Introducción
La cultura Olmeca fue la primera de las culturas autóctonas de Mesoamérica que mostró,
desde sus inicios, señas patentes de un cambio profundo en el pensamiento prevalente
circa el año 1500 a. C. Por la importancia que habría de tener su aparición en el
sitio de San Lorenzo, Veracruz, esta demarca el inicio del periodo Preclásico Medio
mesoamericano. Primero con las fases Ojochí, Bajío y Chicharras (circa 1500-1200 a.
C.), de reconocida filiación olmeca, seguidas por la fase San Lorenzo (1200-900/800
a. C.), correspondiente al apogeo del sitio. No obstante, la presencia cultural olmeca
se ha registrado muy temprano en varios otros puntos de la futura Mesoamérica, y conocemos
al menos un caso de contemporaneidad con San Lorenzo, incluidas sus fases iniciales.
En el sitio actualmente nombrado Teopantecuanitlán, en la cuenca alta del Río Balsas
en Guerrero, excavaciones controladas pusieron al descubierto un centro ceremonial
entero, cuya primera fase constructiva comenzó circa 1400 a. C. (Martínez-Donjuan 1985 y 1993), es decir, coetánea con San Lorenzo desde sus primeros asentamientos. A partir del
1200 a. C. y en los siglos inmediatos, hay registro arqueológico de la cultura olmeca
en los Valles Centrales de México (en Tlapacoya, Tlatilco, El Arbolillo, Ticomán),
Morelos (Chalcatzingo, Gualupita, Atlihuayán), Puebla (Las Bocas), Guerrero (Teopantecuanitlán,
San Miguel Amuco, Oxtotitlán, Juxtlahuaca), Oaxaca (San José Mogote, Etlatongo), Chiapas,
(Cantón Corralito, Paso de la Amada), Guatemala (La Victoria, La Blanca), El Salvador
(Las Victorias) y Costa Rica (Tibias) (Arq. Mex. 2000; Clark 2000; Clark y Pye 2000; Cheetham 2007; Cheetham y Clark 2006; Niedeberger 1987), prefigurando, en conjunto, el mapa de Mesoamérica.
Más significativo todavía es que muchas de las construcciones sociales que caracterizarían
el notable desarrollo de las culturas subsiguientes (mayas, zapo tecas, teotihuacanos,
etc.) aparecen inicialmente en el registro arqueológico olmeca. Entre tales construcciones
se encuentran divinidades principales, la arquitectura pública dedicada exclusivamente
al culto, templos levantados sobre basamentos piramidales, orientados de acuerdo con
el movimiento cíclico de ciertos astros, formando entre ellos plazas abiertas que
incluyen siempre espacios restringidos. Pero, asimismo, el arte de la talla en piedras
duras sin herramientas de hierro, la elección de la jadeíta, la nefrita y otras piedras
verdes como soporte de representaciones metafísicas; también la costumbre de cubrir
las imágenes sagradas y ciertos muertos con cinabrio y otros pigmentos rojos, o la
de ofrendar seres y objetos preparados ex profeso, durante celebraciones cíclicas o como acompañamiento de los muertos. La cronología,
el sistema de cuenta larga para nombrar linealmente los años y la escritura glífica
serían otras tantas de tales trascendentes construcciones que los olmecas, ya en su
decadencia, aportarían a sus contemporáneos antes de desaparecer.
Pero la construcción social más importante de esta cultura, el pensamiento que impulsó
toda su construcción sociocultural, comenzando por su concepción acerca del orden
y estructura del mundo, su origen y su destino, los desconocemos casi por entero.
Estudios previos han propuesto el acceso a ese tipo de conocimiento específico siguiendo
un método en dos fases (Bonifaz 1986, 1995; Quesada 2006, 2016). La primera consiste en la descripción de muestras extensas de sus imágenes divinas,
agrupadas en conjuntos congruentes basados exclusivamente en sus rasgos formales.
La caracterización iconográfica que se consigue es, desde un principio, estructural,
pues da cuenta tanto de sus elementos constitutivos como de las relaciones que establecen
entre sí para integrar unidades. Tiende, además, a la representatividad estadística
por derivar su definición a partir de todas las variantes encontradas en muestras
extensas. Más importante todavía es que tales fundadas definiciones habilitan la segunda
fase del método: la búsqueda y eventual identificación de fuentes documentales coloniales
que con ellas coincidan, porque aludan al mismo tema o asunto de lo que ocurre mediante
formas en las imágenes y nos hablen, en un lenguaje legible para nosotros, acerca
de su sentido. El presente estudio buscó alcanzar una definición empírica y holística
de la iconografía olmeca relacionada con el ámbito divino, mediante la descripción
formal y análisis de una muestra extensa de piezas escultóricas y pictóricas divinizadas (n = 1,531), para entonces exponer la hipótesis cosmogónica de Rubén Bonifaz (1986 y 1992) como explicación iconológica más probable del universo visual aquí descrito, con
base en la extensa coherencia encontrada entre todos sus enunciados iconográficos
(Bonifaz 1992, 28-38) y lo observado poblacionalmente en este estudio.
Resultados
La muestra
Con base en una revisión amplia de bibliografía, arqueológica principalmente, pero
también generada desde los estudios del arte y las humanidades, se integró una muestra
extensa de piezas arqueológicas de acreditada filiación cultural olmeca (n = 1,531).
Todas ellas fueron publicadas por especialistas en el campo específico de dicha cultura,
y son tenidas por representaciones de dioses o de entidades vinculadas con el ámbito
divino, con base en la iconografía que exhiben y/o por sus formas peculiares de estilización,
el material y técnicas con que fueron elaboradas, sus cualidades estéticas, el contexto
donde se les ha encontrado, entre otras razones. En la gran mayoría de los casos,
las piezas se encuentran resguardadas en instituciones educativas como museos, universidades
y centros de investigación, tanto nacionales como alrededor del mundo; el menor número
en colecciones privadas (véase la bibliografía de la muestra). El estudio consistió
en el análisis formal cualitativo y cuantitativo de las naturalezas presentes, y la
manera en que se relacionan entre sí, así como en la detección cualitativa de cuatro
signos abstractos y sus 12 variantes estructurales, previamente identificados tanto
en piezas olmecas como mesoamericanas (Quesada 2006 y 2016).
Análisis iconográfico. El núcleo
Advirtamos primero que en el universo visual bajo estudio, de las 1,531 piezas compiladas,
1,392 fueron realizadas en términos figurativos, mientras que las restantes 139 contienen
solo signos abstractos. La inmensa mayoría de las piezas muestran un solo sustantivo,
pero las hay con dos (54), tres (9), cuatro (4) y unas cuantas (5) con más de cinco
figuras individuales. En todos estos casos (72 piezas en total) el análisis iconográfico
se realizó solo en el sustantivo principal de cada una. La Tabla 1 resume la distribución general de naturalezas así hallada en las 1,392 piezas figurativas.
Como puede observarse, el 80.6% de ellas tiene como sustantivo central o único la
figura humana. A esta le siguen, muy de lejos, las serpientes (7.3%), las aves (6.0%)
y los felinos (2.9%). Únicamente estas cuatro naturalezas hacen casi el 97% de la
muestra figurativa entera, lo cual indica, sin lugar a dudas, su preponderancia en
el ámbito de las representaciones simbólicas de esta cultura; establecen, además,
con rotunda claridad, su interés central por la figura humana.
Tabla 1
Incidencia relativa de las naturalezas como sustantivos.
Naturaleza
|
n = % de n
|
Ser humano (H)
|
1,122 80.6%
|
Serpiente (S)
|
101 7.3%
|
Ave (A)
|
83 6.0%
|
Felino (F)
|
40 2.9%
|
Ʃ (H, S, A, F) =
|
1,346 96.7%
|
Otros: (18 sustantivos)
pez, planta, rana, mono, tlacuache, espejo, punzón…
|
46 3.3%
|
En este sistema de comunicación, los sustantivos ‘divinizados’ se suelen integrar
al fundir dos o más naturalezas distintas en una sola figura, en donde una de ellas
constituye el sustantivo sobre el cual las otras actúan como sus ‘adjetivaciones’,
al formar parte integral de su estructura y/o de sus atavíos (Quesada 2016, 29-30). En la iconografía olmeca, los casos sobreabundantes consisten en un sustantivo
con rasgos de otra naturaleza únicamente. No es difícil hallar sus tantivos con adjetivaciones
de dos naturalezas distintas, por ejemplo: H(a+s), H(f+s), S(h+a), o A(s+h), mientras
que casos donde tres naturalezas califiquen a un sustantivo de manera simultánea son
más bien raros. En este estudio solo evaluamos una adjetivación -por lo común la única-
o la más enfática visualmente, en caso de haber más de una. Se observan, por ejemplo,
seres humanos con alas o pico, otros con lengua bífida y colmillos curvos, los cuales
pueden describirse como seres humanos hechos ave o serpentizados, respectivamente (Quesada 2016). Llamamos “sintagmas visuales” a este tipo de composiciones para construir significado,
y hemos hallado evidencia de su uso generalizado en Mesoamérica (Quesada 2016, figuras 41-106). Al discernir en esta muestra las 12 combinaciones posibles entre sustantivos y
su adjetivación principal, y calcular la frecuencia con la que cada combinación aparece,
se pueden percibir con claridad varios rasgos sobresalientes de este universo visual
(Tabla 2 y Figura 2).
Tabla 2
Incidencia relativa de los cuatro sustantivos nucleares y su adjetivación principal.
(Casos y % de n)
|
Humanizado
|
Serpentizado
|
Hecho ave
|
Felinizado
|
Humano
|
Solo humano
79
5.7%
|
Hs
991
71.2%
|
Ha
29
2.1%
|
Hf
23
1.7%
|
Serpiente
|
Sh
11
0.8%
|
Solo serpiente
63
4.5%
|
Sa
26
1.9%
|
Sf
1
0.07%
|
Ave
|
Ah
1
0.07%
|
As
13
0.9%
|
Solo ave
69
4.9%
|
Af
Cero
|
Felino
|
Fh Cero
|
Fs
19
1.4%
|
Fa
Cero
|
Solo felino
21
1.5%
|
Otros
46
3.3%
|
|
|
|
|
Figura 1
Las cuatro naturalezas nucleares y el sintagma visual predominante: ser humano serpentizado.
Nota: Arriba: máscara humana de Arroyo Pesquero, Veracruz (en Benson y de la Fuente 1996, 237); tecomate con serpiente estilizada labrada (en Benson y de la Fuente 1996, 196). Al centro: hacha de jade proveniente de la Mixteca, Oaxaca (en Benson y de la Fuente 1996, 263). Abajo: felino mayor de Loma del Zapote, Veracruz (Museo de Antropología de Xalapa);
pintura rupestre de ave en cueva de Oxtotitlán, Guerrero (redibujado de Groove 1970,
15). Todos los dibujos son de E. Salvador Camarillo.
Fuente: Elaboración propia con base en lo anteriormente citado.
Figura 2
Los otros sintagmas visuales nucleares.
Nota: Combinaciones de baja frecuencia relativa presentes en la muestra. Humanos hechos
ave y felinizados (Ha y Hf), serpientes hechas ave y humanizadas (Sa y Sh), y aves
y felinos serpentizados (As y Fs). Las letras entre paréntesis indican la presencia
de una segunda adjetivación. Arriba: Ha: humano con tocado de ave (en Coe et al. 1996, 146); Hf: figura humana sedente cual felino (en Artes de México 1972, 154). En medio: Sa: sierpe con pico de ave (en Deletaille 1992, fig. 72). Sh: serpiente con cuerpo de mano humana (en FAMSI: K4005). Abajo: As: ave labrada
con ojo de serpiente (en Coe et al. 1996, 215); Fs: felino modelado con cabeza de serpiente (en Benson y de la Fuente 1996, 193). Todos los dibujos son de E. Salvador Camarillo.
Fuente: Elaboración propia con base en lo anteriormente citado.
El rasgo principal de este universo es la existencia de un subconjunto de imágenes
que constituyen 7 de cada 10 de sus representaciones divinas: los seres humanos serpentizados.
Junto a él, a un orden de magnitud de distancia, se halla la presencia firme de las
cuatro naturalezas sin adjetivaciones; luego, un conjunto de seis combinaciones entre
dos naturalezas, bien establecidos, aunque de baja incidencia en comparación; finalmente,
un último conjunto que agrupa las restantes combinaciones entre dos naturalezas, con
muy baja a nula ocurrencia en la muestra estudiada, aun considerando los casos cuando
aparecen como segunda adjetivación. Si de la Tabla 1, sabemos que 800 de cada mil piezas olmecas figurativas son seres humanos, aquí conocemos
que 712 de ellas estarán serpentizados. Conocemos también de la presencia bien establecida
de las cuatro naturalezas solas -sin adjetivaciones- sustentada en 232 monumentos
arqueológicos, esto es, un sexto justo del total de la muestra figurativa. Sus frecuencias
individuales, además, no solo son del mismo orden de magnitud, tres de ellos muestran
incidencias muy cercanas entre sí: humanos, aves y serpientes solas aparecen en el
5.7, 4.9 y 4.5% de la muestra, respectivamente, mientras que la presencia felina es
sensiblemente menor (1.5%). En tercer lugar, tenemos las restantes combinaciones existentes,
las cuales, a pesar de mostrar baja frecuencia relativa, se encuentran firmemente
representadas en este universo, y pueden agruparse en tres pares: los casos restantes
de seres humanos además del prevalente Hs: humanos hechos ave y felinizados (Ha /
Hf); las serpientes con atributos humanos o de ave (Sh / Sa), y, las aves y felinos
serpentizados (As / Fs). Por último, se identifican las combinaciones que casi no
se dan en este universo. Las ausencias son de importancia ontológica evidente por
representar lo que poco o nunca se expresa en este sistema, lo que pareciera no formar
parte discursiva de él.
Además de los cuatro rasgos ya señalados, podemos extraer del análisis que aves y
felinos tienen en común: 1) no ser ni el sustantivo ni el adjetivo principales (estos
son humanos y serpientes); 2) que ambos existen únicamente en dos arreglos: solos
y serpentizados (Ah y Fh = 0), y, 3) que no se califican entre sí (Af y Fa = 0), o
que lo hacen como segunda adjetivación, y, en todo caso, con muy baja frecuencia.
La Tabla 3 resume esta agrupación empírica de las combinaciones entre las cuatro naturalezas
nucleares.
Tabla 3
Agrupación empírica de sintagmas.
G1
Naturalezas solas
|
H: 5.7%
|
S: 4.5%
|
A: 4.9%
|
F: 1.5%
|
G2
Sintagma dominante
|
Hs: 71.2%
|
|
|
|
G3
Sintagmas restantes
|
Ha: 2.1%
Hf: 1.7%
|
Sh: 0.8%
Sa: 1.9%
|
As: 0.9%
|
Fs: 1.4%
|
G4
Sintagmas casi ausentes
|
|
Sf: 0.07%
|
Ah: 0.07%
Af: 0
|
Fh: 0 Fa: 0
|
G5
Otras naturalezas
|
Otros: 3.3%
|
|
|
|
La supremacía de la naturaleza humana (entre 11 y 28 veces más grande que las restantes)
pareciera incuestionable. Mas para expresar la divinidad, este sistema se vale, además,
de tres signos principales: la serpiente, el ave y el felino. Si consideramos que
cada una de estas cuatro naturalezas aparece como sustantivo o como adjetivación,
para tasar sus respectivas incidencias absolutas es preciso tomar en consideración
las dos formas de presencia juntas. De esta manera, la naturaleza humana, que adjetiva
poco, mantiene su incidencia prácticamente igual, mientras que la del ave y la felina
la duplican; la naturaleza serpentina, en profundo contraste, multiplica la suya por
diez y prácticamente iguala la incidencia absoluta humana (H = 81.46% y S = 80.75%,
respectivamente; ∆ = 71 centésimas). Este análisis nos confirma la existencia de al
menos dos tipos distintos de relación entre las cuatro naturalezas nucleares: la que
vincula los signos <humano> y <serpiente> por una parte, y aquella que relaciona los
signos <ave> y <felino> por otra (Tabla 4).
Tabla 4
Incidencia absoluta de naturalezas (sustantivos + adjetivaciones). Distribución incluyente.
Naturaleza
|
# de piezas con su presencia (n)
|
% de n
|
Humana
|
1,134
|
81.46 %
|
Ofidia
|
1,124
|
80.75 %
|
De ave
|
138
|
9.9 %
|
Felina
|
64
|
4.6 %
|
Discernidos los signos figurativos de esta manera, es posible ver ahora que resultados
como la centralidad humana, la prevalencia de seres humanos serpentizados, y la presencia
de otros hechos ave o felinizados, junto con la estrecha, patente relación humano-serpentina
y la oposición ave-felino, son todos rasgos constantes y centrales en Mesoamérica.
Otros rasgos iconográficos sobresalientes de muy amplia distribución a no pan-mesoamericanos,
que se encuentran representados en esta muestra, son el conjunto de dos serpientes
iguales y opuestas -figuradas principalmente convergentes, aunque la divergencia es
común-, y el hecho de que la naturaleza de ave con frecuencia ocupe la cima de figuras
y composiciones (Bonifaz 1992, 27-32), como pudo observarse aquí, por ejemplo, en la figura humana central del Altar 4
de La Venta, Tabasco, en el Mural 1 de Oxtotitlán (Grove 1970, 2), y en el llamado Salón del Ritual de las cuevas de Juxtlahuaca, estos últimos sitios
en Guerrero.
La periferia
Lo que aquí voy a llamar naturalezas periféricas, constituye el segundo conjunto de signos del subsistema figurativo. Alrededor de
las cuatro naturalezas nucleares, coexistiendo contextualmente con ellas, formando
incluso sintagmas visuales con ellas, aparece un conjunto de presencias que, como
sustantivos o como adjetivaciones, forman parte integral, complementaria e indisoluble
de las imágenes sagradas olmecas. No obstante, su frecuencia de aparición relativa
puede ir de muy baja a marginal, en comparación con las cuatro entidades nucleares.
Su ocurrencia es muy significativa, no obstante, porque en todos los casos representa
el inicio de presencias objetuales/visuales que trascendieron su propio tiempo y cultura,
pues todas, sin excepción, tuvieron continuidad en abundantes contrapartes producidas
durante los periodos Clásico y Posclásico mexicanos. Se trata, pues, de las representaciones
más tempranas conocidas en Mesoamérica de peces, monos, lagartos, tortugas, ranas,
armadillos, conejos, arácnidos, tlacuaches, plantas, maíz, calabazas, caracoles cortados,
conchas, espejos, punzones, teas y lanza-dardos, todos los cuales serían reproducidos
consistentemente por las subsiguientes culturas, levantando así la periferia mesoamericana.
Cada entidad posee rasgos peculiares distintivos y consistentes que les permite ser
identificadas de golpe de vista, sin confusión posible. Esta característica reduce,
cuando no extingue, toda fuente de ambigüedad en la interpretación, lo cual hace total
sentido en un sistema de comunicación visual.
A pesar de su baja frecuencia relativa, las entidades periféricas son semejantes a
las nucleares en tanto que pueden aparecer como sustantivos aislados o aislables -como
objetos o atributos dentro de una escena-, y porque pueden, asimismo, integrar sintagmas
visuales. Cuando esto ocurre, lo hacen casi siempre con alguna naturaleza nuclear.
Entre los casos detectados en la muestra, el más frecuente por mucho es <ave-punzón
de autosacrificio>, con 8 casos, pero existen también: <humano-antorcha>, <humano-planta>,
<humano-espejo>, <humano-caracol cortado>, <antorcha-humano>, <ave-maíz>, <ave-caracol
cortado> y <pez-caracol cortado>.
Presencias nucleares y periféricas, así, integran el conjunto entero de representaciones
de lo que podría ser el “núcleo duro” (López Austin 2001, 47-65) de presencias que, tan solo por su huella iconográfica, puede ser llamado con propiedad
Mesoamericano. No hemos identificado ejemplares de cactus, murciélagos, crustáceos,
insectos, cánidos ni cérvidos, los cuales son imágenes comunes en los periodos subsiguientes.
No obstante, por la coherencia observada entre la tipología olmeca y la que caracteriza
las culturas de los periodos Clásico y Posclásico, es probable que al extender la
muestra olmeca tal diferencia disminuya en vez de aumentar; pareciera más factible
que en el futuro se conozcan piezas olmecas que fundaron las tradiciones que vemos
durante los periodos subsiguientes, en vez de concluir que se traten de innovaciones
post-olmecas (Figuras 3A y 3B).
Figura 3A
Naturalezas periféricas I.
Nota: De izquierda a derecha y de arriba hacia abajo: Punzón ritual de piedra, procedencia
desconocida (en Pre-Columbian Art Sotheby’s 1998, Lot. 92). Espejo pulido proveniente
de Arroyo Pesquero, Veracruz (en Coe et al. 1996, 233). Vasija en forma de calabaza proveniente de Las Bocas, Puebla (en Coe
et al. 1996, 326). Pato-mazorca de maíz de origen desconocido (en Benson y de la Fuente, 1996, 130). Átlatl de esquisto verde (en Taube 2004, 139). Punzón ritual en forma de antorcha (en Dallas Museum of Art. Cat. 1969. 18). Tlacuache
en cerámica de Las Bocas, Puebla (en Coe et al. 1996, 184). Caracol cortado inciso en un cajete (en Metropolitan Museum of N.Y.).
Concha de bivalvo en piedra (en Pre-Columbian Art, Sotheby’s, 1995, Lot. 86). Todos
los dibujos son de E. Salvador Camarillo.
Fuente: Elaboración propia.
Figura 3B
Naturalezas periféricas II.
Nota: De izquierda a derecha y de arriba hacia abajo: Cabeza de lagarto proveniente
de San Lorenzo, Veracruz (en Benson y de la Fuente 1996, 177). Cabeza de mono en jade
(en Taube 2004, 153). Conejo inciso en una botellita de Tlatilco, Edomex (en el Museo Nacional de Antropología
e Historia); Pez de cerámica negra de Tlatilco, Edomex (en Benson y de la Fuente 1996, 190). Rana en cerámica negra de Zumpango del Río, Guerrero (en Coe et al. 1996, 180). Tortuga en jade (en LACMA, Cat. 1998-209-65). Planta labrada in situ en Chalcatzingo, Morelos (en Angulo 1987, 88). Botella en forma de Armadillo (en Piña Chan y Covarrubias 1964, 100). Tarántula en basalto de San Lorenzo, Veracruz (en Cyphers 2004, 104). Todos los dibujos son de E. Salvador Camarillo.
Fuente: Elaboración propia.
En suma, es el ser humano el interés central de esta iconografía; a su alrededor aparecen
otras tres naturalezas principales, aisladas, fundidas con él y en ciertos casos entre
sí. La fusión central y predominante, por mucho, son los seres humanos serpentizados,
quienes concentran la abrumadora mayoría de la carga simbólica. El caso prevalente
es un ser humano único, cuyo rostro y rasgos se encuentran transmutados por la presencia
expresa o simbólica de dos serpientes opuestas, lo cual es, justamente, la definición
formal del Tláloc mesoamericano (Bonifaz 1986; Covarrubias 1946; Quesada 2009 y 2016). Pero hay también humanos hechos ave y felinizados, serpientes humanizadas y hechas
ave, así como aves y felinos serpentizados; todos ellos hacen casi el 97% de la muestra
figurativa entera. El resto son 18 presencias periféricas que, además de presentarse
aisladas, forman también sintagmas visuales con los cuatro sustantivos nucleares,
sea como primera, segunda, o, incluso, tercera adjetivación. El diagrama de la Figura 4 intenta resumir lo anterior.
Figura 4
Composición figurativa y estructura general de la iconografía olmeca.
Nota: El ser humano en el centro, el ave en la cima, el felino abajo, más dos serpientes
iguales y opuestas, aisladas o en combinación con el ser humano. En la periferia las
otras presencias, todas comunes en la iconografía mesoamericana subsecuente, excepto
las citadas entre paréntesis, no identificadas en esta muestra. Los sintagmas visuales
se integran principalmente entre las naturalezas nucleares, pero también con la periferia.
En el centro físico y epistémico de toda la construcción: un ser humano serpentizado
por dos serpientes opuestas, o Tláloc (Bonifaz 1986).
Fuente: Elaboración propia.
Respecto a los signos abstractos, fue evidente la presencia principal, predominante
y cuasi única de cuatro signos llamados en estos estudios “Uno”, “Dos”, “Tres” y “Quincunce”,
con sus doce grandes conjuntos de variantes hasta hoy discernidos (Quesada 2006 y 2016; Bonifaz 1995). Si bien no se cuantificó su incidencia, el estudio certifica su abundante presencia
inicial en Mesoamérica en la cultura Olmeca. Fuera de ellos, en el presente trabajo
únicamente reportamos la identificación del chalchíuitl, figurado por dos límites circulares concéntricos, como ancho anillo con centro señalado
(2 casos), y el entretejimiento “en petatillo” en una cuenta esférica de jade (1 caso).
Un sistema pan-mesoamericano de solo cuatro signos abstractos, si bien con once o
doce grandes conjuntos de variantes sincrónicas cuyos casos se cuentan por cientos
a miles de casos (Quesada 2016, figs. 3-106; Quesada y Castañeda 2011, tablas III, IV, VII), y únicamente dos casos más de inscripciones que pueden tenerse por otro signo, no deja de sorprendernos.
La amplia coincidencia entre la composición iconográfica olmeca aquí discernida, con
la bien conocida tradición mesoamericana, tanto en lo referente al subsistema figurativo
(composición, prevalencia y estructura de signos nucleares, y composición de periféricos), como al subsistema de signos abstractos, con sus 13 familias de variantes presentes
en esta muestra, sugiere la conclusión de que las culturas subsiguientes a la olmeca
habrían tomado para sí el sistema entero de representaciones simbólicas formales de
sus ancestros culturales.
Interpretación iconológica y la cosmovisión
En 1986 se publicó el estudio Imagen de Tláloc. Hipótesis iconográfica y textual, de Rubén Bonifaz Nuño (1986). En él se expone un método original de investigación y análisis para indagar el sentido
de las imágenes mexicanas antiguas, consistente en describir las imágenes en sus aspectos
estrictamente formales (elementos y relaciones), para construir con ellas amplios
conjuntos congruentes; lo que en realidad se reitere en ellos será su definición misma,
pues la descripción identifica unidades constitutivas y sus relaciones, y pondera
ambas por encima de la apariencia. El procedimiento tiene la virtud de aproximar sistemáticamente
la representatividad estadística, por condensar información poblacional proveniente
del conjunto de variantes. Más importante todavía es que sus resultados habilitan
la búsqueda dirigida de textos que coincidan con lo representado en las imágenes,
y que pudieran contener datos acerca de su sentido. Bonifaz fue aún más allá, sujetó
su propio ejercicio del método a considerar dudoso, por principio, todo texto colonial
que aluda al pensamiento autóctono hasta que se conozcan conjuntos representativos
de imágenes que le den sustento (Bonifaz 1986, 20-24). Aplicado con rigor, el método tiene la capacidad de eludir los sesgos epistémico
y del discurso del poder que obstaculizan su comprensión cabal (Quesada 2020). El análisis meticuloso de sinnúmero de imágenes de Tláloc condujo a su definición
formal más condensada: un ser humano, hombre o mujer, cuyo rostro se encuentra trasmutado
por la presencia, figurativa o abstracta, de dos serpientes opuestas (Bonifaz 1986, 29-49; 1989, 15-30; 1992, 33-38; Quesada 2009 y 2016), definición ampliamente confirmada para la cultura olmeca por el presente estudio.
El mismo proceder llevó al filólogo a la identificación de dos reveladores fragmentos
en el manuscrito francés del siglo XVI, titulado Hystoyre du Mechique (Thevét ca. 1553), compilados por una fuente española anónima, empeñada en indagar sobre los mitos
creacionales de los nahuas de Texcoco, población cercana a Tenochtitlán. A quien primero
estudiara el manuscrito, su contenido le sugirió que algunas páginas “(...) constituían
la introducción a un verdadero tratado de antigüedades mexicanas”, y sugirió incluso
que podrían ser versiones de documentos escritos por Fray Andrés de Olmos (De Jonghe 1905, 1-3), la fuente más prestigiada sobre lengua, costumbres y creencias nativas en el temprano
siglo XVI. Vertido al castellano por Rubén Bonifaz (1986, 135) dice a la letra el primer fragmento:
Algunos otros dicen que la Tierra fue creada de esta suerte: Dos dioses, Calcóatl
y Tezcatlipuca trajeron a la diosa de la tierra Atlalteutli de los cielos abajo, la
cual estaba plena en todas las coyunturas de ojos y de bocas con las cuales mordía
como una bestia salvaje, y antes que la hubieran bajado había ya agua, la cual no
saben quién la creó, sobre la cual esta diosa caminaba. Viendo esto los dioses dijeron
el uno al otro ‘hay necesidad de hacer la tierra’, y en diciendo tal los dos se cambiaron
en dos grandes serpientes de las cuales una asió a la diosa de la mano derecha hasta
el pie izquierdo, la otra de la mano izquierda al pie derecho, y la oprimieron tanto
que la hicieron romperse por la mitad, y con la mitad hacia los hombros hicieron la
tierra y la otra mitad la llevaron al cielo. (Thevét ca. 1553, Cap. VII, f. 85; De Jonghe 1905, 28-29)
Pero apenas en la foja previa del mismo capítulo VII, afirmaba: “Esta última creación
la atribuyen los mexicanos al dios Tezcatlipuca, y a un otro dicho Ehécatl, es decir,
aire, los cuales dicen habían hecho el cielo de esta suerte. Había una Diosa llamada
Tlaltentl, que es la tierra misma, la cual según ellos tenía figura de hombre, otros
dicen que de mujer (...)” (Thevét ca. 1553, f. 84; De Jonghe 1905, 25), y después de confirmar la identidad de los protagonistas: “(...) el dios Tezcatlipuca
y su compañero dicho Ehécatl (...)” (Thevét ca. 1553, f. 84; De Jonghe, 1905, 25), describe el trascendental acto: “(...) y los dos se reunieron en el corazón de
la diosa, que es la mitad de la tierra, y habiéndose reunido formaron el cielo (...).”,
(Thevét ca. 1553, f. 84; De Jonghe 1905, 25).
Tenemos entonces sendas narraciones de la creación del Cielo y de la Tierra, cuyos
protagonistas son, en ambos casos, las mismas tres divinidades y nadie más. Este hecho,
aunado al carácter creacional de ambos eventos y a su naturaleza complementaria, configuran
la posibilidad misma de que leamos sobre el mismo suceso, separado en dos momentos
narrativos del manuscrito, acaso introducidos durante su versión al francés (Cfr.
De Jonghe 1905, 1-2). Los dos fragmentos, además, son consistentes respecto a la naturaleza humana de
la diosa de la Tierra; se nos dice en uno que camina, que tiene pies y manos en las
extremidades, en el otro que tiene figura humana, de hombre o de mujer. Hay también
congruencia entre los distintos nombres utilizados para identificar al compañero de
Tezcatlipuca, Calcóatl1 (Quetzalcóatl) en un caso, Ehécatl en el otro, de los cuales se conoce eran aplicados
a la misma divinidad.
Es evidente que de los dos fragmentos, el aquí citado primero es el principal, por
aportar datos del antes, del durante, y posteriores al acto creativo. Además de la
identificación de todos los participantes, incluye muchos datos de gran relevancia
para fundar la interpretación. Nos habla de la diosa con figura humana, su constitución
y su conducta, y sobre la manera en que su contemplación hiciera nacer en los dioses
omnipotentes el impulso de la Creación. Y nos revela crucialmente el sentido de la
transformación de estos en dos grandes serpientes para, bajo esa forma, llevarla a
cabo. Este dato resulta fundamental para el estudio, por estar presente en 7 de cada
10 piezas olmecas en la muestra, y ser el rasgo icónico con el que se integró la imagen
de Tláloc durante 3,000 años: un ser humano de rostro trasmutado por la presencia
de dos serpientes opuestas. El segundo fragmento es más breve pero enfático en sus
afirmaciones. Reitera dos veces la naturaleza creativa y el propósito/consecuencia
del acto: la creación del Cielo. Tampoco deja dudas respecto a la identidad de los
tres participantes, pues en tan solo ocho líneas menciona a los tres también en dos
ocasiones, utilizando incluso un sinónimo con uno de ellos; aquí tampoco participa
nadie más. Pero el acto civilizador crucial aquí es la responsabilidad ética y moral
que el ser humano, en radical congruencia con el mito de origen, extrae para sí mismo
de preservar todo lo creado, y de adjudicar sentido de perfección a sus propias creaciones.
Tres protagonistas, pues, y un solo acto creativo que dará origen al Universo entero.
Por un lado, la Dualidad omnipotente, principio ordenador del universo conceptual
mesoamericano que atraviesa periodos y geografías, representada por la pareja de opuestos
ave-felino; por otra, una divinidad de figura humana con rasgos serpentinos en las
articulaciones. Es esta última quien desató en aquellos la voluntad creadora, y de
cuyo cuerpo, dividido en dos mitades para
ese fin, hicieron surgir la Tierra y el Cielo. Mírese ahora cualquier imagen de Tláloc
y todos los hombres serpentizados olmecas a la luz de los argumentos iconográfico
y textual aquí esbozados, y percíbase la coherencia formal y semántica entre todos
ellos, la manera en que se prestan apoyo recíproco y mutuamente se explican (Bonifaz 1986).