Durante los últimos años se ha desarrollado un gran interés en estudiar la influencia
de las TIC en los procesos migratorios. Hasta el momento, esos estudios se han centrado
principalmente siguiendo a Benítez (2011) en cuatro grandes áreas: 1) el papel de las TIC dentro del proceso de migración principalmente
desde la información y el apoyo a los que emprenden el proceso de migración; 2) su
impacto en el envío de remesas; 3) la influencia de estas herramientas por un lado
en su vida familiar y, por último, 4) esa misma influencia en su espacio sociocultural;
el aspecto que más nos interesa en esta investigación.
Hoy existe un gran debate sobre el efecto que estas nuevas tecnologías de la comunicación
provocan en las formas de interrelación, prácticas e identidad de los diferentes colectivos
migrantes. Algunos estudios coinciden en señalar el aumento de su capacidad para organizarse
a través de intereses comunes reforzando así una identidad cultural minoritaria en
un entorno extraño. Este fenómeno se debería principalmente a que permiten mantener
el contacto con parientes amigos y familiares que aún residen en su país de origen,
creando de esta forma extensas redes personales que les posibilitarían mantener sus
vínculos y un sentimiento de pertenencia emocional con el territorio que han dejado
atrás.
Las TIC han facilitado de esta forma la conformación de una doble realidad: la física
que se desarrolla en la sociedad de acogida y la virtual en la de origen, permitiendo
participar en ambas. Este nuevo escenario ilustra un fenómeno de nominado como “diáspora
virtual” y que explicaría la forma en que una comunidad de migrantes, pertenecientes
a una misma nacionalidad y dispersos en un espacio físico, mantiene vínculos entre
sí y con su sociedad de origen a través de las nuevas herramientas digitales.
Al analizar las principales características de las TIC, una de las más destacadas
es su capacidad para generar y mantener vínculos interpersonales. A pesar de las previsiones
apocalípticas que presagiaban la incomunicación y el aislamiento de sus usuarios tras
la aparición de Internet, las TIC, debido a la dinámica inherente de su funcionamiento,
generan un alto número de interacciones y vínculos que más tarde se transforman en
capital social.
Sobre el capital social
Desde los años 90 ha existido un creciente interés sobre un concepto como el de capital
social, entendido como los flujos de relaciones con base en el intercambio y la reciprocidad
que se producen entre los miembros de una comunidad y cómo estos influyen en la participación
cívica y la cohesión de una determinada sociedad. Robert Putnam, uno de los principales
desarrolladores del término, se centra al estudiar la influencia de los lazos sociales
en la vida cívica y social de las comunidades norteamericanas. El propio Putnam (2003) relaciona el capital social con la virtud cívica, la cual se produciría en una sociedad
donde se generan el mayor número de interrelaciones entre grupos posibles.
Esa relación del capital social con la generación de relaciones sociales y virtud
cívica pone el acento en la capacidad de los miembros de una comunidad para generar
confianza a través de los intercambios sociales y en el impacto que esa confianza
tiene sobre el desarrollo democrático. Una confianza que, a su vez, como señala Fukuyama (1998) siguiendo esta línea de pensamiento, solo surgiría de la existencia de valores compartidos,
o podríamos llamarlo así, un cierto grado de homogeneidad cultural.
Si hablamos de las variables de capital social y siempre siguiendo a Putnam (2003) podemos diferenciar entre el capital social vinculante (bonding) y el capital social puente (bridging). En el primer caso hablamos de grupos de personas que se relacionan con colectivos
con los que comparten algunas características identitarias significativas como lengua,
etnia, género o clase social. Por el contrario, el capital social puente fomenta las
redes e intercambios sociales entre personas con características étnicas, sociales
o culturales diferenciales.
El capital social vinculante (bonding) presentaría un carácter mucho más exclusivo y alimentado en redes sociales de individuos
próximos, como podrían ser amigos cercanos o familiares. En oposición, en el capital
social puente (bridging) el capital social es inclusivo y se articula a través de vínculos mucho más débiles
entre personas de diferentes redes. Construyendo, como señala Williams (2006), unos lazos que, a pesar de ser a priori más débiles que los derivados del capital social vinculante, sí servirían al individuo
para ampliar sus redes y horizontes de convivencia.
¿Cómo habría evolucionado el capital social en el contexto de la globalización y con
sociedades cada vez más diversas multiculturales? Para Putnam (2007), el aumento de la inmigración en una sociedad como la de Estados Unidos acaba, a
largo plazo, suponiendo un activo a tener en cuenta, ya que en muchas ocasiones los
migrantes consiguen diluir sus diferencias transformando su propia identidad cultural
hacia nuevos estados enriquecidos por aportaciones diversas.
No están tan claros para él, sin embargo, sus efectos a corto y medio plazo, coyunturas
en las que la inmigración y la diversidad étnica o cultural perjudican la solidaridad
social e inhiben el capital social. Como señala el propio (Putnam 2007, 138-139) “el desafío central para las sociedades modernas diversificadas es crear un nuevo
sentido más amplio del ‘nosotros’”.
Las TIC y su influencia en el capital social
Si hablamos de las TIC y específicamente de los nuevos medios de comunicación asociados
a la Web 2.0, es preciso empezar por definir este concepto. La Web 2.0 es un término
que se acuñó en 2003 y que se refiere al fenómeno social surgido a partir del desarrollo
de diversas aplicaciones en Internet. Con él se establece una distinción respecto
a la primera época de la red, donde el usuario era básicamente un sujeto pasivo que
recibía la información o la publicaba, sin que existieran demasiadas posibilidades
para interaccionar. Aún no se había producido la revolución posterior que supuso el
auge de los blogs, las redes sociales, los servicios conocidos como wikis (Wikipedia)
y los portales de alojamiento de fotos, audio o vídeos (Flickr, YouTube).
La esencia de estas herramientas a las que denominamos TIC se basa en la posibilidad
de interactuar con el resto de los usuarios y aportar contenido nuevo que enriquezca
la experiencia de navegación tradicional, potenciando el intercambio de información
a través de lazos horizontales que enriquecen el hipertexto. Este paradigma ha evolucionado
hacia conexiones e interacciones cada vez más abiertas, en las que la jerarquía en
los flujos informativos ha dejado de ser tan relevante. La red se ha expandido rápidamente
a diferentes esferas de la vida pública y privada, y hoy se dirige a comunidades cada
vez más capilarizadas y que en muchos casos se agrupan en torno a intereses comunes
y afinidades culturales.
Una vez definidos conceptos como TIC o capital social, así como la utilidad de este
último término para delimitar y cuantificar los intercambios sociales dentro de las
sociedades multiculturales, nos centraremos en la capacidad e influencia de las TIC
sobre esos flujos. Especialmente en cómo utilizan estas herramientas las minorías
culturales, representadas en el caso de estudio por los colectivos migrantes instalados
en una determinada sociedad de acogida.
Algunos autores como Hampton (2002) o Wellman (2001) sostienen que a pesar de la creencia extendida que relaciona Internet con una merma
en las interacciones personales y la asocia con situaciones de aislamiento social,
estas herramientas contribuyen al incremento de las relaciones que conforman el capital
social. Wellman et al. (1996) sostuvieron ya desde sus inicios, que la red contribuía a la generación de
este capital creando comunidades en línea vertebradas a través de sus intereses compartidos
y que se sobreponían a condicionantes de dispersión geográfica. Por su parte Kanavaugh
et al. (2005) han concluido en algunos de sus estudios que las interacciones online contribuyen en un segundo proceso a potenciar también contactos presenciales y por
tanto la generación de capital social no perteneciente exclusivamente al ámbito virtual.
La aparición de las redes sociales y demás herramientas ligadas a la Web 2.0 estuvieron
acompañadas de visiones distópicas respecto a su papel como generadores de capital
social, y rápidamente se enumeró entre los más apocalípticos una larga lista con sus
posibles riesgos: falta de seguridad en el tratamiento de la información y datos,
ausencia de seguridad, cyberbullying, adicción… y, como suele ser recurrente: tendencia al aislamiento y destrucción del
capital social. Esa confrontación entre ciber optimistas y ciber pesimistas y entre
escenarios utópicos y distópicos ha centrado gran parte de los estudios realizados
durante la última década sobre Internet y capital social. Kobayashi, Ikeda, Miyata (2006), Kavanaugh et al. (2005) y Valenzuela, Park, Kee (2009) han explorado las formas en que las nuevas tecnologías compensaban esa posible pérdida
de capital inicial al ocupar parte del tiempo antes destinado a las relaciones interpersonales
“cara a cara”.
Para trascender esa confrontación entre capital social y tecnologías digitales, Williams (2006), diferencia entre capital on y offline. De esta forma los efectos sobre este capital social son diferenciados y estarían
marcados por el entorno en el que se producen las interacciones. De esta forma, Internet
crearía su propio capital basado en vínculos con individuos que no tienen por qué
extrapolarse al ámbito offline.
A esa labor de creación de capital social en el ámbito online se añade una labor paralela de mantenimiento y fortalecimiento en el ámbito offline. Las conclusiones de un estudio realizado por Valenzuela, Park y Kee (2009) entre jóvenes estudiantes norteamericanos evidencia que la principal motivación para
adscribirse a una red social como Facebook es mantener y reforzar los datos con amigos
y familiares. En este caso la correlación entre los niveles de confianza social y
los usos de esta red eran muy altos. La diversidad de contactos de Facebook aumentaba
el nivel de confianza que los estudiantes experimentaban hacia los otros miembros
de la sociedad en la que habitaban.
De esta forma se demuestra que canales de comunicación como Facebook pueden fomentar
normas de reciprocidad y confianza y, consecuentemente, crear oportunidades para la
acción colectiva, contradiciendo la hipótesis del “desplazamiento temporal” formulada
por Putnam (1995), según la cual las interacciones mediadas sustraen tiempo de las
personales, y aceptada por la tradición ciber pesimista, de que el consumo de medios
de comunicación, ya sean analógicos o digitales inhiben el capital social.
Facebook, el caso de estudio que hemos elegido para esta investigación, posiblemente
representa la red social que refleja de una forma más evidente un potencial de construcción
del capital social, debido al tamaño y la vitalidad que alcanzan sus comunidades y
a la facilidad para la interacción directa. Esta red social según fuentes de la propia
herramienta en 2017, cuenta hoy con 2,100 millones de usuarios en todo el mundo. Un
55% de ellos entra en esta red al menos una vez al día y el 53% en grupos una vez
al mes, la media de tiempo empleado por usuario es de 20 minutos. Su funcionamiento
permite a sus usuarios presentarse en un perfil en línea, acumular ‘’ amigos ‘’, visualizar
los perfiles de los demás y publicar comentarios.
Si analizamos las posibilidades que presenta Facebook respecto a su incidencia en
el capital social, deberíamos citar aspectos como el reforzamiento o la disminución
de autoestima a través de aspectos inherentes a su propio funcionamiento como son
los comentarios, los “me gusta” o las propias publicaciones en el muro. Por otra parte,
a través de su función Feed, actualiza periódicamente las publicaciones de los amigos de cada usuario, haciendo
fácil un seguimiento periódico de sus vidas. Una interacción social que además se
ve reforzada gracias a la posibilidad de sus usuarios de agruparse en grupos o páginas
colectivas. Esta agrupación puede hacerse en función de hobbies comunes o intereses personales, culturales y políticos.
Asimismo, Facebook se ha mostrado también como una poderosa herramienta para generar
movilización social. Sus miembros pueden recibir información instantánea y llamadas
colectivas a la movilización. En sus 12 años de vida su incidencia en campañas electorales
de todo el mundo, campañas ecologistas u otros movimientos políticos y sociales como
la llamada “primavera árabe” ha subido exponencialmente. Gran parte de su impacto
cívico y político ocurre dentro de sus grupos y páginas colectivas y ese aumento de
la participación política que facilita el canal, y que en ocasiones llega a reflejarse
también en el mundo offline, ayuda a crear como señalan Kobayashi et al. (2006) relaciones de confianza entre sus miembros y evidencia el potencial de esta herramienta
para construir capital social.
Observamos, por tanto, que Internet en general y las redes sociales en particular,
lejos de secar la producción de capital social se convertiría en un generador con
sus propias reglas basadas en un sentido de pertenencia alrededor de personas afines
que se agrupan en comunidades virtuales, que reproducen capital social tanto puente
como vinculante, según sus propias reglas y procesos.
Las TIC y el fenómeno migratorio
Hoy existe un gran debate sobre el efecto que las TIC provocan en las formas de interrelación,
prácticas e identidad de los diferentes colectivos migrantes. Algunos estudios (Nedelcu 2009; Oiarzabal 2012; Tsavkko García 2015) coinciden en señalar el aumento de su capacidad para organizarse a través de intereses
comunes, reforzando así una identidad cultural minoritaria en un entorno extraño.
Este fenómeno se debe principalmente a su capacidad para vertebrar una comunidad dispersa
en un mismo lugar, pero también al hecho de que permiten constituir comunidades transnacionales
al mantener y reforzar el contacto con parientes amigos y familiares que aún residen
en su país de origen.
De esta forma, las comunidades de migrantes han pasado a ser unas minorías mayoritarias
con cada vez más capacidad de organización en las sociedades de acogida, un proceso
influenciado en gran medida por la capacidad de crear vínculos de las TIC. Existe
un número creciente de autores como Adams Parham (2004), Diminescu (2011), Hiller y Franz (2004), Madianou (2012), Komito (2011), Ros (2010), O’Regan, Wilkinson y Robinson (2015) que se han ocupado de la forma en que los nuevos medios de comunicación digitales
están transformando la realidad de estos colectivos.
Para algunos como Dekker y Engbersen (2012) estas herramientas no solo son meros canales
de comunicación utilizados por las redes de migrantes, sino que también influyen activamente
en la propia naturaleza de estas redes facilitando e incluso alentando el proceso
migratorio. Así como el correo electrónico ayudó a ampliar las redes personales y
a reforzar los vínculos con la sociedad de acogida al facilitar la realización de
diversos trámites administrativos, jurídicos, y laborales necesarios para su integración.
La llegada de las redes sociales además está contribuyendo a que las comunidades migrantes
sean capaces de mantener contacto con aquellos individuos que permanecen en su sociedad
de origen y tener un impacto significativo en los procesos migratorios.
El hecho de formar parte de una comunidad virtual sin importar los movimientos en
el espacio geográfico, permite procesos como regresar a la sociedad de origen y reintegrarse
más fácilmente ya que en la práctica nunca se ha dejado de pertenecer de forma simbólica
a ella.
Estas herramientas han contribuido como señalan Oiarzabal y Reips (2012) al desarrollo interno de las comunidades de emigrantes, a reforzar sus actividades,
y sobre todo a facilitar el flujo migratorio entre personas de diferentes países.
Estos procesos se producen por un lado ofreciendo, de forma exhaustiva y detallada,
información de los países de acogida y aumentando así el atractivo para migrar, y
por el otro propiciando la formación y mantenimiento de comunidades de compatriotas
que faciliten sus condiciones al llegar en aquellos lugares en que estas estructuras
no se encuentren establecidas previamente.
Durante los últimos años, Internet ha recogido el testigo iniciado por la televisión
vía satélite, el teléfono móvil y otros medios de comunicación tecnológicos en el
proceso migratorio. Un impacto que se manifiesta especialmente en aspectos como la
búsqueda de trabajo, donde las redes sociales se convierten en herramientas auxiliares
en el proceso de inserción laboral. En general las TIC han creado un espacio social
desterritorializado que facilita la comunicación entre personas geográficamente dispersas
además de potenciar un tipo de comunicación con más posibilidades interactivas respecto
a medios tradicionales como el teléfono o el correo.
Siguiendo a Navarro y Jacobo (2015), estas herramientas permiten a los migrantes acceder
a información y conectarse con otros individuos, tanto en el país de origen como en
el de destino y además acortan los hitos más dificultosos que caracterizaban las etapas
iniciales de la migración: legislación, búsqueda de empleos informales, alojamiento
o formas ilegales de cruzar las fronteras. Esa rapidez a la hora de compartir esa
información acaba por afectar las propias estrategias migratorias. Paradójicamente,
las TIC también pueden proporcionar a sus usuarios información poco realista o falsa:
ofreciéndoles empleos, condiciones económicas o representaciones idealizadas de la
sociedad de acogida inexistentes o por debajo de sus aspiraciones.
Hoy es usual que los migrantes tengan en una página de Facebook, un blog o una web,
el primer punto de contacto o información con el país al que emigrarán posteriormente
y, a la vez, también el primer contacto con sus países de origen una vez emprendido
el proceso migratorio. El sitio digital común creado por la interconexión de millones
de ordenadores y personas ha pasado a ser un hogar virtual para muchas comunidades
migrantes de todo el planeta. Como apuntan Oiarzabal y Reips (2012) la Web 2.0 y las comunidades generadas por las TIC en la red, se convierten en el
espacio transnacional dónde recrean la cultura de sus países de origen, además de
compartir sus propias experiencias comunes como migrantes y las dificultades de adaptación
en el país de acogida.
A ese espacio surgido entre el cruce de los fenómenos migratorios y la generalización
del uso de las nuevas tecnologías lo denominaríamos “diáspora digital”. Una diáspora
que engloba una red de comunidades de migrantes pertenecientes a distintos países
y que están vinculados principalmente por factores de afinidad cultural o étnica y
conectados a través de nuevos medios virtuales. Para Mattelart (2009) el término diáspora cubre las asociaciones de expatriados, refugiados, inmigrantes
en el exilio o cualquier tipo de pertenencia étnica en general. Pero sobre todo entendemos
las diásporas como ejemplos de la “era transnacional”: formas de identificación que
escapan al contexto nacional y que surgen gracias a la mediación electrónica, los
medios audiovisuales, la televisión por satélite e Internet” (Tölölyan 1991).
Parece claro por tanto que las TIC son utilizadas de forma habitual por los migrantes
para desarrollar, mantener y recrear redes personales, sociales, lingüísticas o culturales
a nivel transnacional (Oiarzabal et al. 2012). El inmigrante ha evolucionado de ser un “inmigrante desarraigado” dando lugar a
lo que se ha denomina “inmigrante conectado” (Diminescu 2011). Contexto en el que el sujeto manifiesta sus conexiones con el país de origen a
través de una presencia activa en canales de comunicación digitales.
Sin embargo, su papel de las TIC para las comunidades migrantes ha excedido el de
meras herramientas de comunicación para convertirse en mecanismos de producción simbólica
y de afirmación cultural. Con la ampliación del uso de las redes sociales y demás
herramientas comunicativas asociadas con la Web 2.0, la producción de la memoria simbólica
se ha autonomizado con respecto a otros espacios de comunicación más institucionalizados
como la televisión. Al extender la capacidad de participación, los nuevos canales
digitales posibilitan que la construcción de la memoria se pluralice. Este tipo de
prácticas es particularmente relevante en el caso de las comunidades de migrantes
que, a partir de operaciones de selección y rescate de un pasado colectivo, activan,
como indica Ramírez Plasencia (2016), referentes simbólicos, movilizan afectos y refuerzan sus vínculos identitarios conectados
a una patria común. No obstante, el agente de cambio no sería obligatoriamente el
canal tecnológico en sí mismo, sino los usos e interacciones que facilita. Por un
lado, como espacio donde se desarrolla una cultura, pero además como propio artefacto
cultural con propiedades contextualmente situadas (Melella 2013).
Coincidente con la eficacia de estas herramientas en la construcción de identidades
y estructuras simbólicas comunes entre comunidades con afinidad cultural, Komito (2011) se muestra del mismo modo optimista respecto a los efectos que ese “transnacionalismo
tecnológico” tiene en los procesos de integración y asimilación en las sociedades
de acogida, en la medida en que esas TIC permiten a los migrantes expresar su compromiso
con la sociedad doméstica a través de la utilización de sitios web, foros de discusión
y medios digitales necesarios inicialmente para su desempeño en el nuevo emplazamiento.
Otros, como Oiarzabal y Reips (2012), son más cautos respecto a este punto y subrayan la posibilidad de que los inmigrantes
y sus comunidades podrían estar utilizando las TIC preponderando el reforzamiento
de sus vínculos con otras personas afines a su propia cultura. Un proceso que bajo
la clasificación realizada por Putnam (2003) se ajustaría a lo que hemos definido anteriormente como capital social vinculante.
Vemos, por lo tanto, cómo el abanico de potencialidades que ofrecen las TIC abarca
la posibilidad de desarrollar y construir cualquier variante de capital social antes
mencionada. Nos alejaríamos aquí de un cierto determinismo tecnológico en el que el
canal condicionaría de forma decisiva las interacciones que se producen en su interior.
El abanico de posibilidades de esta manera continuaría abierto. Sin embargo: ¿realmente
los colectivos de migrantes estarían privilegiando la construcción de algún tipo de
capital social por encima del resto?
Hoy hay cierto temor de que los inmigrantes usen las tecnologías de la comunicación
preferentemente para incrementar sus vínculos con sus sociedades de origen y tejer
relaciones solidarias en los países de acogida basadas en criterios exclusivamente
étnicos y culturales, produciendo de esta forma el riesgo de crear una cierta guetización
o comunidades estancos, que retrasen su integración en las sociedades a las que han
decidido migrar.
La utilidad de uso de las TIC como mantenimiento e incluso refuerzo de los vínculos
con la sociedad de origen tiene un impacto significativo en el capital social. Parece
clara su función para generar capital vinculante y revitalizar lazos basados en una
cultura y procedencia geográfica comunes además de facilitar aspectos prácticos en
las primeras etapas del proceso migratorio. Unos lazos que en muchas ocasiones se
desarrollan con personas afines, o que pertenecen al mismo grupo étnico o procedencia
geográfica como señalan Alonso y Oiarzabal (2010).
A raíz del estudio de páginas web de oriundos mexicanos en Estados Unidos, González (2008) establece que estos espacios digitales, lejos de sustituir a redes offline, constituyen importantes dispositivos de generación y movilización de capital social
a través de sus usos e interacciones. Una característica que posibilitaría además
procesos de socialización fuera del espacio virtual.
En los últimos años las comunidades transnacionales de migrantes y sus familiares
han pasado de las empresas de envíos de paquetería para enviarse documentos, fotografías
y recuerdos a hacerlo a través de las TIC, la diversidad de contenidos que ofrecen
estas: texto, fotografías, vídeos, audios, por mencionar algunos, proporcionan una
nueva experiencia de interconexión, a la que se acompaña, un flujo de comunicación
mucho mayor y a bajo costo debido a la relativa accesibilidad. Ya no se requiere forzosamente
de la computadora o del cibercafé cuando hay smartphones económicos con megas en telefonía
de prepago (Marchand, Rodríguez 2013).
Así, las llamadas telefónicas, los correos electrónicos, las conexiones vía Skype,
los comentarios en páginas y grupos Facebook, o los chats a través de esta red social
y WhatsApp permiten una nueva construcción de la vida social y familiar en la distancia.
En estas comunicaciones se ponen en juego, y se comparten diferentes elementos, significados,
experiencias y recuerdos que buscan saber del interlocutor, pero también hacerse presente
en la ausencia. Con ellas, como señala Peñaranda (2010), los migrantes dedican una gran cantidad de esfuerzos a construir una co-presencia
virtual con sus familiares y amigos, que configuran formas de mantener el contacto
y, de este modo, ejercitar un cuidado transnacional.
La generación de capital social vinculante parece de esta forma garantizada mediante
el mantenimiento de los lazos con la sociedad de acogida y la integración de la comunidad
de compatriotas en la sociedad de origen. No parece tan evidente si el uso de las
nuevas tecnologías de la información contribuye también a reforzar el capital social
puente. ¿El reforzamiento de un tipo de capital social provocaría la disminución de
otro? ¿Las posibilidades que se les ofrecen a los migrantes para perpetuar sus relaciones
con aquellos afines étnica o culturalmente merman la integración con otros colectivos
pertenecientes al país de destino?
Oiarzabal (2012) sostiene que las TIC facilitan los contactos con individuos de la sociedad de acogida
a través de espacios digitales comunes, como las redes sociales, donde esa interacción
se realizaría superando las barreras del contacto personal. Por otra parte, las TIC
también permitirían la posibilidad de ejercer como escaparate a culturas minoritarias,
además de constituir herramientas de organización y denuncia de situaciones que afecten
a los migrantes como colectivo y que les permitirían una mayor visibilización, integración
y participación cívica dentro de esas sociedades de acogida.
A pesar de esta probabilidad que no presenta evidencias empíricas esta tendencia de
las TIC a reforzar el capital vinculante en primera instancia respondería más a las
dinámicas de cada uno de los tipos de capital social que al funcionamiento de las
TIC. Es algo constatado que los migrantes, especialmente los de primera generación,
generan igual cantidad de capital social vinculante que el resto de personas, pero
menor cantidad de capital social puente (Heres et al. 2006), siendo aparentemente un fenómeno que tiende a remitir con el tiempo (De Palo et al. 2007). (Oiarzabal 2012).
El hecho de que en las primeras fases del proceso migratorio los sujetos precisen
de redes de solidaridad que les permitan cumplir hitos prácticos cruciales como búsqueda
de vivienda, trabajo o redes sociales de apoyo, provoca que la solidaridad étnica
o cultural se conviertan en un soporte durante los primeros meses en el país de acogida.
Ese refuerzo evidente del capital social vinculante no tendría por qué suponer un
peligro para la convivencia en las sociedades multiculturales si también va acompañado
de forma proporcional por la creación de otros tipos de capital social, como el puente,
que propicien la relación con otras comunidades con las que conviven en la misma sociedad
de acogida o el capital de acceso que posibilite su participación social y política
en esa misma sociedad.
Para Oiarzabal (2012) no está claro que las TIC por sí mismas refuercen los vínculos del migrante con su
país de origen y con su propia comunidad en la sociedad de acogida, sino que el propio
migrante se ve obligado a mantener esos lazos asociados al capital social vinculante,
mucho más necesarios en las primeras etapas del proceso migratorio por una doble razón:
en primer lugar rentabilizar la red de relaciones que puede proporcionarle réditos
de orden práctico mientras se instala en un nuevo país y por otra parte al constituirse
como la única opción viable en el momento de su llegada para construir capital social,
al constituir sus propios familiares y compatriotas las únicas opciones que el migrante
tiene como contacto.
Por otra parte, como en el caso que nos ocupa, en los contextos migratorios en que
existe una brecha importante a nivel lingüístico y cultural, las TIC ayudan a mantener
contacto con la sociedad de origen mientras se va completando el proceso de adaptación
en sus fases iniciales. El uso, especialmente en el caso en que sea intenso, que los
migrantes hacen de las TIC, aumenta sus capitales y movilidades, considerando como
sostiene Olvera (2014) que ese uso ya constituye un capital en sí mismo.
Para terminar, parece claro que las TIC y especialmente las redes sociales como Facebook
(caso de estudio en el que nos centraremos a continuación), favorecen la generación
de capital social, no porque el canal tecnológico constituya por sí mismo el detonante
de ese proceso, sino al ofrecer una serie de posibilidades a los colectivos migrantes
para dar salida a necesidades comunicativas latentes tanto de forma individual como
colectiva. Sin embargo, sobre qué tipo de capital social estarían privilegiando en
su construcción estos colectivos a través de las TIC no existe una visión concluyente.
Responder, aunque sea parcialmente y a través de un ejemplo concreto, a esta cuestión
es el objetivo del siguiente caso de estudio.