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December 2015 in Bitácora Arquitectura
Luis Barragán y su maestría con los jardines
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Hace 70 años no existía Ciudad Universitaria, como tampoco una sola casa sobre la lava del Pedregal. Papá describe la belleza de ese territorio agreste por el cual caminó con su amigo Luis desde 1946 - enfundados en pesadas botas y con palos en mano- en un fascinante artículo que publicó en 1954.1 En este texto presenta cuatro de las primeras casas que él, Cetto, construyó en el fraccionamiento. Para el público alemán que leería esta revista de arquitectura de la cual era corresponsal, refiere que el Pedregal era un territorio inexplorado que no había tenido pobladores durante 3 000 años. Y explica que Luis Barragán, en su fascinación y osadía, visualizó este paraje de lava y flora silvestre convertido en espléndidos y enormes jardines privados entre las rocas, con casas que satisficieran el espíritu.
Con esa visión, Barragán se asoció con José Alberto Bustamante para crear el fraccionamiento Jardines del Pedregal de San Ángel. Diseñó y desarrolló espectaculares “jardines muestra” con la intención de cautivar a los posibles compradores mostrando el enorme potencial de estos terrenos situados sobre la lava del Xitle. Al principio, no era cosa fácil convencer a nadie de mudarse a convivir entre serpientes venenosas, pero bueno, la idea era hacer evidente el carácter expresivo, poético, y de calidad de vida que el sitio ofrecía. A su vez, la confianza que deposita en Max Cetto es tal, que le encarga proyectar y construir dos “casas muestra” sobre la Avenida de las Fuentes, en los lotes 10 y 12 (hoy 130 y 140).
Cerca de estas casas se encuentra el acceso al fraccionamiento, que originalmente tenía una gran reja, y una bellísima fuente -enmarcada por muros de piedra volcánica de diversas alturas, con un chorro de agua que se disparaba en vertical- ambas diseñadas por Barragán. A mano izquierda, el bicho de Mathias Goeritz, mitad serpiente, mitad lagartija, que buscaba representar la fauna característica del Pedregal, y que por fortuna todavía existe. La fuente, al paso de los años, desapareció del espacio público porque el dueño de la casa contigua la incorporó a su jardín privado.
Así es la vida. Pero en fin, en cuanto a los años cincuenta, por aquel entonces el nombre de Barragán, quien por formación era ingeniero, casi no figuraba en los libros de arquitectura. El reconocimiento y la fama le llegaron en 1976, cuando el MoMA de Nueva York le organizó un color slide show2 antecedido por la publicación de un libro sobre su obra, con las fotografías de Armando Salas Portugal, que se presentó como “catálogo de la exposición”.3 Esta inusitada propaganda hizo que el propio Barragán perdiera el piso y que, para sorpresa de sus amigos y colaboradores, les escatimara crédito, pues no aclaró en ese momento algunas imprecisiones contenidas en el libro.4
Caso aparte fue el del pintor Jesús Reyes Ferreira a quien reconoció su influencia para introducir los colores que han caracterizado sus creaciones. La nobleza propia del Barragán que yo conocí muy niña, cedió ante la necesidad de aumentar su propio mito. El mito se hizo mitote, en virtud de que la presión de la fama le impidió reconocer a colaboradores y amigos la parte que les correspondía en la evolución de su obra. Según sé, en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado Barragán era una persona que pedía, y daba opiniones, que solía pues tener un intercambio muy fructífero con espíritus afines. Pero su personalidad debió cambiar pues en sus últimos años acabó por hacer extrañísimas declaraciones en que afirmaba que había sido siempre muy solitario. Una cosa es que disfrutara de la soledad, otra muy distinta es que no tuviera amigos, lo cual no es el caso.
La obra arquitectónica de Luis Barragán (1902-1988), se divide en tres etapas. La primera corresponde a su época de joven constructor en su natal Guadalajara, luego vino su etapa funcionalista, que desarrolló en la Ciudad de México. Las casas de su tercera época son más bien escasas. Ello se debe a que un buen día Luis decidió que ya no quería construir para clientes porque no dan libertad para crear, y optó por continuar en la senda del diseño de paisajes, creando varios fraccionamientos. Ya no fue prolífico en la construcción de casas, de manera que podría hacerse una analogía con el escritor también tapatío, Juan Rulfo, ya que en un lapso de cuarenta años Barragán nos legó -si no me equivoco- no más de cinco residencias diseñadas por él. Pienso en la Casa Prieto López en el Pedregal, la Casa Gálvez (1955), la Casa Egerstrom (1967-68, en colaboración con Andrés Casillas), la Casa Gilardi (finales de los años 70), y la suya propia, que construyó en etapas pero que podría fecharse inicialmente en 1948. Esta casa, ubicada en Tacubaya, es considerada su obra maestra. Se encuentra en excelente estado de conservación y hoy día puede visitarse.
Las casas de Barragán son más bien íntimas, volcadas hacia el interior, con viguería de madera para techar, conventuales, con patios y extraordinarias terrazas azoteas, espacios para la reflexión… Uno de sus legados fue el hacer patente que la arquitectura no necesita de grandes gastos para ser de calidad y buen gusto. Parece decirnos que, aparte de buscar la belleza, es importante atender los colores, el clima, la vegetación, la topografía, los materiales y la manera de hacer las cosas del lugar.
Consideraba que la arquitectura debe girar, eso sí, en torno a la belleza. Si hay varias soluciones técnicas a un problema, la que le trasmite al usuario un mensaje de belleza y -como diría Mathias Goeritz- de emoción, entonces eso es arquitectura.
Otras pasiones de Barragán eran los caballos, y el agua. Eso es evidente en los dos fraccionamientos que diseña años más tarde, ligados con la vida ecuestre. En Las Arboledas nos presenta como símbolo del fraccionamiento un gran espejo de agua, los bebederos para los caballos y una de esas bellas paredes que los arquitectos tildaban de pura escenografía. En Los Clubes, fraccionamiento dedicado al hipismo, está la famosa Fuente de los Amantes, con su espejo de agua y paredes color de rosa intenso.
Según he leído, cuando Luis era niño solía pasearse largos ratos a caballo. Cabalgando observaba con todo cuidado las casas por las que pasaba de largo, y los ranchos, donde siempre se escucha agua. De esos recuerdos debió nutrirse cuando diseñaba una casa o un fraccionamiento, pues en sus obras siempre están presentes un estanque, un espejo de agua, una alberca, una fuente, o incluso, un fragmento de acueducto.
El incuestionable y reconocido talento arquitectónico5 de quien fuera ingeniero por profesión se complementa, como ya dije, con su extraordinario gusto y su amor hacia los jardines. Un buen día, en 1951, invitaron a Luis Barragán para que hablara de jardines a los californianos. Le dieron como tema base el fraccionamiento Jardines del Pedregal de San Ángel, lo cual es natural ya que, como mencionamos, fue Barragán quien tuvo la visión creadora para abrir la belleza áspera de los terrenos del Pedregal a la población capitalina6. Y de esto, los arquitectos de California estaban bien enterados. Ya para concluir su ponencia, les expresó algunos antiguos principios sobre el arte de hacer jardines. Cito:
En primer lugar, no hay que abusar de las panorámicas circulares, porque si enmarcamos el paisaje con un buen entorno por detrás, el efecto que se consigue tiene doble valor.
Siempre prefiero los terrenos desiguales y de formas extrañas, porque en tal caso el éxito del jardín está asegurado. Benditos sean los accidentes geológicos.
Y para terminar, les recuerdo el pensamiento de un gran escritor y artista del paisaje, Ferdinand Bac, que decía que: un jardín lleva dentro el universo entero; representa el precio de nuestro trabajo y en el arte de hacer jardines encontramos toda la serenidad de la que un hombre es capaz.7
De este texto se desprende, sí, su empatía con Ferdinand Bac, pero también apunta a que el jardín constituía su particular regreso al paraíso. Tan católico como era, muy probablemente le intercalaría al jardín una virgen de Zapopan, o una cruz. Pero su sello particular era aglutinar las plantas obedeciendo, no al dictado de su especie sino de su color, creando manchones de amarillo, o manchones de rosa, o de naranja, con un buen entorno por detrás. Eso solía decirlo mi mamá -la creadora del jardín de la casa Cetto y- admiradora de la maestría que tenía Barragán del arte de hacer jardines.
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Author
Bettina Cetto
Maestra en Economía, New School for Social Research, Nueva York. Traductora certificada, El Colegio de México, Ciudad de México. bettina.cetto@colmex.mx, Mexico