lo llevan a distintas condiciones y diferentes destinos.
La arquitectura del siglo XXI exige que los arquitectos pensemos diferente, que nos atrevamos a experimentar con los distintos procesos que pueda tener un edificio después de construirse, de habitarse, de decaer, de llegar a la ruina, así como las posibilidades que tiene después de “morir,” o trascender su carácter simbólico.26
A partir de esto podemos explorar la posibilidad de la reconstrucción, con el ejemplo del Pabellón de Barcelona de 1929, del arquitecto alemán Ludwig Mies van der Rohe. Los pabellones de las exposiciones internacionales siempre han contado con un carácter efímero. En este caso en específico, su utilidad era una recepción oficial para el rey Alfonso XIII de España de parte de la delegación alemana. En 1930, después de concluida la exposición, el pabellón se desmontó. El edificio, en ese momento, no contaba con una proyección sobre su futuro, por lo que, al cumplir su función, llegó su final: su destrucción. Todavía no era reconocido como una referencia arquitectónica mundial; el pabellón diseñado por Mies van der Rohe había muerto. Más allá de su muerte física, comenzó a ser un punto de referencia importante para la carrera de Van der Rohe y para la arquitectura misma. Pero, entonces, ¿quién tomó la decisión de reconstruirlo? ¿Era la mejor opción posible? ¿Para quién es válido? La esencia del edificio original había muerto, desapareció cuando sus piezas se desarmaron y el elemento quedó destruido e inutilizable.
Al morir esa esencia, se puede coincidir con la cita (anónima) que Anthony Vidler alguna vez mencionó: “uno nunca ha de reconstruir ruinas: la mano del constructor que intenta repararlas no será menos desastrosa que la de los vándalos,”27 pues sería una forma o un intento de imitar algo que ya pasó. Se tendría entonces que formular una distinción clara entre lo que es original y lo reconstruido, para después llegar a una justificación sobre si es más valioso el elemento original o la copia, incluso si esa copia es una falsificación del elemento, una transgresión o una falsedad histórica. Para identificar si la reconstrucción de este pabellón es válida o no, convendría un acercamiento desde la filosofía, a fin de encontrar posibles respuestas a estas cuestiones que son, sin duda, sumamente debatibles. Conviene preguntar si se trata de una posibilidad después de la muerte, o de una antiposibilidad.28 Es tal vez un claro ejemplo de reinterpretación del pasado glorioso.
Para aclarar la idea anterior se puede aventurar la siguiente hipótesis: si un cataclismo de grandes magnitudes destruyera las pirámides de Guiza, dejándolas en ruinas, ¿se reconstruirían? ¿No sería esto una falsedad histórica? ¿Qué criterios se utilizarían para levantarlas de nuevo? ¿Se reconstruirían según los valores originales, los de 1930 o los del día anterior al cataclismo? Y quizá conviene también cuestionar cuánto tiempo permanecerán. Convendría mantener las pirámides destruidas, tal como el cataclismo las dejó, para entender su historia, la forma en que ocurrió y cómo el tiempo marcó su destino. El tiempo es el que decide, el tiempo es el que marca nuestra vida.
Si es cierto que: “la muerte, la destrucción y el deterioro representan la otra cara negativa, inductora de ansiedad, a una serie de supuestos per- durables y a veces contradictorios acerca de los atributos que definen la arquitectura construida: su durabilidad material, su génesis creativa, su utilidad productiva y su valor estético,”29 ¿cuándo seremos capaces de hacerles frente de forma directa a los aspectos negativos de la arquitectura? Tendríamos primero que cuestionar si la arquitectura es eterna. No todos los edificios han durado más de 100 años ni han sobrevivido la muerte de sus arquitectos, también ha habido un sinfín de ejemplos que, por diversas razones, fueron abandonados, demolidos, apropiados, regenerados o intervenidos. Se pue- de encontrar una infinidad de posibilidades posteriores a la muerte de un edificio y sería arbitrario que muriera del todo si hay oportunidades de re- plantear su vida. Su posible reutilización depende de factores políticos, eco- nómicos, sociales, culturales, naturales e incluso personales, y el resultado depende del contexto en que se encuentre. Aun así, en muchas ocasiones el único fin posible para un edificio es su destrucción o eliminación.
La muerte se trata de una transformación para la que, como llega repentinamente, sería adecuado prepararnos durante nuestra vida. Vivir es dicha preparación. Pero si hablamos de algo conocido, algo que no se puede cambiar y que esperamos sin saber cuándo llegará, entonces, ¿por qué nos asusta tanto y nos negamos a contemplarla? En nuestro interior sabemos que no podremos evitar enfrentarnos eternamente a la muerte.30 Quizá muchos de nosotros le tenemos miedo porque ignoramos quiénes somos en realidad; es decir, creemos en nuestra identidad como única y permanente, independiente e íntimamente personal, pero si la examináramos podríamos darnos cuenta de que obedece a una serie interminable de factores que la sostienen y le dan valor. De ese endeble y fugaz soporte depende lo que nos otorga seguridad, pero si todo eso desaparece, ¿quiénes seríamos en realidad? En otras palabras, sin nuestras propiedades conocidas que nos dan identidad -los espacios, los edificios, nuestra casa- quedamos frente a frente con nosotros mismos: alguien que no conocemos, una persona inquietante que forma parte de nosotros, pero que nunca hemos querido entender. ¿Será ése el motivo para intentar compensar con ocupaciones, ruido y actividad constante, aunque sea trivial y aburrida, el momento de quedarnos a solas y en silencio con ese desconocido?31
Desde esta postura, intentando disminuir lo fatídica que es la muerte, se puede decir que, al igual que para muchas religiones, ésta no es el final. Trasladando esta idea a la arquitectura, los edificios tampoco mueren del todo, sino que tienen una etapa de vida posterior un tanto incierta. Para que los edificios mueran del todo, el contexto y la comunidad que los ha- bitan tendrían que marcar su final, ignorando o resolviendo el problema; lo único que permanecería serían la memoria y la nostalgia después de que desaparece un edificio.
Hay, como todo en la vida, posibilidades infinitas de replantear los objetos arquitectónicos y las nociones que tenemos de las cosas, que permiten dotarlas de un último respiro: una extensión de su vida útil. Algunas de estas posibilidades podrían ser la recuperación, rehabilitación, restauración, reutilización, reciclaje, o la ruina. Después del fin puede ser válido preguntar si hay un más allá, y se pueden localizar tres variables: reconstrucción, resiliencia y experimentación.32
Los arquitectos deberían considerar la exploración de todas las posibilidades para su arquitectura. Pensar en sus infinitas oportunidades de acción, para comenzar a innovar desde el inicio del proceso de diseño arquitectónico. Toda arquitectura podría repensarse socialmente, rediseñarse material- mente y adaptarse ecológicamente después de su muerte. Esta arquitectura podría conocerse entonces como una de inicios perpetuos.33
Todo lo anterior nos lleva a asegurar que, como dijo Heráclito, “lo único que tenemos de permanente es el cambio,” o que “el tiempo es un niño que juega, buscando dificultar los movimientos del otro: reinado de un niño;”34 por eso necesitamos que todo lo que hagamos y fabriquemos se vaya adaptando de manera constante a nuestras necesidades, deseos y demandas, con el tiempo siempre en nuestras manos. “Los arquitectos tendríamos que abogar para que la arquitectura, en toda su dependencia, permanezca abierta”35 y se libere de los estándares cotidianos con los que se ha manejado. Se debe experimentar con la arquitectura y su acercamiento desde otras formas sensibles de verla, ya que “la arquitectura del mañana será un instrumento para modificar las concepciones actuales del tiempo y del espacio. Será un instrumento para conocer, para actuar.”36 Y, me parece adecuado añadir, también para experimentar. “Para experimentar, uno debe intentar. Para experimentar uno debe evitar limitarse.”37 El tiempo no tiene límites.
ReferenciasBenjamin, Walter. Libro de los pasajes. Edición de Rolf Tiedemann. Madrid: Akal, 2005.BenjaminWalterTiedemannRolfMadridAkal2005Bergson, Henri. Memoria y vida [Memoire et vie, 1975].Textos escogidos por Gilles Deleuze. Madrid: Alianza, 2004.BergsonHenriMemoire et vie, 1975Textos escogidos por Gilles DeleuzeMadridAlianza2004Bolaños Linares, Ronan. La cuarta dimensión de la arquitectura: el tiempo como herramienta integral en el diseño arquitectónico. Tesis para obtener el grado de doctor en Arquitectura. Barcelona: Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, Universidad Politécnica de Cataluña, 2008.Bolaños LinaresRonandoctor en ArquitecturaBarcelonaEscuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, Universidad Politécnica de Cataluña2008Cairns, Stephen y Jane M. Jacobs. Buildings Must Die: A Perverse View of Architecture. Cambridge: The MIT Press, 2014.CairnsStephenJacobsJane M.CambridgeThe MIT Press2014Calanchini González Cos, Juan Carlos. Posibilidades de vida después de la muerte de la Arquitectura. Tesis para obtener el grado de licenciado en Arquitectura. Ciudad de México: Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017.Calanchini González CosJuan Carloslicenciado en ArquitecturaCiudad de MéxicoFacultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México2017Castro Rodríguez, Sixto José. La trama del tiempo: una exposición filosófica. Salamanca: San Esteban, 2002.Castro RodríguezSixto JoséSalamancaSan Esteban2002Chtgheglov, Ivan [Gilles Ivain]. “Formulaire pour un nouveau urbanisme.” Internationale Situationniste1 (1958). [Versión castellana: “Formulario para un nuevo urbanismo”. En Raoul Vaneigem, Attila Kotanyi yGilles Ivain . Urbanismo situacionista. Barcelona: Gustavo Gili, 2006].ChtgheglovIvanIvainGillesFormulaire pour un nouveau urbanisme11958Versión castellana: “Formulario para un nuevo urbanismo”. En Raoul Vaneigem, Attila Kotanyi yGilles Ivain . Urbanismo situacionista. Barcelona: Gustavo Gili, 2006Eggers Lan, Conrado, editor. Los filósofos presocráticos. Madrid: Gredos, 2000.Eggers LanConradoMadridGredos2000Davidson C., Cynthia editora. Anytime. Nueva York: Anyone Corporation, 1998.Davidson C.CynthiaNueva YorkAnyone Corporation1998Deleuze, Gilles. Nietzsche and Philosophy. Traducción de Hugh Tomlinson. Nueva York: Columbia University Press, 2006.DeleuzeGillesTomlinsonHughNueva YorkColumbia University Press2006Groák, Steven. The Idea of a Building: Thought and Action in the Design and Production of Buildings. Londres: E. & F.N. Spon, 1992.GroákStevenLondresE. & F.N. Spon1992Heidegger, Martin. El ser y el tiempo [Sein und Zeit, 1927]. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1997.HeideggerMartinSein und Zeit, 1927Ciudad de MéxicoFondo de Cultura Económica1997_____. El concepto de tiempo [Der Begriff der Zeit, 1924]. Madrid: Trotta, 2003.HeideggerMartinDer Begriff der Zeit, 1924MadridTrotta2003Husserl, Edmund. Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo [Vorlesungen zur Phanomenologie des inneren Zeitbewusstseins, 1928]. Madrid: Editorial Trotta, 2002.HusserlEdmundVorlesungen zur Phanomenologie des inneren Zeitbewusstseins, 1928MadridEditorial Trotta2002Jameson, Fredric. “The End of Temporality”, Critical Inquiry 29-4 (2003): 695-718. doi:10.1086/377726.JamesonFredricThe End of Temporality294200369571810.1086/377726Le Poidevin, Robin y Murray Macbeath, editores. The Philosophy of Time. Oxford: Oxford University Press, 1993.Le PoidevinRobinMacbeathMurrayOxfordOxford University Press1993Mann, Thomas. The Magic Mountain: A Novel. Traducción de John E. Woods. Nueva York: Alfred A. Knopf, 1995.MannThomasWoodsJohn E.Nueva YorkAlfred A. Knopf1995Merleau-Ponty, Maurice. The Phenomenology of Perception. Londres: Routledge, Kegan & Paul, 1989.Merleau-PontyMauriceLondresRoutledge, Kegan & Paul1989Nietzsche, Friedrich. Thus Spoke Zarathustra. Traducción de W. Kaufmann. Londres: Penguin, 1968.NietzscheFriedrichKaufmannW.LondresPenguin1968Norberg-Schulz, Christian. Arquitectura Occidental. Barcelona: Gustavo Gili, 1999.Norberg-SchulzChristianBarcelonaGustavo Gili1999Ricoeur, Paul. Tiempo y narración III. El tiempo narrado. Ciudad de México: Siglo XXI, 1999.RicoeurPaulCiudad de MéxicoSiglo XXI1999Rimpoché, Sogyal. El libro tibetano de la vida y de la muerte. Barcelona: Urano, 1992.RimpochéSogyalBarcelonaUrano1992San Agustín de Hipona. Las confesiones [Libro XI]. Madrid: Tecnos, 2009.HiponaSan Agustín deLibro XIMadridTecnos2009Till, Jeremy. Architecture Depends. Cambridge: The MIT Press, 2009.TillJeremyCambridgeThe MIT Press2009Turetzky, Philip. Time: The Problems of Philosophy. Londres: Routledge, 1998.TuretzkyPhilipLondresRoutledge1998Zevi, Bruno. Leer, escribir, hablar arquitectura. Barcelona: Apóstrofe, 1997.ZeviBrunoBarcelonaApóstrofe1997
Este artículo se deriva y contiene fragmentos de la investigación para la tesis de licenciatura Posibilidades de vida después de la muerte de la arquitectura (Ciudad de México: Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017), realizada por el mismo autor.
Thomas Mann, “La montaña mágica”, en Sixto José Castro Rodríguez, La trama del tiempo (Salamanca: San Esteban, 2002), 29.
San Agustín de Hipona, Las confesiones [libro XI] (Madrid: Tecnos, 2009), 478.
Robin Le Poidevin y Murray Macbeth editores, The Philosophy of Time (Oxford: Oxford University Press, 1993), 5
Sixto José Castro Rodríguez, La trama del tiempo, 144.
Philip Turetzky, Time. The Problems of Philosophy (Londres: Routledge, 1998), 73.
Paul Ricoeur. Tiempo y narración III. El tiempo narrado [Temps et recit. Le temps raconté, 1985] (Ciudad de México: Siglo XXI, 1999), 704.
Sixto José Castro Rodríguez, La trama del tiempo, 128.
Philip Turetzky, Time: The Problems of Philosophy, 109.
Edmund Husserl, Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo [Vorlesungen zur Phanomenologie des inneren Zeitbewusstseins, 1928] (Madrid: Trotta, 2002), 34-35.
Edmund Husserl, Lecciones de fenomenología, 152.
Edmund Husserl, Lecciones de fenomenología, 40.
Sixto José Castro Rodríguez, La trama del tiempo, 159.
Henri Bergson, Memoria y vida [Memoire et vie, 1975], textos escogidos por Gilles Deleuze (Madrid: Alianza, 2004), 27.
Maurice Merleau-Ponty, “Fenomenología de la percepción”, en Sixto José Castro Rodríguez, La trama del tiempo, 155.
También se le llama referente eidético
Sixto José Castro Rodríguez, La trama del tiempo, 112.
Martin Heidegger, El ser y el tiempo [Sein und Zeit, 1927] (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1997), 28
Martin Heidegger, El concepto de tiempo [Der Begriff der Zeit, 1924] (Madrid: Editorial Trotta, 2003), 70
Nevzat Sayin y Serhan Ada, “How to Make a Shuttle with Dust and Wind,” en Cynthia Davidson, Anytime (Nueva York: Anyone Corporation, 1998), 37.
D’une certaine manière, il est toujours trop tard pour poser la question du temps, traducción del autor. Jacques Derrida, Marges de la philosophie (París: Les Éditions de Minuit, 1972), 47. Citado en Fredric Jameson, “The End of Temporality”, Critical Inquiry 29-4 (verano de 2003): 695-718. doi: 10.1086/377726.
Christian Norberg-Schulz, Arquitectura Occidental (Barcelona: Gustavo Gili, 1999), 215.
Steven Groák, The Idea of a Building: Thought and Action in the Design and Production of Buildings (Londres: E. & F.N. Spon, 1992), 15.
Bruno Zevi, Leer, escribir, hablar arquitectura (Barcelona: Apóstrofe, 1997), 581-594
Stephen Cairns y Jane M. Jacobs, Buildings Must Die: A Perverse View of Architecture (Cambridge: MIT Press, 2014),1.
Friedrich Nietzsche, Thus Spoke Zarathustra, traducción de W. Kaufmann (Londres: Penguin, 1968)
Juan Carlos Calanchini González Cos, Posibilidades de vida después de la muerte de la arquitectura, tesis para obtener el grado de licenciado en Arquitectura (Ciudad de México: Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017), 78.
“Ruines et Antiquites”, Journal des Arts, des Sciences et de Litterature 124, 20 (1801?), 62. Citado en Anthony Vidler, “The Paradoxes of Vandalism: Henri Gregoire and the Thermidorian Discourse on Historical Monuments,” en Jeremy D. Popkin y Richard H. Popkin, editores, The Abbe Gregoire and his World (Dordrecht: Kluwer Academic Publishers, 2000), 154. doi: 10.1007/978-94-011-4070-6_7
Juan Carlos Calanchini González Cos, Posibilidades de vida… , 197.
Stephen Cairns y Jane M. Jacobs, Buildings Must Die, 1.
Stephen Cairns y Jane M. Jacobs, Buildings Must Die, 35
Stephen Cairns y Jane M. Jacobs, Buildings Must Die, 36
Juan Carlos Calanchini González Cos, Posibilidades de vida…, 19.
Juan Carlos Calanchini González Cos, Posibilidades de vida…, 128.
760 (22 B 52) Hipól, IX 9,4. Citado en Los filósofos presocráticos vol.I, Conrado Eggers Lan, editor (Madrid: Gredos, 2000)
Jeremy Till, Architecture Depends (Cambridge: The MIT Press, 2009), 195.
Ivan Chtgheglov [Gilles Ivain], Formulaire pour un nouveau urbanisme” Internationale Situationniste1 (1958) [Versión castellana: “Formulario para un nuevo urbanismo,” en Raoul Vaneigem, Attila Kotanyi y Gilles Ivain, Urbanismo situacionista. (Barcelona: Gustavo Gili, 2006)]
Juan Carlos Calanchini González Cos, Posibilidades de vida…”, 272.