Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del populismo. Todas las viejas democracias
(culpables en su anémico desempeño del surgimiento de este espectro) se han unido
en santa cruzada contra el mismo. ¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de
populista por sus adversarios en el poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no
ha lanzado, tanto a los representantes de la oposición más avanzados, como a sus enemigos
reaccionarios, el epíteto zahiriente de populista? De este hecho resulta una simple
enseñanza: que el populismo está ya reconocido como una opción que ha llegado para
quedarse frente a todas las de mocracias del mundo.1
Esta paráfrasis de la aserción con la cual inicia El manifiesto comunista, celebérrimo texto de 23 páginas de la autoría de K. Marx y F. Engels, publicado
en Londres, el 21 de febrero de 1848, podría servir de inicio para la obra titulada
Amado líder del periodista, escritor y editor argentino, Diego Fonseca.
En esta época de redes sociales, de la inmediatez del mensaje, del triunfo de la
imagen sobre las palabras, donde el recurso más escaso que ofrecemos los seres humanos
es la atención que brindamos, leerse completo un libro de 725 páginas supone asumir
el riesgo de dispensar ese recurso en pos de la apropiación de una información acreedora
del esfuerzo. En el caso de la obra de Fonseca esta contingencia se ve retribuida
con creces.
Winston Churchill tenía ideas encontradas sobre la democracia. En una ocasión afirmó
que: “El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos
con el votante medio”, pero por otra parte, reconocía que “la democracia es el peor
de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”.
Entre estas dos frases se balanceaba su apreciación sobre la democracia: por una parte
tiene sus defectos, pero no tenemos nada mejor.
Pero las democracias actuales le han quedado a deber a los ciudadanos con muchísima
frecuencia. El populismo -nos dice Fonseca- surge en tiempos de crisis representativa
de parlamentos y gobiernos, con las referencias políticas tradicionales agotadas o
bajo un descrédito superlativo. Los partidos son incapaces de contener el disgusto
social. La sociedad es proclive a fracturarse alrededor de asuntos que en otras circunstancias
habrían sido resueltos a través de compromisos y consensos.2 La acumulación de fracasos de la oferta política tradicional -concluye Fonseca- es
una invitación al hartazgo.3 Este es el caldo de cultivo propicio para el surgimiento de un líder populista.
Fonseca va más allá y dirige con claridad (y sin misericordia) su dedo flamígero a
las causas últimas de la formación de este sustrato propicio para que se desarrolle
el populismo:
Décadas tras décadas, hemos dejado la basura bajo la alfombra del sistema, marginando
a quienes eran incapaces de subirse a los cambios. Renovábamos la promesa de que en
un futuro más o menos próximo la riqueza también llegaría a ellos. Muchos formaban
y forman parte de esa amplia franja de los marginados: pobres, indigentes, ancianos,
hombres y mujeres de mediana edad, jóvenes sin perspectivas. Cada vez que fue necesario,
postergamos un poco más el cumplimiento de esa promesa. Y mientras acumulábamos basura
bajo la alfombra, no imaginamos que los jodidos no estaban dispuestos a quedarse al
margen -aceptando simplemente su desino- sino que patearían las sillas en cuanto encontraran
a alguien que los animara a hacerlo. No eran basura, supimos entonces. Cuando Amado
Líder levantó la alfombra, encontró pólvora.4
En el capítulo 1, después de unas páginas de corte biográfico donde nos explica el
origen de su interés por el fenómeno populista, el autor comienza una cuidadosa descripción
de las características básicas del modus operandi de un líder populista. Allí establece que:
El populismo es una forma de gobernar y organizar la representatividad política y
la sociedad… busca remplazar los sistemas de balances de la democracia con mecanismos
en apariencia más directos de gestión gubernamental. Estos mecanismos pueden incluir
referendos masivos y otras formas de democracia participativa, pero sobre todo descansan
en la relación directa con Amado Líder, quien descarta o burla la acción de representación
y control.5
El otro ingrediente importante en todo proceso populista son las reiteradas referencias
a un constructo social pobremente definido y de estructura y límites difusos: El Pueblo.
A este constructo el líder populista le concede propiedades excepcionales como la
sabiduría y la honradez. Sobre esto Fonseca nos comenta:
Amado Líder decide qué significa ser El Pueblo, quiénes lo componen y, sobre todo,
quié nes quedan fuera, ya que el populismo es un ejercicio jerárquico de exclusión,
no una construcción horizontal e incluyente. El Pueblo es una figura totémica, un
dios luminoso que flota siempre en el discurso del poder populista. En El Pueblo -en
dios- radica la verdad, reserva de verdad y sabiduría. La extraordinaria gnosis telúrica.
El absoluto.6
Uno de los valores esenciales de la instrumentalización del concepto Pueblo para el
líder populista es que en él reside su potencial electoral. Por lo tanto, el lenguaje
de Amado líder está dirigido a reivindicar las frustraciones de su base. Sobre esto, Fonseca nos
comenta:
El caudillo puede contradecirse y negar la contradicción, y salir airoso porque el
discur so populista rara vez tiene restricciones de coherencia […] El uso de las palabras
como herramientas de confusión -los ‘hechos alternativos’, la mentira, la posverdad,
las verdades mejoradas- es intrínseco al asalto discursivo contra la democracia representativa
[…] No puedes tener un debate con quien reniega de los hechos y la honestidad intelectual
[…] 7
Otro factor común de los líderes populistas es la exigencia de una lealtad absoluta
hacia su persona. Esto incluye -según Fonseca- jueces, militares, legisladores y burócratas
del Estado. Además, agrega:
El discurso independiente de los medios será censurado o perseguido. Se atribuirá
a la inte lectualidad un valor negativo y la ciencia acabará controlada y remplazada
por el conocimiento mundano -y soberano- del hombre común. La oposición que no se
ajuste a los nuevos designios perderá su condición de adversario para verse convertido
en enemigo. Un fiero nacionalismo, verticalista, quizás étnico y muy probablemente
nativista, colocará en el casillero de los traidores a la patria, bastardos ilegítimos,
a quienes duden.8
En este proceso de polarización que sin falta promueve actos violentos contra ciertos
sectores de la sociedad (opositores, periodistas incómodos, etc.) el papel de las
clases medias -nos dice Fonseca- es esencial: “Cuanto más musculosas las clases medias,
menores los riesgos de exaltación del caudillo extemporáneo. Las clases medias son
humedales que regulan la temperatura política y evitan la inundación de la furia.”9
El libro de Fonseca cierra con una coda que llama a la meditación profunda sobre la
situación de nuestros estados nacionales. Después de afirmar que: “El sistema de representación
basado en los partidos políticos tiene una herida que a un caballo ya le hubiera costado
la vida, nada más que para que no sufra”,10 nos advierte de manera precisa que: “… ninguna de las ofertas de Amado líder mejora el lío que somos… Amado líder nos deja peor. Más rotos, incapaces de sostener la convivencia”.
A pesar de la amplia literatura existente sobre el fenómeno populista, el libro de
Fonseca tiene la virtud de penetrar en las entrañas del fenómeno con un lenguaje claro,
accesible al gran público y alejado de tecnicismos que intimiden a una amplia audiencia.
Caracteriza con pinceladas muy precisas al líder populista, la estructura de tales
movimientos y nos alerta sobre la factibilidad de estos. Parafraseando de nuevo a
K. Marx, el populismo es la droga de los pueblos, los hace adictos, los exalta y no
re suelve sus problemas.