La casa de un hombre es su castillo: fortificaciones domésticas

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A. Roger Ekirch

Resumen

Mucho antes de que los pueblos fortificaran sus puertas, en las comunidades de la temprana modernidad, la naturaleza señalaba la retirada del día; para muchas familias europeas, el ambiente rural –no los relojes– llevaba el ritmo de la vida diaria. Sólo las campanas de las parroquias, que sonaban a intervalos durante el día, rivalizaban con la precisión de la naturaleza. Innumerables augurios anunciaban el final del día, muchos de ellos descifrables inconscientemente y otros intuidos por la sabiduría recibida de generaciones antiguas: hacia el atardecer, los pétalos de las maravillas comenzaban a cerrarse, parvadas de cuervos regresaban a sus nidos y los conejos se excitaban cada vez más; las pupilas de las cabras y las ovejas. 

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Cómo citar
Ekirch, A. R. (2016). La casa de un hombre es su castillo: fortificaciones domésticas. Bitácora Arquitectura, (28), 120–128. https://doi.org/10.22201/fa.14058901p.2014.28.56122