Los estudios trans son un campo de estudios interdisciplinarios e interseccionales
enfocado en la experiencia, la identidad y la cultura de las personas trans*, no binaries
y de género no conforme. Hablamos de personas trans* -con asterisco- para aludir no
únicamente a la comunidad de personas transexuales, transgénero y travesti, sino también
a toda otra vivencia que cuestione las lógicas binarias y esencializadas de los sistemas
de género tradicionales; esto incluye tanto identidades y subjetividades occidentales
y occidentalizadas, por un lado, como identidades y subjetividades ajenas a las lógicas
coloniales de la nomenclatura médica que suele emplearse para nombrar a la diversidad
genérica (Halberstam 2017).
De manera sucinta, esta área del conocimiento comprende un conjunto de abordajes en
torno a las contribuciones, desafíos, reflexiones y preocupaciones de las personas
trans* que presuponen una profunda ruptura epistemológica con las formas en las que
hasta hace muy poco se teorizaba acerca de estos temas. Recordemos que fue hasta el
año 2018 cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) dejó de considerar la transexualidad
como un padecimiento mental (De Benito 2018).
Es importante señalar que los estudios trans tienen diálogos fructíferos con otros
campos como los estudios críticos de la raza, la discapacidad, el etarismo y, desde
luego, el cuerpo, la sexualidad y el género. Asimismo, hay análisis al interior de
los estudios trans que tienen un énfasis en las dinámicas microsociológicas relacionadas
con la construcción de la identidad de las individualidades trans* en un contexto
dado; en tiempos más recientes la identidad ha ido perdiendo centralidad en favor
de cuestiones relacionadas con la discriminación, la violencia e, incluso, la agencia
política. Por otro lado, hay abordajes macrosociológicos interesados en los cruces
entre la biopolítica, la geopolítica y la colonialidad. Son estos últimos abordajes
los que han hecho un fuerte llamado de atención a la posible cooptación del discurso
trans* dentro de lógicas trans/homo/ femonacionalistas.
Dicho esto, desde una perspectiva conceptual, los estudios trans pueden considerarse
como una parte relativamente novedosa de los estudios de género compartiendo un abanico
de intereses con los estudios sobre las mujeres, las masculinidades, las sexualidades
-sean hegemónicas o disidentes- y los estudios sobre personas lesbianas, homosexuales
y bisexuales. En general, a todos estos saberes les interesa comprender cómo se da
el proceso de construcción social del género y la identidad y los modos en los cuales
tales construcciones se insertan y producen bajo lógicas de opresión que privilegian
ciertos cuerpos por sobre otros al generar jerarquías en las cuales algunos sujetos
son considerados naturales y funcionales mientras que otros más son colocados en el
ámbito de lo subóptimo o, incluso, de lo abyecto.
Sin embargo, un elemento característico de los estudios trans radica en la centralidad
que le otorga a la forma en que las personas trans* desafían las normas de género
binarias y cómo esto genera dinámicas de exclusión específicas que hoy se nombran
con los términos “cisexismo” y “transfobia” (Guerrero Mc Manus y Muñoz Contreras 2018a). Asimismo, a este cuerpo de conocimientos le interesa llevar a cabo un abordaje
crítico, des-esencializante y des-patologizante del conjunto de términos con los cuales
se ha buscado comprender y explicar la sexualidad humana. En ese sentido, se exploran
los conceptos de identidad de género, expresión de género y orientación sexual, pero
dejando de lado las lecturas biologicistas históricamente movilizadas por la medicina
(Guerrero Mc Manus y Muñoz Contreras 2018b).
En cuanto a su historia, los estudios trans nacen en gran medida de las contribuciones
de corte transfeminista que autorxs como Sandy Stone (2013), Leslie Feinberg (2013), Susan Stryker (2013), Paisley Currah (2008) y Kate Bornstein (2016) llevaron a cabo en los años noventa. Si bien las herramientas teóricas y conceptuales
que estxs autorxs emplearon son heterogéneas, cabe destacar su interés por desarrollar
críticas al sistema médico que se erigió a sí mismo como salvaguarda de los límites
del género y el cuerpo sexuado. Así también, estxs pensadorxs se dieron a la tarea
de comenzar una profunda crítica tanto a las ciencias biológicas como a las ciencias
sociales y humanas -incluyendo a los feminismos y estudios de género- para revelar
la existencia de sesgos cisexistas al interior de estos espacios.
Es menester aclarar que ni los estudios trans ni tampoco el transfeminismo pueden
subsumirse bajo la teoría queer desarrollada por académicxs como Judith Butler, Eve
Sedgewick o David Halperin. Si bien ambos cuerpos de saberes podrían considerarse
como corrientes feministas propias de la tercera ola, lo cierto es que las herramientas
y genealogías de los transfeminismos son múltiples y muy variadas. En ese sentido,
autoras como Sandy Stone están mucho más influidas por el pensamiento cyborg de Donna Haraway (2000), el cual se considera antecesor de los nuevos materialismos feministas del presente.
Algo parecido podríamos decir de la obra de Leslie Feinberg, quien está mucho más
cercanx al marxismo y al movimiento antifascista norteamericano. Desde la perspectiva
de Susan Stryker y la filósofa Talia M. Bettcher (2016) el transfeminismo y los estudios
trans se distancian de la teoría queer en la medida en que no toman como punto de
partida un postidentitarismo y una comprensión meramente cultural y discursiva del
cuerpo y la identidad.
En la anglósfera, los estudios trans y los transfeminismos se han desarrollado por
más de treinta años. A esta primera generación de autorxs habría que sumar otro conjunto
de nombres como Dean Spade (2015), Julia Serano (2016), Emi Koyama (2020) o Jack Halberstam (2017, 2019), por mencionar solo algunxs. Spade, por ejemplo, ha desarrollado un pensamiento cuya
influencia principal puede rastrearse al feminismo negro y abolicionista del sistema
carcelario de Angela Davis (1983). Julia Serano, por su parte, llevó a cabo una de las primeras reflexiones críticas
en torno a la transmisoginia bajo una perspectiva claramente diferente a los enfoques
queer. Emi Koyama fue autora de uno de los textos fundacionales de este campo del
saber, el famoso Manifiesto transfeminista. Finalmente, Halberstam es un autor que ha combinado tanto los enfoques queer como
los transfeminismos desarrollando así un pensamiento en torno a lo trans* que combina
las herramientas deconstructivas de lo queer con el interés del transfeminismo por
comprender la historicidad y materialidad de las subjetividades trans*.
Sobra decir que los estudios trans, así como el transfeminismo, se han desarrollado
también en otras partes del mundo. En España, por ejemplo, ocurrió una fusión del
pensamiento queer y transfeminista que dio lugar a un pensamiento político muy característico
de la escena madrileña y catalana. Autores como Paul Preciado (2020), Miquel Missé (2010) y Lucas Platero (2016) son importantes referencias de ello. En América Latina hay también referentes regionales
indiscutibles aunque la producción académica no rivalice con la del norte global.
Concretamente, personajes como Lohana Berkins (2003), Diana Sacayán, Alba Rueda (2019), Mauro Cabral (2011) y Blas Radi (2019) -todxs ellxs de nacionalidad argentina- han, sin duda, moldeado el transfeminismo
del Sur. También allí hay heterogeneidad, aunque un punto en común es su esfuerzo
por intervenir en las políticas públicas del Estado argentino para desarrollar mecanismos
de acción afirmativa que permitan mitigar los efectos de la transfobia y el cisexismo.
En nuestro país la década pasada vio el surgimiento de un pensamiento transfeminista
que eventualmente ha traído aparejado los primeros pasos para el incipiente desarrollo
de los estudios trans. Espacios como la Red de Juventudes Trans han sido fundamentales
no solo por la construcción y articulación de un discurso y una práctica transfeminista
que pone sobre la mesa la importancia de atender las realidades y necesidades de las
personas trans*, sino también porque han tenido una apuesta de incidir en espacios
educativos y en los marcos legales para dar visibilidad, reconocimiento y hacer justicia
a las vidas trans*. Trabajos como los desarrollados por nosotras, desde el 2018, han
buscado dar cuenta desde la filosofía y los estudios de la ciencia y la tecnología
de la historia política y material del cuerpo trans* (Guerrero y Muñoz 2018c; Guerrero 2018; Muñoz 2018), sus controversias actuales (Guerrero y Muñoz 2018c), así como de las injusticias (Guerrero y Muñoz 2018b) y violencias (Guerrero y Muñoz 2018a) que sobre este se ejercen. Igualmente, esfuerzos como el llevado a cabo por el Centro
de Estudios Trans* de QuereTrans han buscado generar espacios en donde se produzcan
y visibilicen saberes teóricos alrededor de lo trans, en muchos casos realizados por
las mismas personas trans, cuestionando los marcos epistémicos anclados en el cisexismo.
En cualquier caso, los estudios trans no solamente se enfocan en comprender las dinámicas
del presente sino también la historia misma del cuerpo sexuado y la experiencia de
las disidencias de género a todo lo largo del tiempo. Es por ello que no es infrecuente
encontrarnos con análisis que abordan desde las culturas antiguas (que reconocían
múltiples géneros), hasta aquellos donde se aborda la construcción de la categoría
“trastorno de identidad de género” en la psiquiatría moderna. Otro objeto histórico
de enorme interés es el advenimiento de los movimientos de liberación y despatologización
trans* que surgieron en la década de los años 60 y 70 del siglo XX, y que encontraron
su cenit en el siglo XXI con la despatologización de las identidades trans por parte
de la OMS (Meyerowitz 2004; Stryker 2017).
Desde una perspectiva política, los estudios trans se enfocan en las luchas actuales
por la igualdad de derechos y la justicia social para las personas trans*. En América
Latina, dado el contexto de violencia transfóbica, que tristemente caracteriza a la
región, el transfeminicidio se ha vuelto un tema de análisis particularmente importante
(Guerrero y Muñoz 2018a). En ese sentido, es común encontrar discusiones que versan acerca de temas como
el acceso a la salud, la discriminación laboral y la violencia contra las personas
trans* (Blanco 2019). También se proponen políticas gubernamentales encaminadas a resolver estas cuestiones.
Finalmente, existe un vínculo entre este quehacer académico y los movimientos sociales
transfeministas que se movilizan para exigir mayores derechos para esta comunidad.
Ahora bien, pese a la diversidad de temas abordados, hay un elemento en común que
caracteriza al grueso de los estudios trans. A saber, que en todos estos casos opera
una ruptura epistemológica mencionada anteriormente, la cual no hemos elaborado con
mayor detalle. Para ello, es menester aludir al trabajo de la filósofa y activista
transfeminista Talia Bettcher. Para esta filósofa, históricamente ha existido una
tendencia que reduce la experiencia trans* a un mero tópico de investigación. Esto
ha ocurrido de manera particularmente clara en los abordajes biomédicos y psiquiátricos
encaminados a explicar el porqué existen las personas trans*, algo que usualmente
termina por invocar narrativas patologizantes que ya hemos criticado.
De acuerdo con Bettcher (2021), este tipo de aproximaciones a lo trans* es una de las múltiples formas en las cuales
se nos deshumaniza y despoja de dignidad y, eventualmente, de agencia y voz. Esta
autora enfatiza que la única forma de romper con los legados del cisexismo -esto es,
de la jerarquización de lo cis por sobre lo trans- es a través de una ruptura epistemológica
que entrañaría, entre otras cosas, renunciar a esa mirada cis que caracterizó a buena
parte de la academia del siglo XX. Como hemos señalado, este sesgo ha estado presente
tanto si hablamos de medicina, psiquiatría, psicoanálisis o antropología, dado que
el grueso de los saberes expertos ha asumido la naturalidad de las vidas cisgénero
y, por tanto, han colocado a las personas trans* en el lugar de lo abyecto, lo inesperado
e, incluso, lo inexplicable. Nuestra existencia generaba una perplejidad que tenía
que ser atendida y nuestras vidas, por tanto, se volvían un desafío a ser explicado.
Éramos un misterio.
Esa impronta de una mirada cis a la que nunca le cruza la posibilidad de ser ella
misma producto de la historia y de la contingencia marcó así a prácticamente toda
disciplina académica a lo largo del siglo XX. La tarea era dar cuenta de nuestras
existencias, empleando las herramientas de cualquier saber que estuviese a la mano.
Sin embargo, el enorme punto ciego que caracterizó este tipo de abordajes fue dejar
de lado las propias preguntas que las personas trans teníamos sobre nuestras vidas.
Se olvidó el hecho de que nosotrans también pensamos y somos agentes epistémicos.
Bettcher afirma que los estudios trans se fundan en la ruptura que entraña el percatarnos
de que las personas trans* tienen también una mirada inquisitiva que debe tener un
lugar en el vasto universo del conocimiento humano. Este quiebre requiere de atrevernos
a dialogar entre las fronteras identitarias y reconocer en las personas trans* a algo
más que una sub/alternidad a la cual investigar. Requiere escucha, empatía y, muchas
veces, solidaridad y risas para saber conectar con una vivencia que puede no ser la
propia.
La antropóloga española Alba Pons Rabasa (2016) describe esta ruptura como un acto de pensar y mirar desde lo trans* incluso si unx
mismx no es trans*. Esta precisión es importante porque la reflexión de Bettcher no
pretende desembocar en un nuevo esencialismo en el cual estuviese prohibido o se considerase
imposible estudiar una vivencia que nos es ajena. No se trata así de decretar que
no se puede o debe hablar de lo que no se vive. Una actitud como esa implica el colapso
de la creación colectiva de conocimiento y, con ello, de la idea misma de lo que es
la ciencia, sea esta natural, social o formal.
El quiebre epistemológico que describimos no es, por tanto, la exaltación de la identidad
como si esta implicase alguna suerte de privilegio epistémico en la propia autocomprensión
y, sin duda, tampoco acarrea la consecuencia de que la experiencia ajena es inefable
y necesariamente opaca e incognoscible. Tanto una cosa como la otra reduce la identidad
a una prisión epistemológica que no puede romperse y nos arroja en colectivo a un
solipsismo monológico.
Por el contrario, la ruptura de la que en distintas formas hablan Bettcher y Pons
Rabasa implica reconocer que, más allá de la propia identidad, es posible conectar
con otras vidas y con otras vivencias. Esto requiere abrazar epistemologías colaborativas
que no presuponen que la construcción del conocimiento pasa por la objetivación de
nuestras alteridades o por el intento de cancelar nuestra propia subjetividad. Colaborar,
epistémicamente hablando, es atrevernos a pensar juntas y escuchar los relatos de
la otra pero no para expropiarlos, sino para volvernos un sujeto colectivo que piensa
y reflexiona.
Hay aquí, desde luego, una genealogía que conecta los estudios trans con las epistemologías
feministas, en especial las desarrolladas por, i. a., Donna Haraway (1988), Sandra Harding (1986) y Chela Sandoval (2013). Esto es así, pues se cuestionan las pretensiones de objetividad y universalidad
que históricamente han caracterizado los saberes expertos, escondiendo en el proceso
la existencia de un sujeto epistémica y políticamente privilegiado: el varón cis-heterosexual
blanco, al que recientemente se le han sumado otras subjetividades aunque prácticamente
todas ellas cis.
Por otro lado, los estudios trans comparten, con el trabajo de Chela Sandoval, el
reconocimiento de una doble conciencia que caracteriza a aquellos sujetos que deben
comprender las lógicas hegemónicas de un orden social que al mismo tiempo les marginaliza.
Las personas trans*, en ese sentido, entienden las lógicas cisexistas que imperan
en nuestra sociedad mientras desarrollan narrativas de resistencia para poder hacerle
frente a la naturalización de la cisgeneridad. Nótese que el hecho de la doble conciencia
ilustra en qué sentido las identidades no son nunca prisiones epistemológicas pues
en principio es posible comprender vivencias y lógicas incluso si estas no están centradas
en los valores asociados con nuestra propia identidad.
Dicho esto, es menester enfatizar que los estudios trans no son una reflexión academicista
y desvinculada de la realidad de las personas trans*. Son, en cualquier caso, una
herramienta para hacerle frente a los muy abigarrados contextos de violencia que aún
experimentamos y que en los últimos años parecen incluso haberse intensificado. Pensemos,
en ese sentido, en algunos de los siguientes puntos para darnos una idea de la intensidad
de la transfobia en las sociedades de hoy en día.
Actualmente nos encontramos ante dos movimientos a nivel internacional enarbolando
discursos de odio y cuyo objetivo es contrarrestar los logros a nivel macro y micropolítico
alcanzados por el movimiento trans en los últimos veinte años en distintas partes
del mundo. En un primer caso, nos referimos al movimiento que se hace llamar a sí
mismo contra la “ideología de género”, y, en un segundo caso, al feminismo crítico
de género, también conocido como feminismo radical transexcluyente.
En ambos casos, nos encontramos ante movimientos propios del siglo XXI surgidos en
la década pasada, pero cuyas raíces y preocupaciones datan de la década de los sesenta
y setenta del siglo XX. El primero parte de las preocupaciones de las iglesias católica
y evangélica de lo que consideran es la erosión de un orden natural de género que
han traído los movimientos feministas y LGBT+, mientras que el segundo parte, principalmente,
de los planteamientos esencialistas del feminismo radical que ven en las mujeres trans
un intento del patriarcado por controlar e invadir los cuerpos y espacios de las mujeres
cis. La particularidad de ambos movimientos es que hoy se han globalizado no solo
gracias al Internet y a las tecnologías de la información, sino también a que se alimentan
de pánicos morales haciendo alusión a discursos que se construyen con las gramáticas
de la ciencia y/o los derechos humanos. Esto lo notamos en los señalamientos de acusar
a los derechos trans de negar lo que dice la biología del sexo, o en que el discurso
de la identidad de género es un discurso ideológico no anclado en la ciencia, así
como un intento de vulnerar los derechos de las mujeres cis y/o de las infancias.
Esta convergencia discursiva ha llevado a que en ambos casos estos movimientos se
retroalimenten e incluso formen alianzas pragmáticas para tener incidencia política
en los marcos legales y espacios legislativos que reviertan o bloqueen el avance de
los derechos trans.
El efecto de estos movimientos y discursos está en que en distintos países que antes
habían sido vanguardia en el avance y reconocimiento de los derechos trans -tal es
el caso de Estados Unidos y de Reino Unido- hoy se encuentran con grandes retrocesos
debido a la expansión de estos discursos de odio, así como de leyes que de una u otra
manera criminalizan la realidad trans. En el caso de México, si bien leyes abiertamente
antitrans no se han aprobado, es importante señalar que comienzan a darse propuestas
de este tipo en distintos estados del país, además, no debemos olvidar que en los
últimos años el avance de derechos trans en distintas partes del país ha sido lento
en parte por la presión de estos movimientos y su vinculación con los distintos partidos
políticos. En todo caso, a la par de extenderse estos movimientos antitrans, encontramos
que la discriminación, violencia, exclusión familiar y laboral, así como los transfeminicidios
y los crímenes de odio no han dejado de ser parte de la cotidianidad trans en el país
y a nivel internacional.
Es a la luz de todo lo anterior el que puede comprenderse la relevancia de un número
especial en torno a los estudios trans en un país como el nuestro que, como ya se
ha dicho, ocupa el segundo lugar a nivel mundial en lo que a transfeminicidios se
refiere (Guerrero y Muñoz 2018). De manera general, este número reúne abordajes escritos tanto por personas trans
como por personas cis, pero, en cualquier caso, comparten un interés por denunciar
el cisexismo que opera en diversos ámbitos de la vida. Para ello, se emplea una batería
de abordajes interdisciplinarios que incluyen la antropología, la filosofía, la psicología
social, la crítica cinematográfica y, desde luego, los estudios de género.
Concretamente, al número especial lo integra un dosier de artículos arbitrados al
cual le sigue una entrevista, dos textos breves (no arbitrados) sobre temas de actualidad
y, finalmente, una reseña de la obra literaria de una autora trans. El dosier en sí
se conforma de ocho ensayos que abarcan desde la filosofía política y la biopolítica
del nuevo materialismo, pasando por aproximaciones etnográficas de la experiencia
trans*, hasta cuestiones vinculadas con la presencia de las personas trans* en los
deportes o el cine.
El primero de los textos arbitrados fue escrito por Siobhan Guerrero Mc Manus y se
intitula “Una crítica transfeminista al deliberacionismo incondicionado en ciencia
y política”. En dicho ensayo, Guerrero nos presenta un análisis de corte normativo
acerca de cómo debe desarrollarse un ejercicio deliberativo entre aquellas posiciones
que están a favor de los derechos de las personas trans* y aquellas que podrían calificarse
-de manera generosa- como trans-escépticas. Lo que defiende esta autora es que actualmente
no hay condiciones para desarrollar un ejercicio de esta índole y ello requiere de
un fortalecimiento de los marcos jurídicos encargados de salvaguardar los derechos
de las poblaciones trans*.
En segundo lugar, tenemos el trabajo de Irazú Gómez sobre “Narrativas de los cuerpos
trans* en Chiapas. Entre la hegemonía biomédica, el sistema sexogénero y la resignificación
política”, donde la autora presenta un ejemplo de epistemología colaborativa a través
de un estudio etnográfico llevado a cabo en Chiapas. Más allá de la novedad que representa
el emprender un estudio con personas trans* indígenas en el sur de México, el trabajo
de Irazú Gómez nos permite entender los modos de operación del cisexismo a través
del discurso biomédico. La autora nos muestra las formas en las cuales las identidades
trans* son constantemente invalidadas, teniendo en todo momento que luchar para establecerlas
como legítimas en los contextos cotidianos de convivencia.
Le sigue a dicho ensayo el texto “Teen Titans: reflexiones sobre los aprendizajes
y desafíos de la co-facilitación de un grupo en línea de adolescencias y juventudes
trans* durante la pandemia COVID-19”, escrito por Dani Damián Cruz Gutiérrez y Jason
Josef Flores, quienes nos comparten su experiencia como facilitadores de un grupo
enfocado al acompañamiento de adolescentes trans conocido como Teen Titans. El ensayo
en cuestión narra las dificultades para llevar a cabo esta tarea en acompañamiento
en el contexto del COVID-19 y el encierro que le acompañó durante los primeros dos
años de pandemia. Este trabajo nos ofrece una mirada particularmente interesante acerca
de cómo acompañar en un contexto de crisis, en el cual las formas tradicionales de
socialización estaban sumamente limitadas. De igual manera, nos presenta un testimonio
de los desgastes que implicó el acompañar en un contexto pandémico.
El cuarto trabajo arbitrado corresponde al ensayo elaborado por lu ciccia e intitulado
“¿Por qué es necesario eliminar la categoría sexo del ámbito biomédico? Hacia la noción de bioprocesos en
la era posgenómica”. En este ensayo, ciccia defiende un eliminativismo de la categoría
de sexo en favor de la noción de bioprocesos; además, está escrito en el contexto
de un profundo desencuentro entre quienes sostienen que la diferencia sexual remite
a una serie de profundas diferencias biológicas que tienen consecuencias en la salud
y en otros ámbitos como el deporte, por un lado, y quienes consideran que tales diferencias
son socialmente producidas en su mayoría, por otro. Como bien defiende ciccia, esta
idea de que hay un dimorfismo sexual claro entre hombres y mujeres y que este se traduce
en la superioridad física de los primeros por sobre las segundas es por lo menos problemática,
cuando no abiertamente falaz e incluso misógina. ciccia sugiere dejar atrás la noción
de sexo y toda su carga semántica en favor de la noción de bioprocesos, la cual no
estaría asociada con los simbolismos de la diferencia sexual como hasta ahora se ha
entendido.
Posteriormente, Alba Pons Rabasa nos presenta el artículo “Archivos críticos, deslizamientos
metodológicos y complicidades etnográficas: una aproximación feminista a las masculinidades
trans*”. Aquí, nos encontramos nuevamente con un abordaje de corte etnográfico articulado
a través de una propuesta colaborativa. De manera general, el texto toma en cuenta
dos cuestiones: por un lado, lleva a cabo un ejercicio crítico de las formas en las
cuales la antropología se ha acercado a las experiencias trans*; propone un esquema
colaborativo para romper con las herencias extractivistas que históricamente han caracterizado
estos abordajes; y, por otro, Pons Rabasa construye una serie de herramientas conceptuales
para abordar la construcción de las identidades trans* masculinas y el papel que en
ello juegan los afectos encarnados en un cuerpo que debe, en cualquier caso, reapropiarse
de las formas en las cuales se ha entendido la masculinidad, rechazando, a una misma
vez, los elementos que considera indeseables y re-significando con ello qué es ser
una trans* masculinidad.
En sexto lugar tenemos la aportación de Dani Damián Cruz Gutiérrez con el ensayo “Familias
que aceptan y acompañan a sus hijes trans*. Una aproximación a sus vivencias y los
efectos que generan para sus hijes”, en el que Cruz Gutiérrez nos relata las experiencias
y desafíos de familias que deciden apoyar positivamente las transiciones de hijes
pequeñes que han comenzado a identificarse con un género diferente al asignado al
nacer. Este trabajo se llevó a cabo en un contexto prepandémico y empleó métodos narrativos
para recuperar las vivencias y desafíos que estas familias experimentan. En ese sentido,
el trabajo es una contribución a la investigación en torno a los modelos de cuidado
afirmativo de género, pero en un contexto propio de México. Lo revelado por este abordaje
es que las familias mismas enfrentan profundos desafíos y procesos de desgaste a causa
de la transfobia y del abierto rechazo a reconocer la existencia de infancias trans*.
Al texto anterior le sigue el ensayo de Kani Lapuerta cuyo nombre es “Relatos trans*:
[re]-torciendo los contratos narrativos en el cine documental”; escrito desde una
perspectiva situada e íntima, realiza una crítica a las formas en las que hasta ahora
se han construido las narrativas en torno a lo trans* en el cine documental. Lapuerta
habla aquí tanto como varón trans como en calidad de cineasta y documentalista. Es
gracias a esta afortunada combinación de elementos que Lapuerta puede ofrecernos una
crítica propositiva para repensar los modos en los que narramos las vidas de las personas
trans*. Para ello, el texto recupera herramientas desarrolladas por Donna Haraway,
Úrsula K. LeGuin y Jack Halberstam, entre otros. Emerge de este análisis un abordaje
que recupera de manera importante la ruptura epistémica de la cual hablábamos al comienzo
de esta introducción, originalmente articulada por Talia Bettcher.
Finalmente, al dosier lo cierra el trabajo de Leah Muñoz Contreras, “Nuevo materialismo
y nueva biopolítica: diferencia sexual y cuerpo trans”. En este texto, la autora presenta
lo que son los nuevos materialismos feministas y la razón por la cual son una propuesta
teórica y política atractiva para los estudios de género en general, y para los estudios
trans en particular, dada su promesa por dejar atrás las dicotomías asociadas con
determinismos biológicos y culturales. No obstante estas promesas, Leah Muñoz señala
que estos nuevos materialismos no están libres de participar de una nueva biopolítica
sobre los cuerpos trans. La autora analiza lo anterior a través del trabajo de la
filósofa Elizabeth Grosz, una de las principales exponentes del nuevo materialismo
feminista, quien, trabajando en una nueva conceptualización del cuerpo, termina construyendo
la diferencia sexual de manera transexcluyente.
Como hemos dicho, más allá de los textos arbitrados hay una colección de aportaciones
que buscan ofrecer un paisaje enriquecido acerca de los estudios trans en el México
de hoy. Esto es particularmente importante si tenemos en cuenta que mucha de la producción
intelectual trans* no se publica ni se conoce en espacios académicos dada la dificultad
que entraña poder acceder a este tipo de espacios siendo una persona trans*.
En ese sentido, se ofrece una entrevista que nos introduce al proyecto El archivo Memoria Trans México. En esta entrevista nos encontramos con los testimonios de Emma Yessica Duvali y
Terry Holiday, ambas mujeres trans adultas mayores y sobrevivientes de un periodo
particularmente duro en la historia del movimiento trans mexicano. Ambos testimonios
nos ofrecen una mirada a las vidas de las mujeres trans que transitaron en las décadas
de los años 1960 a 1990. Estamos, por tanto, ante un ejercicio de memoria viva que
da cuenta de la prevalencia del cisexismo en la segunda mitad del siglo XX mexicano.
A esta entrevista le siguen dos breves notas de investigación (no arbitradas). La
primera de estas, elaborada por Carlos Adrián Chablé Miranda, versa acerca de la “Importancia
de la inclusión de las personas trans binarias y no binarias en los censos poblacionales”.
La relevancia de este ensayo radica en la centralidad que hoy tiene la información
estadística a la hora de conocer las necesidades y desafíos que enfrenta una población
concreta. En este punto, debemos tomar en cuenta que históricamente el cisexismo se
ha traducido en una invisibilización de la existencia de la población trans*, a la
cual no solo no se conoce sino que se suele reducir a estereotipos nocivos e infundados.
De allí la importancia de producir un conocimiento estadístico sólido que permita
la construcción de mejores políticas públicas para este sector poblacional.
A dicha nota le sigue el breve ensayo de Marcos Xander Rodríguez Mora intitulado “Tejiendo
la resistencia trans/travesti”. En este texto nos distanciamos de la realidad mexicana
para trasladarnos a la Argentina de comienzos del siglo XXI, en la cual se publicó
un pequeño diario intitulado el Teje, espacio donde aparecieron reflexiones de autoras como Lohana Berkins y Diana Sacayán,
por mencionar solamente dos nombres. Rodríguez Mora nos hace ver la importancia de
este diario en la construcción de un discurso trans/travesti latinoamericano que comenzó
así a hacerle frente al cisexismo de nuestra región.
Finalmente, el número especial termina con la reseña literaria sobre la obra de Casey
Plett que tuvo a bien escribir Julianna Neuhouser. Este ensayo, intitulado “El separatismo
y sus descontentos: la literatura trans menonita de Casey Plett”, aborda no únicamente
la obra literaria de Plett sino también la cuestión del separatismo, tan popular en
nuestros días. De manera sucinta, el ensayo de Neuhouser es una invitación a conocer
la obra de esta autora, pero es, asimismo, una invitación a reconocer la existencia
de realidades trans* que se construyen desde otras vivencias -algunas de las cuales
tienen que ver con experiencias que para el grueso de la población resultan ajenas
y desconocidas-. Es en este punto donde se inserta la discusión en torno al separatismo
que históricamente ha caracterizado a la comunidad menonita que, de alguna manera,
quiere vivir fuera del mundo mientras habita el mundo.
Dicho todo lo anterior, dedicamos el presente trabajo a las innumerables personas
trans que el odio nos ha robado. Nuestro lugar no será el panteón. Nuestro lugar no
será el olvido.
Ciudad Universitaria a lunes 15 de mayo de 2023
Siobhan Guerrero Mc Manus y Leah Muñoz Contreras
Editoras invitadas