Una pregunta, por lo demás pertinente, surge ante este libro: ¿para qué insistir y proponer un tema tan estudiado como la casa? A primera vista, es cierto, parece un libro más sobre un argumento que parece estar de moda. Pero éste no es un libro cualquiera.
La casa, como centro de nuestras vidas y entendida como el lugar más íntimo de nuestro ser y estar en el mundo, es también el espacio más difícil de estudiar.
Si partimos del principio de que todos los habitantes del planeta vivimos en algo a lo que convenimos denominar, genéricamente, casa -aunque sea un departamento, un jacal, una mansión-, todos sabemos exactamente cómo es, cómo funciona, qué necesita, qué le cambiaríamos, qué hemos transformado y cómo nos hemos apropiado de ella. Profesionistas y neófitos la amoldamos a nuestra manera de ser, la reconfiguramos y, por ello, es la más vulnerable de todas las formas de arquitectura.
La vulnerabilidad de la casa radica en su capacidad de transformación, de cambio de uso, de crecimiento, de adaptación, pero también de pérdida y destrucción. De ahí la necesidad constante de estudiarla y he aquí el principio generador de la investigación de Lourdes Cruz. Se trata de una reflexión de poco más de 14 años, que llegó a un punto maduro respecto a un tema del cual no existe un final.
La mirada sobre el objeto analizado, además, se aleja de cualquier otro trabajo hasta ahora. En primer lugar, abandona el convencionalismo de las narraciones históricas que ignoran la vivienda unifamiliar de clase alta en la Ciudad de México. La selección de los casos de estudio, por ende, no encaja con los intereses, tan en boga actualmente, que se suelen llamar populares. Éstas son las casas que se ilustran en libros, revistas y diarios, y que no siempre cuentan con un análisis riguroso, pero sí con imágenes de calidad. Razones de peso abundan, además, a un prolongado desprecio, por considerarlas burguesas, para que no sean valoradas. Postura además corta, ya que la casa, como modelo de aspiraciones, de inspiración y superación en la escala social, no es aquélla autoconstruida con tabicón, que inunda nuestras ciudades con economías emergentes.
El rigor científico con el que Lourdes Cruz estudió los modelos de casas gira en torno a un trinomio, que va y viene, de fenómenos y consecuencias: sociedad-tecnología-espacio habitacional, desde una lectura más antropológica, pero, claramente, de quien ejerce la profesión de historiadora y cuya formación es, además, de arquitecta.
Diseño, cambios, procesos y transformaciones son el hilo conductor de los sueños, aciertos, errores y formas de pensar la arquitectura en muchas etapas del movimiento moderno. Ser, habitar, permanecer y apropiarse del mundo se explican desde lo más íntimo de una casa. Nacida de la mano y la mente del arquitecto, se presenta idílica: una casa que se compacta, que se abre, que se cierra, que se esconde, que se muestra. La casa máquina tecnológica, higiénica, moderna, que además de funcionar sirve para presumir. Es la casa admirada, guapa y coqueta, que es carne para los ojos del arquitecto, quien busca reflejar desde su creatividad las aspiraciones de aquéllos que la habitarán. Es el estado más puro de la creación básica del diseño. Esta postura personal, con la cual, como lectora, me siento identificada y, como artífice, comprendo y comparto, narra la visión transformadora y creadora de los habitantes en el objeto-máquina-hoguera de las vanidades que conforman la casa.
Complementario de un agudo análisis que no sigue un hilo conductor temporal rígido, se trata en sí de un extraordinario documento de consulta: una selección cuidadosa, meditada y estudiada de las imágenes más idóneas para complementar la parte escrita, con la cual se logra establecer una lectura paralela, rica y muy divertida. Es un libro destinado a ser leído y disfrutado más allá del estrecho mundo académico. Su prosa ligera, sus análisis profundos, sus imágenes de gran calidad alcanzan un equilibrio que pocas veces se logra. Demuestra claramente que el rigor científico de las academias no debe estar peleado con la divulgación y el disfrute del conocimiento.
Elisa Drago Quaglia
El tema de este número de
Esta obra describe -desde el punto de vista del autor, miembro de la generación desamparada que conformamos los
El autor comienza con una genealogía concisa pero contundente de la historia de la aceleración, o sea, del capitalismo como modelo económico predominante. El segundo capítulo describe cómo esta categoría ha permeado en la política, de tal forma que los procesos políticos de la actualidad se piensan desde la memoria a corto plazo y con metas fijadas en intervalos de tiempo extremadamente cortos. Aquel fetiche -propio del capitalismo en aceleración- de convertir todo en un producto de consumo ha hecho de la política una mercancía mediante el espectáculo. El fin de la modernidad en el siglo XX vio morir todos los proyectos políticos que buscaban la permanencia, puesto que hoy los cambios políticos se gestionan para durar pocos años, a veces ni un sexenio.
El afán capitalista por la aceleración y su influencia unilateral en la sociedad influyen de la misma forma sobre los individuos en lo personal, tal como lo plantea el tercer capítulo. Dicho fenómeno es evidente, aunque es posible que estemos tan arraigados dentro de este sistema que no nos demos cuenta. La aceleración trae consigo personas cansadas, demacradas, con estrés constante y al borde de la disfuncionalidad fisiológica y espiritual. Nos rodeamos de prótesis -la
¿Habrá alguna solución a este desgaste constante? El autor propone una “resistencia tangencial;” un escape, más que una confrontación. Ante la escala macrosocial con la cual arrasa la producción acelerada, en el libro se reconoce que sólo se logrará subvertirla -aunque sea por un momento- desde la escala micro, en el ámbito personal e íntimo, mediante el instante: una concepción del tiempo que puede prescindir de los arrastres acelerados de la sociedad actual. El instante representa un pequeño punto sobre una línea de tiempo dentro del cual los límites de éste parecen esfumarse. Es en el instante que el tiempo se desvanece -breves atemporalidades- y esto representa una evasión de la aceleración capitalista, por el hecho de que no se puede acelerar el tiempo cuando éste no existe. La fiesta, el éxtasis, la poesía y la carcajada son instancias que usa el autor para ejemplificar acciones que desatan este fenómeno temporal. ¿Cabría la arquitectura dentro de esta lista de cosas que nos estimulan, al grado de desencadenar el instante? La esencia de este argumento radica en que el lector podría volverse un agente activo y encontrar sus propias formas para buscar el instante con el cual pueda resistirse a la vida acelerada.
El libro presenta una mirada a la aceleración capitalista a través de una lupa conceptual, desde lo colectivo a lo personal, y desde lo personal nos propone esta alternativa (aquí sintetizada de forma muy breve). En
Pablo Emilio Aguilar Reyes
La UNAM, a través de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel (REPSA), la Facultad de Arquitectura, los institutos de Biología y Ecología, y la Coordinación de la Investigación Científica, pone en nuestras manos una cuidada y bella coedición con la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). La edición es muy arquitectónica e ingeniosa; el texto a dos tintas, que le otorgan frescura más allá del tradicional negro, ayuda al lector a descansar la vista. Además, en cada sección se insertan fotografías a color para aquéllos profundamente interesados en las plantas y los animales que habitan el Pedregal. Me da la impresión de que éstos le regresan la mirada al lector y de que, con su propio lenguaje, no el de las palabras, quizá lo interpelan, quizá solamente curiosean con él.
Dicen los compiladores que el propósito de este libro es compartir las emociones, los recuerdos y las vivencias humanas de quienes han estado en contacto con el Pedregal. Con este objetivo reunieron 29 testimonios que, en su conjunto, narran el periplo universitario alrededor de la reserva. Por lo nutrido de las participaciones y la forma en que se narran las experiencias personales, no comentaré cada uno de los textos, ya que espero que sea el lector quien disfrute el recorrido directamente y gracias a las palabras de sus autores. Me limitaré entonces a describir la estructura de la obra y a compartir algunas reflexiones.
Para acercarlos a esta publicación empiezo por lo evidente. El libro se estructura en cuatro partes. La primera contiene seis plumas de quienes podríamos llamar exploradores, los que conocieron el malpaís, los que descubrieron que “su ambiente era sobre todo silencioso e invitaba a la contemplación del paisaje”, como lo recuerda Jerzy Rzedowski, o los que, como Baltasar Gómez, pueden distinguir el llamado del tecuiche enamorado, porque lo han escuchado siempre. Ellos vieron y nos señalaron la dirección correcta para que los demás pudiéramos admirarlo. Sin ellos, valga decirlo, el Pedregal no hubiera sido descubierto para nosotros.
La segunda parte congrega a nueve universitarios que decidieron que el Pedregal debía conservarse como una reserva ecológica de la UNAM. Aquí escriben los que hablaron y los que escucharon, y los que, con una visión de largo alcance, comprendieron que los valores del Pedregal de ninguna manera se reducen a costos económicos y que protegerlo valía la pena. Escriben también algunos de los latosos, como les decían, según José Sarukhán. Ahí aparece la famosa foto de los estudiantes con sus pancartas, la cual he visto muchas veces, pero que ahora, a partir de sus textos, ha cobrado vida cuando cuentan que la suya fue la primera marcha estudiantil ambientalista en México.
Como los viajeros en los textos antiguos, estos autores nos acercan a sus experiencias personales, algunas narradas con nostalgia desde la infancia. Otras, que muestran personalidades reactivas y propositivas, aprovechan para hacer presentes sus ideas sobre cómo cuidar el Pedregal.
Todos se han arriesgado y todos seguramente han sonreído, como cuenta Jorge Meave, al ver pasar un tlacoache en medio de esta urbe infinita y pensar “vale la pena”. Sin ellos y sin su tenacidad, hay que decirlo, estaríamos hablando del Pedregal universitario como algo del pasado.
Diez textos se reúnen en la tercera parte, que narra, cómo no ocurre en los cuentos, lo que ha pasado después, las muchas cicatrices indelebles que han seguido grabándose con piedra; las acciones de 1996 y los tortuosos caminos para llegar al acuerdo de 2005, del que surgió la oficina del cuidador del Pedregal (nombramiento que Miguel León Portilla le dio a Antonio Lot). Y, por increíble que parezca, la reserva logró ganar terreno protegido y su mantenimiento y conservación pasaron a ser parte de la vida cotidiana de algunos de los universitarios que aquí escriben. Así podemos entender que universitarios, como Luis Zambrano, interrumpan la escritura de sus artículos sobre las relaciones complejas en los ecosistemas para apagar incendios. Aquí, valga señalarlo, se da cuenta de que sin el compromiso del día a día, sin la continuidad y la actitud alerta, lo ganado puede perderse.
La última parte contiene los textos de cuatro universitarios cuyas vidas están atadas a la reserva, al compartir sus vivencias y reflexiones, desde lo afectivo hasta lo reflexivo, sobre el papel de la ciencia en la visión del mundo. Significados y pensamientos que, al mantenerse, al transmitirse a las siguientes generaciones, continuarán haciendo posible nuestro Pedregal.
Como dije al principio, la reserva del Pedregal me sorprende. Primero, porque es un lugar excepcional: la lava es un remanente de remotos tiempos geológicos que se puede tocar; las plantas son testimonio tangible de la virtud genésica de la tierra para llenarse de vida. Su destrucción, ante la presión de una de las megalópolis más grandes del mundo, estaba prevista, pero sorprendentemente, y gracias a la forma en que se piensa en la universidad, ahí permanece.
Me parece que este libro es una crónica universitaria en la que se deja para la memoria un episodio esencial de nuestra casa de estudios. En ésta, como prueba de los valores que la rigen, se guardan voces universitarias incluso con posturas divergentes que, como propone Luis Eguiarte, forman una historia de historias. Aquí se exponen retos y problemáticas, y se enseña cómo se afrontan las acciones conjuntas.
La historia de la reserva ecológica podría reconstruirse a partir de los documentos que reseñan acontecimientos universitarios en torno a ella, de los textos científicos o artísticos que la mencionan. La producción académica de publicaciones sobre el Pedregal es vasta. Recuerdo que, en alguna de las reuniones de 2004, Zenón Cano llevó, entre muchas otras pruebas, como fotografías de zorritas y tlacuaches atropellados, una bibliografía enorme de lo que se había escrito sobre el Pedregal, a fin de mostrar su importancia para la investigación. Recuerdo también a Antonio Lot, quien comentó que los libros no cabrían en la oficina de la REPSA. Todos estos textos harían posible recopilar el desarrollo de la reserva y explicar las razones institucionales e históricas por las que existe, pero no podrían mostrar las emociones que la hicieron posible.
Este libro es un paisaje, producto de ese enredo de las ramas de los árboles que, como dice Cano, nos unen afectivamente al Pedregal. Ése es el paisaje que, describe Javier Maderuelo, no tiene una existencia autónoma, porque no es un lugar físico sino una construcción cultural, una serie de ideas, sensaciones y sentimientos que surgen de la contemplación sensible. Este título es un contenedor de miradas y emociones que convierten un territorio agreste en un paisaje entrañable.
En cuanto a los lectores, espero haber despertado en ellos un interés a la altura que el libro merece. Recomiendo ampliamente su lectura y advierto que, después de leerlo, pueden quedar muchos pendientes y sensaciones.
Dicen Luis Zambrano y Zenón Cano que las historias escritas aquí tienen como propósito conmover a los lectores y contribuir a que valoren el papel vital de la protección de todos los ecosistemas naturales del planeta. Lo confirmo, lo lograron.
Amaya Larrucea Garritz
Jordi Tell Novelles, “el lobo solitario del exilio catalán.” ¿Cuántos más habrá cómo él? Seguramente nunca lo sabremos, pero, conocidos o no, y de todas las nacionalidades, muchas virtudes de la humanidad son gracias al legado de todos ellos. En consecuencia, resulta evidente que cada vez que avanzamos y que nos vemos comprometidos a seguir adelante en el conocimiento de los hechos nos damos cuenta de que lo que falta es interminable.
Hay que subrayar que la memoria histórica debe someterse al poder de la razón del derecho humano a conocer lo sucedido y no estar sometida a la razón prepotente del poder en turno, que induce a la desmemoria, a la censura, a la ignorancia, a la indiferencia, a la indolencia y a la injusticia social. Encarar la memoria histórica de un pueblo puede ser profundamente doloroso, sí, pero es peor y cruel ignorarla, ya que la herida social no atendida puede gangrenarse o caer en estado de coma.
Si nos atreviéramos a resumir, podemos decir que el catalán Jordi Tell Novelles fue obligado a vivir gran parte de su vida exiliado o transterrado (término acuñado por el filósofo José Gaos), al ser arquitecto de la corriente racionalista y buen dibujante, con una intensa actividad política a favor del separatismo catalán, de mantener la República en España y de la instauración social- demócrata en Noruega. Además, ejerció destacadamente funciones diplomáticas en Alemania y los países escandinavos.
La autora de este interesante libro nos hace ver a un personaje cuya lucha, en congruencia con sus convicciones e ideales, simultáneamente se triplicó: una lucha a favor de la república catalana independiente y otras dos en contra del fascismo franquista y hitleriano. Por el simple hecho de ser catalán y de haberse identificado con el bando republicano fue perseguido y apresado varias veces por los organismos represores del franquismo en España y por la Gestapo en Alemania y Noruega; hay que aclarar que de igual manera, siempre la libró, ya sea por la vía legal o escapándose. En octubre de 1934, insólitamente en plena República española, por su militancia a favor de la independencia de Cataluña, hizo sus “pininos” en Alemania con el inicio de un exilio que duraría más de 50 años; vivió después en Noruega, Suecia, México y, finalmente, otra vez en Noruega, donde murió. Por supuesto, tales circunstancias trastocaron el desarrollo profesional y la vida familiar de Jordi Tell.
Gracias a una acuciosa indagación documental por parte de Gemma Domènech i Casadevall sabemos que Jordi Tell se tituló como arquitecto en 1931. Curiosamente, el mismo año de la proclamación de la República independiente (días después únicamente se alcanzó un gobierno autónomo para Cataluña dentro de España, aunque, eso sí, pleno de políticas progresistas).Un día antes de dicha proclamación soberanista, el 13 de abril, en el ámbito arquitectónico y alrededor del famoso arquitecto Josep Lluis Sert se consolidó un grupo renovador de arquitectos denominado Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per al Progrés de l’Arquitectura Contemporània (gatcpac). A pesar de que Jordi Tell no ingresó formalmente en este grupo, sí se identificó con su ideario renovador, comprometido con la política y en el que la mencionada proclamación de la República representa la materialización de la utopía de una vivienda digna para las clases populares, de un urbanismo moderno en el diseño de la ciudad, de la construcción de equipamientos públicos de uso social y de la protección del patrimonio inmobiliario. Perseguía, en el quehacer arquitectónico, premisas de diseño como la simplificación decorativa, el predominio de las líneas rectas ortogonales, el confort habitacional y la adecuación congruente del uso con las envolventes expresivo-volumétricas del objeto urbano-arquitectónico.
Como estudiante, Jordi Tell se desenvolvió antagónicamente entre una enseñanza oficial, anquilosada en el conservadurismo de una escuela que promueve una arquitectura academicista impermeable al cambio social, y las vanguardias culturales del momento en plena efervescencia fuera de las aulas. Decidió liberarse de todas las ataduras al seguir por el camino de una arquitectura social y moderna. Como profesionista tuvo intervenciones en Cataluña, proyectó una casa habitación en Cerdanyola del Vallès y una instalación deportiva en San Cugat del Vallès, y, bajo una especie de libertad condicional previa a una espectacular huida de la vigilancia franquista, en España participó en el proyecto para una construcción residencial en La Coruña.
Dentro de la obra pública noruega, llama la atención su incursión en la edificación especializada de unidades hospitalarias y de salud mental, al igual que de algunas escuelas para educación especial; como ejemplo se encuentra el Veum Mentalsykehus, hospital psiquiátrico actualmente en operación, ubicado en las cercanías de Fredrikstad. El planteamiento arquitectónico de este conjunto médico se diseñó de acuerdo con los cánones de la arquitectura racionalista, adaptados plenamente al modelo nórdico de atención a la salud en el tratamiento de enfermedades mentales (espacios abiertos y en contacto con la naturaleza).
En el lapso de cinco años, de 1941 a 1946, Jordi Tell reside en el único país que nunca reconoció al gobierno de Franco: México. Junto con su segunda esposa e hijos, a diferencia de la mayoría de los más de diez mil catalanes asilados políticos por el gobierno de Lázaro Cárdenas, llegó al país por la frontera norte, después de huir de la cárcel tras la invasión nazi a Noruega, atravesar los continentes europeo y asiático, el océano Pacífico y buena parte de Estados Unidos a partir de San Francisco, hasta llegar a la Ciudad de México desde Nuevo Laredo. Ya instalados en la capital mexicana, además de reencontrarse con el hijo de su primera esposa (de nacionalidad mexicana, con la que se casó en 1929 y se divorció en 1933) y con sus compañeros de lucha política, pudo trabajar como arquitecto para la Constructora Beltrán Cusiné y El Águila. Al mismo tiempo puso una fábrica de muebles, que él mismo diseñó.
Para conocer a profundidad al personaje y su quehacer, se debe leer esta obra; así sabremos cómo se hizo masón y quiénes fueron sus cinco hijos y tres esposas, conoceremos de sus dibujos y pinturas, de la diversidad de peripecias por su actividad política y diplomática, de sus relaciones con la Organización de las Naciones Unidas y personajes políticos de la talla de Willy Brandt, de su participación para proponer candidatos para el Premio Nobel de la Paz y de su vida cotidiana en Noruega, entre otras cosas.
Quiero compartir que Jordi Tell fue un amigo cercano y compañero entrañable en la lucha por la independencia de Cataluña de mi tío José María Murià i Romaní, quien, en algunos de sus escritos, decía que Tell era “hombre de mundo, capaz de convencer, más que con argumentos, con su presencia, pero también con soluciones audaces.” Recuerdo con cariño familiar, en la casa de mis tíos y primos de Guadalajara, la relación que desde la infancia tuve con el mobiliario diseñado y producido en la fábrica y comercializadora que Jordi Tell abrió en México en 1942, la cual se expandió posteriormente en 1945 al comprar la fábrica Curvomex.
Por último, quiero manifestar lo siguiente: aquéllos que en 1939 se declararon vencedores e impusieron por la fuerza bruta una dictadura fascista ahora son una vergüenza histórica y finalmente son los que acabaron perdiendo.
Rafael Murià Vila
Alfonso Valenzuela, doctor en urbanismo con un posdoctorado en revitalización urbana, es un profesional con motivaciones políticas orientado a la acción. La evocación de las ciencias sociales en su trabajo construye una narrativa para la descripción, interpretación y crítica de la realidad, que centra su atención en la dimensión analítica de la ciudad.
Este libro, premiado en la reciente Bienal de Quito, es un aparato dinámico construido desde múltiples enfoques, autores, teorías urbanas y teorías del crimen, que sirven de soporte para entrever la estructura que ha formado la percepción del miedo en el espacio. Se estructura principalmente desde una narrativa socio espacial y logra un sugerente y por demás documentado trabajo, con el que nos ofrece un análisis, a lo largo de nueve capítulos brillantes, para establecer articulaciones que se traslapan en una suerte de dialéctica, interpelando la realidad y la constitución subjetiva de la percepción del miedo en el espacio, por medio de tres campos temáticos: violencia y fragmentación, el desamparo por parte del Estado y el abandono del control social, que produce un estado permanente de incertidumbre.
Al vivir dentro de una estructura social en la que se garantiza la seguridad a partir del miedo, parece lejano el tiempo en el que Jeremy Bentham sugería una visión totalizante del control. En este sentido, el autor utiliza el espacio panóptico para dar apertura a la crítica, desde la perspectiva en la que el diseño, la construcción y la distribución de los espacios servirían para ampliar y perfeccionar la vigilancia simultánea de grandes multitudes, ya no sólo en la emblemática estructura, sino en la misma ciudad mediante un despliegue tecnológico. Asegurando una supervisión anónima, este “dispositivo de poder” serviría para sostener una estructura de control, independientemente de quién esté a cargo. Así, el autor utiliza la analogía del panóptico para interpretar cómo funcionan las instituciones del Estado en las ciudades latinoamericanas. Desde esta narrativa, el libro propone una mirada hacia la construcción social del espacio, articulando el miedo como elemento central en la obra.
Según el autor, el objetivo principal del libro es identificar cómo se construyen y articulan las espacialidades en la ciudad, que funcionan como herramientas de dominio y control socio-político. El miedo se ha analizado como una construcción social y cultural, con anterioridad, sin embargo en este libro se analiza la territorialización de dicha construcción.
Un libro como éste es de mucha utilidad para separar y poder discernir de manera frontal, frente a una estructura institucional que ha confundido y segregado a la sociedad mediante la construcción de un Estado que se ha legitimado por medio del miedo. En última instancia, los contenidos se producen a partir de la necesidad de esclarecer el devenir de la construcción social del espacio y su intervención actual.
La reflexión del texto se circunscribe a la sospecha detrás del despliegue de sistemas tecnológicos de vigilancia en México, como parte de un proyecto hegemónico continental con el que una élite multinacional impulsa y sostiene el Estado neoliberal. Así se constituye la idea que escenifica un “espacio” propicio para el dominio de un Estado de excepción, que se fortalece cada vez más alrededor de los grupos de poder. De forma gradual, el análisis va fundando la idea de la percepción del espacio como un lugar donde la incertidumbre de su control equivale a la construcción espacial del miedo. El análisis superpone tres tipos de estructuras para la territorialización del miedo: la territorial, la social y la económica. Esto da forma a un conocimiento epistemológico, si no del miedo como tal, sí de su acción determinante en el espacio físico. Sin embargo, opta por traslapar la construcción espacial del miedo en México con experiencias de gestión latinoamericanas que han intervenido, paralelamente, en la constitución de sus espacios como catalizadores sociales, a fin de resaltar virtudes y desventajas tácticas en la experiencia latinoamericana de acción estatal, para acentuar la divergencia entre las estrategias que han seguido diferentes ciudades.
Finalmente, a partir de una serie de principios, algunos estudios y sondeos dirigidos a la población de la zona metropolitana de Cuernavaca, Morelos, invitan a reflexionar sobre el control autoritario del espacio social, por un lado, en una situación indisoluble entre actores políticos y criminales, lo que crea un estado de incertidumbre que ha consolidado el espacio donde la percepción del miedo se lleva a la exacerbación de una sociedad acorralada por la inseguridad. Por otro lado, revisa la posibilidad de construir un aparato ciudadano autogestivo, que soporte y opere la seguridad al recurrir a la eficacia colectiva, teniendo claro que si no se consigue revertir la indiferencia social, no se podrá fomentar la participación ciudadana para la construcción de espacios seguros.
Diego Dapa Zapiáin
La investigación establece, desde la introducción, la postura de sus autores con la cual revisaron la historiografía, canónica y actual, del mundo latinoamericano. Es muy clara la visión que permea desde sus primeras líneas, en las que se advierte la polémica que pueden causar los autores con sus definiciones. La principal diferencia con los otros textos históricos que revisan el fenómeno arquitectónico latinoamericano es que se escribió principal y casi exclusivamente para un público estadounidense. En él se reconoce que existe un mundo más allá de su frontera sur, que no es solamente un paraíso de fiestas, playas y diversión. El lenguaje, además, se enfoca en un público joven. La recopilación de estudios contemporáneos, actuales y con posturas distintas a la mera narración descriptiva que actualmente revisan el fenómeno -ideas de un sentir de una nueva generación de investigadores- se encuentran plasmados directamente en el libro, pero presentes como referencias únicamente al final de las secciones. Esto no le resta seriedad científica y demuestra la naturaleza completamente didáctica del material.
Plantear una diferencia entre lo latinoamericano (como concepto cultural) y América Latina (como lugar geográfico), así como las sutilezas entre países es tarea simple para los que estamos inmersos en la realidad latinoamericana. El hecho de que el texto fuera escrito en inglés no es secundario: refleja esa distancia analítica del que quiere estudiar de manera aséptica, tratando de contaminarse lo menos posible. Labor bastante compleja, dados los orígenes de ambos autores. Al ser escrito en inglés y dirigido a un público mayormente neófito, éste es un libro muy valiente. Es la mirada de quien está fuera, pero mantiene un pie dentro. De quien conoce, pero a veces ya no se reconoce dentro de una sociedad. Es la mirada, tal vez, del emigrado bicultural que con cierta nostalgia voltea hacia atrás. ¿Qué tan válido es, pues, recrear una amalgama cultural, entre bolivariana y vasconcelista, que trata de forzar una hermandad arquitectónica en un territorio que comparte, además de un mismo continente, el origen de idiomas y dramas de conquista similares?
Los autores ofrecen una panorámica de modernidad alternativa a los modelos de ciudades compactas de la gran mayoría de las urbanizaciones estadounidenses, que han repetido el mismo patrón desde la fundación de la Laurel Hill Association en Stockbridge, Massachusetts, en 1853. Los modelos para resolver los problemas de los
El libro demuestra el sentir de una nueva generación de investigadores que verán en él reflejados sus aportes al conocimiento. Bajo esa dinámica, se evitó caer en la retórica, superada afortunadamente, que busca encajonar, de manera generalizada y cómoda, a individuos heroicos solitarios con sus grandes obras, las cuales engalanan la mayoría de los relatos arquitectónicos. Las imágenes de gran calidad no pesan ni anulan la profundidad de los análisis, si bien sirven para ilustrar. Se trata de un trabajo serio que se centra en documentar, reunir, contar, seleccionar y tratar de homogeneizar con un mismo tono de lenguaje la complejidad de esas otras formas de modernidad, a veces anárquicas y desordenadas.
De manera indirecta, se polemiza si el origen y la gestación de las ideas fueron estadounidenses, europeas o nacieron de forma espontánea en suelos latinoamericanos. Sin duda, es una invitación a la reflexión que abrirá nuevas puertas en el campo de la investigación. Es, sin duda, una visión de la modernidad arquitectónica que no es cómoda ni fácil, ni busca crear acuerdos entre lectores y escritores.
De ahí surge, entonces, la pregunta válida sobre su metodología titánica: recopilación del material, categorización, selección y, sobre todo, todo aquello que no entró dentro de los parámetros que busca demostrar el libro. Los criterios y parámetros para colocar en tal o cual categoría son notables y dignos de atención. ¿Qué mueve a dos investigadores a decidir cuál de los tres parámetros propuestos cumple mejor con las definiciones prestablecidas?, ¿fueron los estudios históricos sobre los objetos urbanos y arquitectónicos propuestos, o el modo como fueron analizados, estudiados y plasmados en las publicaciones y revistas?, ¿fueron los proyectos en sí, o las lecturas de los autores de origen?
Al respecto, se organizaron los ejemplos en tres categorías (utopía, arte y tecnología): una cuestión social mediante la aplicación de programas bandera; un aspecto estético-emocional- perceptual y las exploraciones formales basadas en alardes tecnológicos y experimentaciones constructivas. Además, hay una cuarta categoría no anunciada: 53 hitos arquitectónicos destacados en páginas grises, elegantemente distintas. El discurso cronológico, que sigue una línea de tiempo casi continua con algunos saltos, ofrece acercamientos específicos a lo largo del siglo XX, que se complementan con explicaciones, causas y contextos, así como con breves pinceladas de autores y actores.
Si nos basamos en números simples y duros, podemos concluir que el gran ejemplo modernizador de América Latina, según la mirada de los autores, fue Brasil. Cuarenta ejemplos de este país, distribuidos en las tres categorías, además de la apreciación de ejemplos notables o hitos, pueden hacernos pensar que hay una predilección por esa nación, de la que se obtuvo el mayor número de registros en las fuentes consultadas, o que verdaderamente fueron ejemplos notables de arquitectura moderna. Por supuesto se presta a una discusión interesante si lo comparamos con un país como México, que suele mirarse al ombligo para contar su propia historia y trata con desdén las realidades paralelas de sus vecinos. Solamente se atreve, desde una historiografía canónica, a mirar hacia Europa o Estados Unidos. México, dentro de su relato, cuenta con un honroso segundo lugar, con casi la mitad de los registros de Brasil, y apenas por encima de Argentina.
Los aspectos que se muestran, según la propuesta de Carranza y Lara, son una visión global que aspira más al aspecto formal artístico y explora menos la tecnología, aunque con una postura equilibrada hacia las utopías. El texto se presta a la discusión y la reflexión. ¿Así se nos ve desde afuera? Si bien, como se mencionó antes, son 13 los países reseñados, llama la atención que naciones como Colombia o Venezuela tengan pocos ejemplos notables y que a Uruguay le hayan concedido cinco hitos.
El resultado es un libro gráficamente bien logrado, bien diseñado, bien pensado, ágil y dinámico. Sin duda plantea un objeto de estudio difícil, que se presta a un análisis del análisis, cumpliendo con ello el objetivo de los autores: enseñar y ofrecer las nuevas pistas de interpretación contemporáneas, los caminos poco explorados y formas distintas de acercarse al gran relato arquitectónico desde las microhistorias en un mundo global.
Elisa Drago Quaglia