El propósito de este artículo es examinar algunos aspectos en la evolución de la investigación
científica y tecnológica en el área de las tecnologías de reproducción asistida (TRA),
analizando algunos de sus logros en la segunda mitad del siglo XX y observando hacia
dónde apuntan las principales líneas de investigación en las primeras décadas del
siglo XXI. Debo aclarar que mi objetivo no es realizar un recorrido cronológico que
incluya todas y cada una de las técnicas empleadas en este lapso, sino dirigir una
mirada, desde la biomedicina, a un aspecto que puede hacerse visible con mayor claridad
tomando como ejemplo algunas técnicas particulares. Este trabajo pone atención especialmente
en los que he denominado estudios previos de los “efectos colaterales” de estas tecnologías,
y sus posibles consecuencias en nuestras sociedades y en el futuro de la reproducción
humana.
El punto de partida, el motor del desarrollo de la investigación en este campo, ha
sido la infertilidad. No obstante, se trata de una justificación que no está exenta
de debates, pues si bien desde el punto de vista médico se le consideró desde tiempo
atrás una patología,1 no se trata en todos los casos de una condición anómala, si se considera que hay
distintas decisiones en torno a tener o no descendencia (Rybinska y Morgan 2019) o sobre el aplazamiento de esta elección (Kocourková y Stastná 2021). Pero las personas que quieren tener hijos y no pueden acuden a los médicos, y es
por ello que el conocimiento y los tratamientos en torno a la infertilidad se ubican
principalmente en los campos médicos y de la investigación en biomedicina.
Para ello, mediante investigación documental examiné los trabajos de investigación
relativos a las tecnologías seleccionadas, lo que incluyó en algunos casos los artículos
originales en los que se reporta la creación de una nueva técnica, así como algunos
de los más recientes en la literatura científica en torno a ellas. También se examinan
los estudios en los que se analizan algunas de sus consecuencias desde una perspectiva
no propiamente biomédica sino desde las ciencias sociales y las humanidades. El punto
de partida para este abordaje, es un trabajo publicado hace más de tres lustros en
el que se realiza un análisis con el enfoque que aquí se describe (Flores y Blazquez 2005), después del cual se han generado otros estudios por parte de estos autores.
El dispositivo científico técnico
La investigación biomédica ha conducido al desarrollo de un dispositivo científico-tecnológico,
en el que se desarrollan los conocimientos y se diseñan las técnicas para enfrentar
la infertilidad. Es un elemento relativamente nuevo que aparece en nuestras sociedades
como un intermediario entre los sujetos reproductivos -mujeres, hombres o parejas
que quieren tener hijos- y el proceso reproductivo propiamente dicho. De este modo
se forma un circuito virtuoso en el que el desarrollo de una nueva tecnología da lugar
a preguntas científicas y nuevas indagaciones en distintos campos del conocimiento,
que llevan al perfeccionamiento de las técnicas o incluso a la creación de nuevas.
Esto es relevante porque en el campo de las TRA queda muy claro que no hay un camino
unidireccional, en el que únicamente el conocimiento científico es el que da lugar
a las tecnologías (Krige 2006), sino también el desarrollo tecnológico puede condudir a nuevas preguntas y temas
de investigación en la biomedicina y en las ciencias sociales y humanas.
La infertilidad desde el punto de vista médico, se relaciona con diversas condiciones
a nivel orgánico. Cada tecnología está dirigida a tratar causas específicas. Por ejemplo,
si la infertilidad es producida por anomalías en las células sexuales, las tecnologías
que se desarrollan están dirigidas precisamente a intervenir sobre ellas o a sustituirlas;
si hay un problema de tipo ovárico, las tecnologías van dirigidas a ese órgano, etc.
La gran diversidad de técnicas de las que se dispone en la actualidad responde a la
pluralidad de las causas que se identifican en cada caso como responsables de la infertilidad.
Adicionalmente, y este es el aspecto en el que me interesa mucho llamar la atención,
cada una de estas técnicas trae aparejados efectos que son inesperados, efectos colaterales,
algunos de los cuales provocan grandes debates que se producen, no solo en el ámbito
médico. Por otro lado, la velocidad con la que ocurren estos cambios en la investigación
científica y tecnológica es tan grande, que muchas veces esta discusión se ve rebasada
por nuevos avances en el campo biomédico y tecnológico.
Una mirada somera al siglo XX
Para ilustrar lo anterior, podemos tomar algunos ejemplos de tecnologías desarrolladas
en el siglo pasado y algunos de sus efectos colaterales. La inseminación artificial,
por ejemplo, cuya indicación médica en una pareja es principalmente la infertilidad
masculina, provocó un cambio radical en la reproducción humana, pues mostraba que
ya no se requiere el coito, con lo que se elimina el contacto de los cuerpos, con
cambios radicales en la elección de la pareja reproductiva (Flores y Blazquez 2005).
La fertilización in vitro (Steptoe y Edwards 1978) constituye un parteaguas, pues a partir del nacimiento de Louise Brown, se demostró
sin lugar a dudas la llegada de una nueva forma de reproducción en nuestra especie
basada en la tecnología y, adicionalmente, evidenció que una parte importante del
proceso reproductivo puede ocurrir fuera del cuerpo -desde la fertilización hasta
la formación de embriones humanos-. Se trata de fenómenos biológicos centrales que
pueden realizarse ahora en un laboratorio, cuyos efectos colaterales dan lugar, aún
casi cinco lustros después, a múltiples debates en torno a temas como los límites
de edad, su empleo en mujeres solteras o parejas del mismo sexo, entre otros (Asplund 2020).
En el siglo pasado, un hecho de gran trascendencia fue el empleo de una herramienta
en la que se apoyan la mayor parte de las técnicas actuales: la criopreservación,
es decir, el almacenaje por tiempos prolongados de óvulos, espermatozoides, embriones
o fragmentos de tejido a muy bajas temperaturas (Sztein, Takeo y Nakagata 2018; Gook 2011). Se trata de una técnica cuya evolución no cesa (Bosch, De Vos y Humaidan 2020). La criopreservación trae como consecuencia la modificación en el tiempo reproductivo,
por lo cual puede involucrar ahora a personas que están en los extremos, desde la
etapa prepuberal -en combinación con técnicas de maduración de células sexuales- hasta
edades muy avanzadas o incluso después de la muerte.
Otro elemento muy importante es el cambio en el número de participantes biológicos.
Desde la inseminación artificial, pueden haber tres personas involucradas en el proceso
reproductivo, pues aparte de la pareja propiamente dicha, aparece un tercer elemento,
y esto trae como consecuencia efectos potenciales en las formas de organización social,
lo cual, desde luego, ha dado lugar a un debate muy importante sobre las formas de
asociación familiar.
Transferencia de citoplasma
El siglo XX cierra con dos tecnologías, una de ellas es la transferencia de citoplasma.
Esta tecnología surgió para enfrentar la infertilidad provocada por deficiencias en
los óvulos de la madre. Consiste en tomar de un óvulo de una donante, solo una parte
de su citoplasma, el cual se introduce en el óvulo receptor “enfermo” y al mismo tiempo,
se inyecta un espermatozoide. Una porción muy pequeña del citoplasma del óvulo donante
es suficiente para generar el desarrollo de un embrión que al ser transferido al útero
materno ha permitido el desarrollo y el nacimiento exitoso de bebés (Cohen y cols. 1998). La explicación del éxito de esta técnica radica en que se están introduciendo algunos
organelos del citoplasma donante, en este caso las mitocondrias, que son las fuentes
productoras de energía para la función celular.
El genoma humano se encuentra no solamente en el núcleo de las células, también está
presente en las mitocondrias, de tal manera que en esta técnica tenemos un ácido desoxirribonucleico
(ADN) nuclear y un ADN mitocondrial (mtADN). Así, al introducir citoplasma del óvulo
donante se está transfiriendo simultáneamente el ADN mitocondrial de una mujer distinta
a la pareja. Así, hay una aportación de material genético de tres personas, algo muy
diferente a lo que ocurre en el caso de la donación de gametos, donde la aportación
de material genético proviene solamente de dos. Presenciamos, entonces, el primer
caso en la historia de la existencia dos madres genéticas, lo que introduce como un
efecto colateral modificaciones en el concepto de maternidad biológica.
Después del nacimiento de casi un centenar de niños, esta técnica dejó de emplearse
y terminó siendo eliminada del catálogo de tecnologías de reproducción asistida, pues
no consideraba un aspecto muy relevante: algunas mutaciones en el ADN mitocondrial
pueden transmitir patologías genéticas en el producto. Asociado con lo anterior, otro
motivo de alarma es que constituye un tipo de manipulación genética de células primordiales
que implica que tales modificaciones o las patologías vinculadas con ellas tendrían
efectos transgeneracionales. No obstante, su importancia es mayúscula pues, como veremos,
a partir de esta tecnología surgen otras técnicas que se ensayan en la actualidad,
entre ellas la transferencia mitocondrial autóloga que algunos autores consideran
la tecnología terapéutica más prometedora al día de hoy, al no implicar la participación
de un tercero, aunque su eficacia clínica es aún controvertida (Zhixin y Huan 2022); también se abre la puerta a otras técnicas muy inquietantes, como la que da lugar
a lo que popularmente se conoce como los “bebés de tres padres” (aunque en realidad
se trata de dos madres y un padre) como veremos más adelante.
Transferencia nuclear
En el caso de transferencia nuclear, la clonación, hay una prohibición generalizada
de la modalidad que persigue objetivos reproductivos en humanos, pero no así en otras
especies animales. Esto ha permitido la continuación de la investigación en esta variedad
reproductiva. De hecho, el primer reporte exitoso fue en un modelo animal, el nacimiento
de la célebre oveja Dolly (Campbell y cols. 1996). La técnica consiste en la transferencia del núcleo de una célula (que no necesariamente
es una célula sexual) a un óvulo desprovisto previamente de su núcleo, a partir de
lo cual se estimula por medios artificiales la división celular y el desarrollo de
un embrión.
Esta modalidad toma dos caminos diferentes. Por un lado, la clonación con fines reproductivos,
y por otro, la clonación con propósitos terapéuticos. Si bien la prohibición de la
clonación humana con fines reproductivos es un acuerdo a escala mundial -con una votación
prácticamente unánime en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas-.
En el caso de la segunda modalidad, la de la clonación humana que persigue objetivos
terapéuticos, la prohibición no fue vinculante, de tal manera que hay naciones en
las cuales se desarrollan estos programas de investigación y se realiza la clonación
en embriones humanos. En este caso el desarrollo embrionario se detiene en una fase
conocida como blastocisto en la que existe un cúmulo de células primordiales llamadas
células troncales o madres, las cuales se colocan en medios de cultivo modificados
para la producción de células especializadas pensando en el eventual remplazo de tejidos.
Pero volviendo a la clonación reproductiva, entre los efectos colaterales aparejados
a ella (refiriéndome a especies animales diferentes a la humana) quizá el más importante
es que demuestra que los componentes masculinos en la reproducción no son indispensables.
Todo el proceso no requiere de la participación de espermatozoides, pues se puede
transferir al óvulo el núcleo de casi cualquier célula, de tal manera que no hay una
fecundación propiamente dicha, la cual se define por la unión de un espermatozoide
con un óvulo2 -la fecundación ya no es un argumento como el origen de la vida, como ocurre en algunas
tradiciones religiosas-. Además, es importante hacer notar que el núcleo celular que
se transfiere puede provenir de sujetos del mismo sexo, como en el caso del experimento
pionero de Ian Wilmut y sus colaboradores, en el que el óvulo proviene necesariamente
de una hembra, el núcleo transferido viene de la célula de otra hembra, la portadora
del embarazo es otra hembra y al final nace una hembra: Dolly. Los machos son totalmente
prescindibles en esta modalidad reproductiva, y al menos, teóricamente, los elementos
biológicos esenciales podrían provenir de tres hembras o de una sola.
La investigación en este campo sigue avanzando en distintas especies animales e incluso
se explora su empleo para el rescate de especies que se han extinguido. Esta tecnología
quizás todavía nos tiene reservadas en el futuro algunas sorpresas.
Siglo XXI
Desde el inicio del siglo XXI, asistimos al perfeccionamiento de las tecnologías ya
existentes y al surgimiento acelerado de nuevas modalidades de reproducción asistida,
lo cual indica que aún estamos lejos de llegar a una meseta o etapa estacionaria en
su desarrollo. Por su propia novedad, muchas de las técnicas a las que me referiré
enseguida, se encuentran aún en un nivel experimental, algunas realizándose a nivel
celular, o en modelos animales, aunque otras ya han comenzado a probarse en humanos.
Terapia de remplazo mitocondrial
Las mitocondrias son organelos esenciales para la maduración de los ovocitos, la fertilización
y el desarrollo del embrión. Como lo señalé anteriormente, la identificación del origen
orgánico de trastornos reproductivos es el estímulo para el desarrollo de técnicas
específicas. Las anomalías en la cantidad, calidad y función de las mitocondrias están
estrechamente relacionadas con la fertilidad deficiente, a lo que deben sumarse las
enfermedades genéticas mitocondriales causadas por mutaciones o deleciones del ADN
mitocondrial (Zhixin y Huan 2022).
Una vez más, tomo como ejemplo el nacimiento de bebés con dos madres y un padre genéticos.
A diferencia de la transferencia de citoplasma desarrollada en la última década del
siglo pasado, en la que la justificación médica se apoyaba en la incapacidad de los
óvulos para desarrollar embriones luego de ser fecundados, aquí se trata de un caso
muy especial dentro de las tecnologías de reproducción aistida, pues no se enfrenta
una infertilidad propiamente dicha, sino la posibilidad de un embarazo riesgoso para
el bebé, pues los óvulos, si bien son aptos para ser fecundados y capaces de desarrollar
embriones, en algunos casos son portadores de alguna variedad dentro del espectro
de enfermedades genéticas.
Los trastornos mitocondriales afectan aproximadamente a uno de cada 4,300 nacidos
vivos. Se trata de un grupo de enfermedades raras que causan defectos progresivos
e incurables, que a menudo resultan en una muerte prematura. Estos trastornos se caracterizan
por la disfunción de la fosforilación oxidativa, que es la vía final del metabolismo
aeróbico (Gorman, Chinnery y cols. 2016) y pueden ser transmitidas al producto (Howell 1998). Las mitocondrias se heredan por la vía materna, de tal manera que las mutaciones
u otras alteraciones genéticas mitocondriales se trasmiten a las siguientes generaciones.3
La terapia de remplazo mitocondrial parte del mismo principio de la transferencia
del citoplasma descrita líneas arriba, aunque la técnica es sustancialmente distinta
(Craven et al. 2016). Lo que se hace aquí es tomar un óvulo de una donante desprovisto de su núcleo que
tiene las mitocondrias sanas. Se insertan en él los pronúcleos del cigoto del óvulo
fertilizado de la madre, los cuales se aislan previamente del resto del citoplasma
que contiene las anomalías mitocondriales, quedando así una célula fecundada desprovista
de las mitocondrias dañadas. En esta técnica se pueden transferir no solo los pronúcleos
sino también de forma alternativa el huso acromático o los cuerpos polares al citoplasma
del óvulo donante desprovisto previamente de componentes nucleares (Wolf y cols. 2015).
Esta tecnología ya se ha comenzado a emplear en humanos. Curiosamente el primer caso
del nacimiento de un bebé vivo mediante esta técnica ocurrió en México, en la ciudad
de Guadalajara, donde John Zhang junto con un grupo de especialistas mexicanos anunciaron
el primer nacimiento de un bebé por esta técnica4 (Zhang, Liu, Luo y cols. 2017), la cual no está permitida aún en muchas naciones, pero ya se ha aprobado en otras
como el Reino Unido (HFEA 2015). Como quiera que sea, se reafirma con esta técnica,
la reproducción humana con la participación de tres sujetos que aportan material genético.
Trasplante de ovario
Para el trasplante de ovario la justificación médica parece inapelable, pues existen
condiciones que afectan este órgano, como las endometriosis graves o el ovario poliquístico,
las cuales en muchos casos requieren de cirugía radical. O también en el cáncer que
puede afectar indirectamente al ovario. Los tratamientos de radio y quimioterapia
provocan infertilidad al producir daño no solo a los órganos afectados sino también
a otros sanos. Cuando se trata de mujeres jóvenes, una de las técnicas que se ha desarrollado
consiste en tomar, antes de iniciar los tratamientos contra el cáncer, fragmentos
de la corteza del ovario, que son pequeñas láminas que se pueden almacenar por tiempos
muy prolongados a muy bajas temperaturas. Una vez que concluye el tratamiento, se
pueden reimplantar. Se ha demostrado plenamente que con ello se recupera toda la actividad
hormonal (Donnez y cols. 2006), se restablece la menstruación y puede haber embarazos (Donnez y cols. 2004). Se ha reportado casi un centenar de bebés en el mundo con esta técnica en la primera
década de este siglo. Algunos de los efectos no esperados o colaterales de esta técnica
han sido motivo de gran interés, como la prolongación de la fertilidad en mujeres
que deciden almacenar su tejido ovárico para ser empleado en etapas posteriores de
su vida, cuando ya han rebasado el periodo reproductivo y se encuentran en la menopausia,
o simplemente con la finalidad de restablecer la función ovárica que se ha perdido,
como alternativa a las terapias de tipo hormonal. Una especie de vuelta a la juventud
(Flores y Blazquez 2018).
Ovarios artificiales
Otra tecnología de este siglo es la producción de ovarios artificiales con la que
se crean diminutas redes empleando distintos materiales en las que se pueden sembrar
ovocitos. Forma parte de un área muy novedosa, la de la ingeniería de tejidos reproductivos.
Hasta ahora se encuentra en etapa experimental empleando modelos animales. La mayor
parte de los experimentos se han realizado en ratones. Los resultados muestran que
estos dispositivos hacen posible el embarazo y el nacimiento de ratoncitos sanos que
son amamantados por la madre, demostrando el restablecimiento pleno de la actividad
endocrina (Laronda et al. 2017). Otra línea de trabajo es el empleo de ovarios desprovistos totalmente de células
(Hassanpour y cols. 2018). La justificación de estos desarrollos es eliminar cualquier posiblidad de reintroducción
de células cancerosas, ante los argumentos de que el autotrasplante de tejido ovárico
en personas que han padecido cáncer, pudiera reintegrar células malignas.
Transplante uterino
Uno de los avances más importantes en este siglo es el transplante de útero. Quién
lleva la vanguardia en este campo es el grupo sueco encabezado por Mats Brännström
en la Universidad de Gotemburgo, el cual ya ha conseguido el nacimiento de bebés sanos
(Brännström y cols. 2015). Se trata de una técnica quirúrgica muy compleja, que tiene gran relevancia desde
diferentes disciplinas; además de la medicina, también en las ciencias sociales y
humanas. Un primer aspecto interesante es el caso de las donadoras de útero. Los trabajos
del equipo sueco hasta 2019 incluyeron a nueve receptoras, de las cuales siete estaban
relacionadas genéticamente o bien eran amigas de la familia. La edad de las donantes
varió de 37 a 62 años y cinco eran posmenopáusicas. Es interesante observar cómo en
el arranque de esta tecnología se expresa la solidaridad y cooperación reproductiva
entre mujeres, y, además, cómo el órgano proveniente de quienes han rebasado la edad
reproductiva puede participar exitosamente en el embarazo y nacimiento de bebés sanos.
Uno de los efectos colaterales del trasplante uterino es que se abren posibilidades
antes inimaginadas a la diversidad sexual, como queda ilustrado con el caso de Lilie
Elbe, uno de los primeros in tentos en los que una persona genéticamente masculina
recibe un trasplante de útero, que en aquella época estaba condenado al fracaso.
Úteros artificiales
La justificación médica para la creación de úteros artificiales es muy interesante,
pues al interrumpirse el embarazo en una etapa temprana el producto muere. Se encuentra
ahora en una etapa completamente experimental; se ha creado esta tecnología para poder
mantener al feto en una condición lo más parecida posible a la del útero materno,
buscando que se logre una maduración que les permitiría sobrevivir y desarrollarse
posteriormente, como ocurre en un nacimiento prematuro. El primer trabajo publicado
(Patridge y cols. 2017) tiene un aspecto muy inquietante pues señala: “Nuestro sistema ofrece un intrigante
modelo experimental para abordar cuestiones fundamentales sobre el papel de la madre
y la placenta en el desarrollo fetal”.
Desde el punto de vista de la biología experimental, el útero artificial puede equipararse
a una preparación aislada, como las utilizadas en los experimentos en células únicas
del corazón y de muchas otras variedades celulares, o bien en tejidos. Estas técnicas
han aportado información muy útil para la comprensión de la fisiología animal y humana.
En este caso permitirá entender mejor el papel de la placenta y de todo el organismo
materno, aunque por ahora en mamíferos no humanos.
Células sexuales en el laboratorio
Por último, otra línea de investigación que se desarrolla en este siglo es la producción
de óvulos y espermatozoides a partir de células primordiales. A pesar del importante
desarrollo que han tenido las tecnologías de reproducción asistida, hay condiciones
que no se han podido enfrentar o resolver, como la aplasia de células germinales,
por ejemplo, la azoospermia no obstructiva o el síndrome de falla en la maduración
de los ovocitos (Hong y cols. 2011). A pesar de ser líneas de investigación que se encuentran en una etapa puramente
experimental, se han obtenido avances notables tanto en especies animales como en
humanos. En ratones se han logrado algunos resultados exitosos. Desde la primera década
de este siglo, se reportó, por primera vez, la diferenciación de células sexuales
femeninas en ratón a partir de células primordiales (Hübner y cols. 2003) y en ese mismo modelo animal la producción de espermatozoides (Geijsen y cols. 2004). En humanos se ha logrado también la producción de gametos a partir de células primordiales
de origen fetal y adulto (Panula y cols. 2011). Los resultados de la capacidad reproductiva de estas células hasta el nacimiento
en roedores es motivo de controversia y, desde luego, no se han realizado estos experimentos
con fines reproductivos en humanos.
A nivel embrionario hay en las gónadas una etapa indiferenciada que en los humanos
llega a la séptima semana de la gestación, en la que aún no se ha definido la ruta
hacia el surgimiento de ovarios o testículos. Queda por conocer con precisión si la
formación de óvulos o espermatozoides puede ser independiente del sexo genético de
las células troncales.
Discusión
Los avances en las tecnologías de reproducción asistida en el siglo XX fueron y siguen
siendo de gran importancia, no solo porque se dispone ya de un arsenal de procedimientos
para garantizar a los sujetos que no pueden tener descendencia por causas orgánicas,
la posibilidad de ser madres o padres sino también, de manera relevante, por sus efectos
colaterales. Entre estos, la eliminación del contacto de los cuerpos, la sustitución
de procesos biológicos, los cuales pueden ahora realizarse en condiciones de laboratorio,
el fortalecimiento de la individualidad reproductiva y la diversidad sexual, la modificación
en el número de participantes biológicos en la reproducción, la modificación del tiempo
reproductivo, los cambios en los conceptos de maternidad, paternidad y consanguinidad,
que permiten vislumbrar cambios en las formas de organización familiar y social, lo
que ha dado lugar a un gran debate en las sociedades contemporáneas (Flores y Blazquez 2005).
En lo que va del presente siglo, las tecnologías de reproducción asistida muestran
un desarrollo ininterrumpido, estrechamente relacionado con los avances de la investigación
científica y tecnológica. Cada día hay más investigadores involucrados con este campo
del conocimiento y el número de publicaciones en las revistas especializadas muestra
un incesante crecimiento. Lo anterior es, probablemente, reflejo del interés de mujeres,
hombres y parejas por recurrir a estos procedimientos con la finalidad de tener hijos.
De igual modo, la discusión en nuestras sociedades acerca de sus implicaciones se
mantiene cada día más viva y expresa en distintos terrenos, como los antropológicos,
económicos, políticos, sociales y filosóficos, entre otros.
En el presente siglo ha quedado claro que la infertilidad, motor inicial y podríamos
decir exclusivo de estos desarrollos en el siglo pasado, ha dejado de ser hoy la única
motivación, pues personas completamente sanas con capacidad biológica plena, podrían
recurrir a estas tecnologías como en el caso de su empleo con fines no médicos, como
en criopreservación de gametos o los trasplantes de tejido ovárico. Adicionalmente,
la reproducción humana asistida comienza a orientarse no solo a la incapacidad para
embarazarse, sino, además, hacia la salud del producto como en las terapias de remplazo
mitocondrial. De igual modo, las decisiones reproductivas individuales o en parejas
del mismo sexo, no están asociadas con transtornos de tipo biológico.
La evolución de estas tecnologías hasta las dos primeras décadas del presente siglo
y sus efectos colaterales, muestran con claridad que una de sus consecuencias definitivas
es precisamente el fortalecimiento de la individualidad y la diversidad sexuales.
Aunque, desde luego, se trata de un territorio completamente especulativo, en el caso
de la diversidad sexual se vislumbran escenarios muy novedosos, con los trasplantes
uterinos y la producción de gametos a partir de células troncales, lo que también
alienta los debates actuales desde el punto de vista ético. Los avances en el terreno
de los órganos artificiales abren la posibilidad de que, además de procesos biológicos
que ya ocurren completamente en el laboratorio como la fertilización y las etapas
inciales del crecimiento embrionario, el desarrollo humano en el futuro pudiera ocurrir
completamente fuera del cuerpo.