DOI:http://dx.doi.org/10.22201/fq.18708404e.2020.5.77174
Juan Manuel Díaz Alvarez[a]
Resumen |
Reflexiones sobre los efectos, primero en el docente, pero luego en el estudiante y desde luego en la Institución, de la sorpresa, la reacción ante algo ya vivido en episodios sucesivos tanto recientes como antiguos, pero además y eso es lo peor, pronosticado, pero desestimado. El trauma causado por el choque entre la misión y la obligación, por la adaptación obligatoria que como siempre, requiere en mayor o menor grado de “recursos” que no se encuentran uniformemente distribuidos en nuestro medio. La angustia por tener que aprender “a fuerza” a usar nuevas y complejas herramientas perdiendo de vista lo importante, pero sobre todo, ignorando cuál será el resultado que como todo lo demás es incierto en esta época tanto por la pérdida de métodos y referencias, como por la ausencia de contacto personal, de la evaluación informal, pero real del aprendizaje y hasta de la propia administración de la institución, conducida muchas veces de manera efectiva en “juntas de pasillo”, ahora casi inexistentes. Se impone una “corrección de errores”, así como, un esfuerzo de la comunidad entera por elaborar las crónicas de este tiempo a toda prisa, antes de que la adaptación forzada, siguiendo el paso de la evolución de los medios electrónicos, nos haga olvidar y, por tanto, desperdiciar esta experiencia. |
Palabras clave: |
Sorpresivo, universal, incertidumbre, adaptación , costumbre. |
The storyteller in the 2020 pandemic at the chemistry faculty |
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Abstract |
Reflections on the effects, first in the teacher, but then in the student and of course in the Institution, of the surprise, the reaction to something already experienced in successive episodes both recent and old, but also and that is the worst, predicted, but dismissed. The trauma caused by the clash between mission and obligation, by compulsory adaptation, which as always requires a greater or lesser degree of “resources” that are not evenly distributed in our environment. The anguish of having to learn “by force” to use new and complex tools, losing sight of what is important, but above all, ignoring what the result will be, which like everything else is uncertain at this time both due to the loss of methods and references, as well as the absence of personal contact, of the informal but real evaluation of learning and even of the administration of the institution itself, often conducted effectively in “hall meetings”, now almost non-existent. A “correction of errors” is required, as well as an effort by the entire community to compile the chronicles of this time in a hurry, before forced adaptation, following the evolution of electronic media, makes us forget and therefore wasting this experience. |
Keywords: |
Surprising, universal, uncertain, adaptation, custom. |
Esta recopilación empieza con la revisión muchas veces visceral de una vocación consistente en “contar historias” en un medio habituado desde hacía más de un siglo a las ecuaciones y a las fórmulas, un medio no amigo de fantasías, severo y objetivo.
Esa vocación se practica entre una población juvenil que como siempre, tal vez más ahora, necesita aunque a veces lo niegue orientación y ejemplo , aún llegada a la pasantía y hasta a la titulación.
Después de pasado mucho más de un lustro de calamidades, terremotos, inundaciones, inseguridad pública, falta de liderazgo en todos lados, empezando muchas veces en la Familia pues lo padres de hoy se enfrentan a cambios tan vertiginosos que los dejan, al menos así me lo parece a veces, tan desorientados, tan inseguros sobre “el significado o el objetivo de la vida” como a sus hijos, se presentó lo impensable o más bien, lo inaceptable: una pandemia.
Se añadieron la inercia en la ejecución de los currículos y la prisa por producir egresados, sintetizada en una demanda constante hecha en las entregas de diplomas de generación: “los queremos mucho pero ya váyanse”, pues tenemos desde hace años un exceso de población que nos ahoga, un rezago en la conclusión de los estudios, pero sobre todo un rezago en la orientación vocacional de los alumnos que les impide a muchos saber qué hacer después de reunir el 100% de los créditos, a pesar del contacto, del testimonio concreto del desempeño profesional de sus maestros.
Los profesores por su parte, seguíamos enseñando como siempre, algunos usando “tecnologías de la información” muy apenas, dependiendo gustosamente del viejo gis y el pizarrón y en mi caso, de la narración de cuentos.
El narrador de cuentos, al igual que sus antepasados prehistóricos, cree que sus relatos sirven para transmitir conocimientos y valores, pero también para inspirar, para animar a vivir la vida más que a sobrevivirla; de algún modo, ese compartir la experiencia a través de relatos ayuda a madurar pues ilustra el uso del contenido de la clase, capacita un poco, da criterio y anima a desear la práctica.
Los cuentos que se narren deben tener, sobre todo en esta Escuela, el soporte de la experiencia real, la vivida en primera persona pues solo así es útil y, además, los estudiantes son astutos, desconfiados y detectan de inmediato las patrañas y para ello comparan al exponente con su discurso, lo ven, lo miden, bueno, lo veían y lo medían.
El conocimiento medular del curso se usaba entonces como medio, como excusa para justificar el cuento y, no sorprendentemente, esa técnica de enseñanza permea las barreras del alumno o de la alumna, ¡perdón! Esas barreras que se forman cuando el conocimiento se suministra a personas que son cada vez más utilitarias y pragmáticas, menos “respetuosas” de las canas, al menos si se compara el de hoy con el respeto de los años en los que los estudiantes se ponían de pie al entrar su profesora al salón de clases.
El cuento sirve para dar el sello de autenticidad, para decir como los anglosajones: “been there, done that” que logra la atención y hasta, bueno sí, el respeto pues si el que habla demuestra, convence que ha usado el ocasionalmente tedioso y casi siempre pesado contenido del programa con éxito, entonces tal vez merece la pena escucharlo.
Además, una clase de 7 am inventada sin duda por algún loco insomne, es más llevadera con un buen cuento, además de las gráficas de distribución normal, y las de control de proceso que lo sazonan y se convierten en algo “que quiero hacer”.
Pero ese cuento requiere como antaño, que la tribu se reúna en torno al fuego, al hogar o a la presa que se consume después de mucho batallar y de arriesgar la propia piel para cazarla, como el conocimiento.
Ahora no es la cueva o la fogata, es el salón de clases: Esas amadas piedras y pupitres que el narrador ocupaba hace décadas y que ahora contempla, bueno contemplaba, llenos de expectantes rostros que no saben qué es lo que les espera, no sólo hoy sino dentro de algunos años, también como antes, pero con más incertidumbre.
Sí desde luego, usaba hojas de cálculo, presentaciones para “el cañón”, procesadores de textos, la red y a veces alguna “plataforma” para hacer los departamentales y tenía el firme propósito de usar las clases virtuales y las videoconferencias... algún día.
Los estudiantes no se quejaban, después de todo, nada como una amistosa charla entre “casi colegas” con el profe en el pasillo, en la escalera después de la clase, teniendo el privilegio de contemplar el amanecer desde las alturas del edificio A.
En esas pláticas, tal vez camino al café, el narrador logra mucho más que en el aula y recuerda a Henry Kissinger declarando palabras más o menos que “Había resuelto más crisis internacionales con un jaibol en la mano que en la tribuna de las Naciones Unidas”.
Y es que es ese contacto, ese rasgo de humanidad, esa comunicación de primera mano, las expresiones faciales y corporales, el verse a los ojos, el poder interpelar, manifestar tus dudas, es ese momento en el que la atención del mentor es sólo del alumno y no de todo el grupo, lo que estoy seguro, muchas veces define o confirma una vocación, aclara un plan de vida o al menos lo sugiere porque no a todos les enseñaron que hay que hacerlo.
Súbitamente o tal vez no tan súbitamente pero sí fatalmente para un pueblo acostumbrado a los milagros que evitan que la evidente calamidad nos alcance, con lo que se mantiene siempre la zona de confort, ese paraíso de contacto humano asistido por las TICS se invierte y ahora, las herramientas nuevas, impersonales y frías suplen al gis y al pizarrón, pero sobre todo al narrador de cuentos.
Se elimina el contacto, se elimina la conversación porque primero es la lengua, lo natural es el lenguaje hablado, acompañado de un ”performance” hecho con todo el cuerpo del que expone y que también informa, muestra, anima; la escritura es un invento de la razón, es algo difícil de aprender, no suele transportar tan bien los sentimientos, la emoción ni tampoco la convicción de lo que se dice y hay que trabajar mucho para conseguir que lo haga.
Las “TICS” son aún peores, ya que además de hablarle a nadie a través de una pantalla “como a una ouija en una sesión espiritista” según se manifestó en un ”meme” anónimo con la esperanza de obtener una respuesta, “del más allá”, dependes de una serie de recursos que el día que haya una llamarada solar bien orientada hacia la Tierra, podrían como el aula “de a deveras”, pasar también a la historia, para no hablar de su costo y de la instalación física, no tan extendida y eficiente como se pensaba.
Recursos, por tanto, que no todos tienen en “La Casa”.
Recursos de primer mundo que como todo lo que hacemos en el tercer mundo son “copiados” o “emulados” o “adaptados lo mejor que se puede”, o sea muy mal o llevaderamente.
La falta de “conectividad” o de plano del “hardware” necesario para hablarse a miles de metros de distancia, la necesidad de abstraerse aún más en un medio que si bien se usa de más en las “redes antisociales” tal vez haga que no se pueda usar con tanto rigor como amerita una lección de álgebra superior o de química orgánica de nivel profesional y ni que decir de la enseñanza experimental.
Pero estoy divagando:
El tema es que no se usan bien, pero se deben usar porque no hay de otra.
En un mundo ideal sin el inoportuno virus, es posible que hubiéramos durado otros cien años con el gis y el pizarrón y si la pandemia no dispone otra cosa, es posible que tal vez dentro de uno, dos o tres años, estos entrañables, baratos y elegantes auxiliares de la Docencia vuelvan por sus fueros para seguir siendo nuestro distintivo, pero también nuestra mejor forma de evaluación pues un “buen maestro sólo necesita del gis para enseñar”... ¿y ahora, que necesita?
¿Será sólo la resistencia al cambio la que hace infeliz al narrador de cuentos?
O ¿es real esa pérdida que se experimenta cuando se habla con medio grupo a través de una pantalla sin tener idea de la actitud del otro, de cómo está vestido, si tiene cara de interés o sólo pregunta por hacerse notar?
Cuán sutil es la evaluación del interlocutor cuando se le tiene ante los ojos, cuánto se pueden modular el propio comportamiento, el discurso, la explicación cuando adviertes el efecto de tus palabras reflejado en su expresión.
Hay mucho que aprender de esta experiencia; no sólo en el sentido del manejo de las “plataformas”, sino en el de la propia reacción frente al cambio, a la adaptación a la manera en la que se puede llegar al objetivo sin dejar atrás al estudiante.
Fotografía: Juan Manuel Díaz Alvarez
El “evento principal” (the “main event” que decía Betty Hobbes en The Hidden Agenda, que había que tener siempre en la mente para no perder el tiempo y por consiguiente, el puesto, “el hueso”, vamos, según los mexicanos) es, sigue siendo el estudiante.
¿Qué sabemos de nuestras alumnas(os)? ¿Como asimilaron este cambio? Bueno, ¿lo han asimilado?, ¿les hemos preguntado más allá de determinar “si se pueden conectar y si tienen con qué hacerlo”?
A veces pienso que no estamos conscientes del cambio; nos exigimos cumplir con un enfoque tan claro en el resultado cotidiano, que la meta, el evento principal deja de ser el que debe ser y su lugar lo ocupan el motivo de esa ruptura de la zona de confort, es decir, el “aprendizaje a distancia” sea lo que sea eso, más el uso de los recursos nuevos y desde luego, la necesidad de no perder el paso, de dar el número, el entregable.
Y esto exige una evolución desde narrador de cuentos a quien sabe qué cosa, otra diferente sin duda.
¿Conseguiremos seguir siendo excelentes?,
¿Conseguiremos seguir llamando la atención del estudiante?
Las nuevas normas de trabajo pues “no es lo mismo” dar clases presenciales, que dar clases a distancia, ¿cuánto nos permiten conservar de la técnica probada generación tras generación? o de otro modo, ¿vale la pena conservar lo que aprendimos durante los últimos cien años, aunque sea en parte?
Y desde luego, está la percepción del estudiante, siempre presionado, siempre obligado a aprender, aunque había algo de consuelo en el hecho de que el docente “tenía la obligación de enseñar”.
Parece que ahora, el docente “no enseña”, sino que “facilita” y el estudiante no “se sienta a aprender”, sino que “debe, casi casi, auto enseñarse”
Por ello, ahora debe aprender más, empezando por el manejo de su tiempo: no en balde en esa clase de las 0700 am , invariablemente en la ”videoconferencia” los y las asistentes no se dejan ver, aunque “antes” ¡llegaban bañados y peinados a la misma clase!
El “trabajo en casa” (la “home office”) posibilita una vestimenta, una “presentación” menos que ideal y esa era otra forma de bueno, de formar o de deformar al estudiante: “tu primera carta de presentación eres tú”.
En nuestro campo, no es posible vivir perpetuamente en una “home office”. Las fábricas, el campo, las oficinas de gobierno y desde luego, el laboratorio, son todas áreas que deben ser habitadas o por lo menos, visitadas.
Y todo eso es sólo parte de las adaptaciones que hay que hacer por todos lados.
¿Cómo calificarás?, ¿qué significa hacer un examen “en línea”?, ¿estamos preparados para “hacer casos de estudio” y usarlos para evaluar no sumariamente el conocimiento, sino la habilidad para usarlo?
Y en adición a este cambio interno en el que podemos aspirar en el mejor de los casos a dar la clase sin demasiado sobresalto, sin quejas sobre la claridad de la exposición, ¿estamos viendo cómo se “resuelve” el problema de la pandemia en la educación primaria, secundaria y preparatoria?
Vamos, ya hemos dicho muchas veces que tal vez no recibimos a nuestros clientes con la formación idónea para resolver problemas, y ahora, ¿qué diremos?
¿Estamos seguros de que no hemos dado un paso que es un “boomerang” que nos amenaza con golpearnos en plena cara dentro de un par de años, o ya en este semestre que arranca con una generación nueva?
A ver, ¿a cuál paso me refiero?
¡Sí hombre (o mujer)!, a ese paso de aprender a dar clases a distancia sin el concurso de nuestros proveedores de la educación media pues ellos, seguramente están resolviendo la pandemia igual que nosotros: por pura reacción.
¿Cuál es la esencia de la formación universitaria?, ¿para qué estudiamos?
No, no me contestes con el ideario de la Institución.
Mi respuesta siempre fue, bueno tal vez no siempre pero sí a partir de alguna epifanía causada por el choque con los hechos, con las crisis, con los desastres, pero también con “las oportunidades”, con la posibilidad de “convertir la desventaja en ventaja”:
“Para cambiar la realidad”
¿La estamos cambiando?
¿O sólo la estamos recibiendo?
Recepción: 2020-10-06. Aceptación: 2020-11-16
[a] Coordinación de Carrera. Química de Alimentos. Facultad de Química, UNAM.