Vol. 2 No. 1
Febrero de 1999


La Soledad del Psicoanalista

Víctor M. Hernández Ramírez*



 
 
 
 

a R.C., en el umbral de un adiós,
de una soledad acompañada
 
 

"sin ti, conmigo, ¿quién está contigo,
si ni siquiera estás tu?..."

R. Arjona


 

RESUMEN

El trabajo se centra en observaciones que el autor realiza sobre sí mismo, y el proceso que sigue a su sentimiento de soledad en el trabajo psicoanalítico, así mismo realiza apuntes relacionados a sus vínculos con el paciente y sus vínculos transferenciales con sus propios fantasmas.
Descriptores: Psicoanálisis, soledad, clínica.
 
 

ABSTRAC

This work is centerad on the author´s observations made upon himself, and the process that follows to his feeling of loneliness through the psychoanalitic work, he also writes some annotations relationed to his attachments with the patient and those tranceferencial attachments with his own ghosts.
KEY WORKS: Psychoanalysis, loneliness, clinical.
 
 

* Psicoanalista, miembro del grupo epsimo .
 
 

Temo comenzar con una contradicción sobre el tema asignado, ya que no existe la soledad para el psicoanalista en el ejercicio de su tarea. Esto se relaciona, por supuesto, con la inexistencia de la soledad en la configuración de la mente (Blanco, 1994): la soledad como tal no existe, sino sólo el sentimiento de soledad, así como los fenómenos de escisión y desintegración de la personalidad. La constitución y funcionamiento de la mente, como instancia relacional, impide concebir una "ipssisima" soledad.
 

No obstante lo anterior, la soledad evoca un sufrimiento vivo, sentido, que aparece en el acompañamiento que se hace en la sesión analítica. Son diversas las posibilidades de acercamiento al tema de la soledad en el psicoanalista: uno de ellos sería la angustia de separación y la pérdida de objeto, que representan un tema esencial de la práctica cotidiana del consultorio (Quinodoz, 1993). Ciertamente las ausencias, actos fallidos, experiencias de abandonos, ambivalencias ante el apego, son elementos cotidianos de acompañamiento terapéutico y han de ser pensados y discutidos para que el proceso tenga buen destino.
 

Pero en este momento me siento incapaz de abordar un enfoque que requiere gran manejo teórico y experiencia analítica, cosa que quisiera dejar a los maestros y a los audaces. Quisiera llevaros mas bien, si me lo permiten, a una re-flexión en torno a pensamientos, interrogantes, dudas, atisbos que me asaltan cuando trabajo en el consultorio.
 

· No entiendo nada. Me siento compelido a decir una interpretación "brillante", que cambie la situación, que me deje la certeza de que estoy trabajando bien con ésta paciente. Las ideas diagnósticas no me sirven, yo sigo sin entender qué pasa, sólo sé que hay un aire de "más de lo mismo". Así han sido las últimas sesiones. Solicité una sesión de emergencia a mi ex-supervisor, pero tengo por delante ésta sesión y otra, antes de poder verlo. Me angustio, me preocupo, me doy cuenta... de pronto dejo de estarlo. Digo algo, muy simple, pero en otro tono. Ya no estoy preocupado... y no me sorprende mucho que la paciente empieza a reaccionar. Algo pasó, ¿en mí?, ¿en ella?, en el consultorio o en la mente... ¿de quién?.
 

Jamás estamos solos. Esto es un aprendizaje que aparece poco después de haberse sentido solo ante una situación que tiene un poco de todo: confusiones, angustias, errores. Entonces empieza uno a darse cuenta de que los maestros, en aquello que han sabido enseñarnos sin que nos percatemos, están internalizados. Hablan, señalan, un poco misteriosamente, hacia una dirección que nos sorprende porque alguna necedad propia nos tapaba la vista. Es un tanto angustiante estar únicamente con los objetos fragmentados y persecutorios de las "contraiden-tificaciones", de eso que tiene un nombre elegante y complicado pero que uno mas bien sufre como confusión o como la vaga sensación de que no sabemos que terreno pisamos. Jamás estamos solos. Y sería una condena para el trabajo clínico si no tuviéramos otros objetos internalizados, y no sólo los espíritus invocados en cada sesión, por cada paciente, por cada actitud nuestra. Las voces de otros nos acompañan, un poco misteriosamente, pero nos acompañan.
 

Me alegro, me duele, me emociono. Entonces recuerdo una frase de mi analista: "vibrar con alguien..". Pero tampoco me alcanzan las palabras, porque yo quisiera decirlas no sólo como palabras; contar una experiencia mía, decir una convicción desde mi fe o mi duda. Me callo, creo que mis ojos no tanto. Pero me siento cómodo. Es curioso; tanta turbulencia en ese raro silencio y sin embargo me siento bien... todavía queda camino por andar.
 

Es innegable que el acompañamiento en el sufrimiento del paciente influye en la satisfacción única y compartida de un logro, de un cambio, de algún insight. El problema es tolerar tanta intimidad. Eso es, tolerar tanta intimidad. Porque siempre se queda algo más en el trabajo de la sesión, no sólo como resabio que ha de retomar la técnica, sino algo que se ha dicho y se ha elaborado en la intimidad de la sesión, pero con otras palabras, con una turbulencia emocional intensa pero suave. Una comunicación de dos, una intimidad que hasta los objetos y sus fragmentos respetan por un momento. El problema es tolerar tanta intimidad. Caray. Digo tolerar porque se torna una verdadera ascesis la abstinencia... pero hace más rica la intimidad. Y siempre sabemos que no volveremos a tenerla; como al paciente, que un día se tiene que ir.
 

· Son como quimeras. Las teorías, las ideas, hasta las hipótesis. Pero yo estoy aquí contigo. Nadie más. A veces me siento tentado, abruptamente, a invocar una sesión de supervisión o unas palabras del maestro, ¿qué diría?... pero no. El no está aquí, no hay derecho a meter extraños. Es tu espacio. Yo me quedo contigo. A pesar de todo, algo me conmueve de tus demandas. Que te aconseje, que te responda, que te quiera. Hablo, pero naturalmente que no te llego a complacer, a pesar mío. Callo. Y divago. Pero sigo aquí... a veces luchando para oírte por encima de mis quimeras.
 

Si existe una soledad real sería la ilusión de ser como dioses, la pretensión de curar o la identificación más sutil respecto al sufrimiento del otro. Sería un conocimiento. Un saber acerca del bien y el mal respecto a las necesidades de los demás. Es curioso, pues parece verdad que si alguien sufre y uno lo comprende, entonces tocamos la soledad. Pero no. Si uno corre tras el deseo y cree que sabe o entiende caemos presa de los fantasmas, de las vanidades de la mente. Cuando las herramientas, nuestras teorías e hipótesis, nuestras quimeras, se tornan doctrinas algo adquieren de lastre, pero nunca dejan de ser útiles para recordarnos que pertenecemos a éste mundo.
 

Está frente a mi. Después de casi dos años, una carta y un mal sabor de mi parte porque la evaluación del término del tratamiento no fue muy halagüeña. Esa sesión de supervisión me pegó. La terminación del tratamiento algo tuvo de trunco, de negación del adiós. Ahora está frente a mi, solicitándome retomar el análisis. Sé que hay cosas pendientes, me dice. Está por tomar nuevos compromisos. Graves. Tiene miedo. Desea elaborar esos temores. Por un momento pienso que tenemos la oportunidad de reparar la falta. De trabajar a fondo los adioses. Hablamos un largo rato. Y es entonces cuando tomo la decisión. Le digo que no. Que es tiempo de partir. Es curioso. Queda de acuerdo. Me da una invitación al ritual de sus votos, su nuevo destino. Le confirmo que no estaré. Sólo tenemos este momento para decirnos adiós. Está frente a mi... y le digo adiós, con calidez, tristeza, añoranza.
 

Escuchamos. Y esto implica una condena a la desaparición, al adiós. Porque un día viene el silencio y las acciones. Los pacientes son para que se vayan. Por más simple que suene no acaba uno de entender esto. Quizá porque no es algo para entenderse, sino para vivirlo de manera única en cada proceso. A veces, a distancia, al revisar una sesión o plantear un caso en supervisión uno se pregunta si deveras escucha, si tiene uno el oído que debe tener. ¡Son tantas las formas de no escuchar! Pero uno ha estado ahí, y ellos con nosotros, de modo que algo ha ocurrido. El hecho de estar solos, juntos, en soledad acompañada, ha hecho cierto milagro: abrir los ojos y descubrir que hay alguien con nosotros.
 
 

Epílogo

Adiós -dijo el zorro-. Este es mi secreto, muy sencillo: sólo con el corazón se ve bien. Lo esencial es invisible a los ojos.

-Lo esencial es invisible a los ojos- repitió el Principito, para recordarlo.

-El tiempo que perdiste con tu rosa es lo que la hace tan importante.

-El tiempo que perdí con mi rosa- repitió el Principito a fin de recordarlo.

-Los hombres han olvidado esta verdad- dijo el zorro- pero tú no debes olvidarla. Te haces responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...

-Soy responsable de mi rosa... -repitió el Principito a fin de recordarlo (Saint-Exúpery, 1977).
 
 
 
 

BIBLIOGRAFÍA
 

Blanco Beledo, Ricardo (1994) "Sobre la soledad", comunicación presentada en la reunión de Epsymo.

Quinodoz Jean Michel. (1993) La soledad domesticada, Buenos Aires, Amorrortu.

A. de Saint-Exúpery. (1977) El Principito, México, Roca.
 
 



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